martes, 6 de agosto de 2013

EL TESTIMONIO

Hace algunas semanas conversábamos acerca de la opinión que en ocasiones expresan los no creyentes respecto de los que decimos serlo y en consecuencia tenemos gestos de piedad visibles como concurrir a misa los domingos, etc. Decíamos que muchas veces el motivo que invocan para su falta de fe es nuestra conducta, nuestros defectos, egoísmos, incumplimiento de los deberes de justicia para con el prójimo, etc. En una palabra nuestra carencia de virtudes que sirvieran para distinguir a los cristianos de los que no lo son. Me gustaría por el momento dejar de lado la posible injusticia que, como todas, puede suponer este generalización. Convendría admitir que estas críticas suelen ser ciertas, que el frecuentar los sacramentos debería hacernos vivir de una manera distinta. Y que esa distinta manera de vivir debería ser atractiva, capaz de despertar el deseo de imitación, capaz de atraer hacia la fe a los descreídos. Admitido esto, sería bueno analizar, no solo con nuestra capacidad de razonamiento sino fundamentalmente con el criterio del evangelio, cuales deberían ser las características distintivas de la vida del cristiano. Porque eso es lo que de distintas formas se nos pide, se nos reclama. Con otras palabras se nos dice: “Si ustedes vivieran como cristianos, probablemente nos uniríamos a ustedes”. Tal vez sin advertirlo, se nos recuerda como vivía la primera comunidad cristiana: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. Y gozaban todos de gran simpatía”. El comentario que despertaban entre sus vecinos no era “ved que virtuosos son” sino “ved como se aman”. Las virtudes son expresiones del amor, son dones de Dios, parte de la “añadidura” que Él nos da por “Buscar el Reino de Dios y su justicia”, por retribuir con el nuestro al amor que Dios nos hizo conocer. Si nos ponemos a analizar los motivos por los cuales nos unimos alguna vez a un grupo humano, si buscamos el origen de nuestro entusiasmo por alguna empresa, vamos a encontrar siempre al amor. El amor es el que nos mueve, es lo que nos atrae. Porque en el origen de toda virtud está el amor. De no ser así, esa virtud no existe. Porque donde falta el amor, cualquier actividad se corrompe. La vida sin amor, no vale nada. La justicia sin amor, te hace duro. La inteligencia sin amor, te hace cruel. La amabilidad sin amor, te hace hipócrita. La fe sin amor, te hace fanático. El deber sin amor, te hace malhumorado. La cultura sin amor, te hace distante. El orden sin amor, te hace complicado. La crítica sin amor, te hace agresivo. El apostolado sin amor, te hace funcionario. La amistad sin amor, te hace interesado. El poseer sin amor, te vuelve avaro. La responsabilidad sin amor, te hace implacable. El trabajo sin amor, te hace esclavo. La ambición sin amor, te hace injusto. El Amor no te preguntará cuanto tienes ni cuánto sabes, Sino cuánto has amado.

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