viernes, 23 de noviembre de 2012
MISA DE MONTAÑA
Son pocos los preparativos para la misa. Una mesa de piedras y troncos, velas que dejan adivinar su luz insegura por la boca de dos jarros y algunas flores. El blando bosque silencioso, el rumor escondido del agua y la humildad del fuego, paciente y concreto. A la caída de la tarde, sentados en troncos y sumergidos en el alma, con la seriedad y con la inocencia de los chicos. “Gloria a Dios, paz a los hombres…” No mucho mayor que nosotros, el cura enfrenta la verdad en carne viva, la verdad sin boato del misterio del hombre, del dolor, el misterio de Dios y de su vocación, de aquella apuesta a todo o nada hecha en su juventud. Pensativo, muevo con un palito el lecho de hojas secas del piso. Alguno, inmóvil y enfrascado en un diálogo sin palabras ni pensamientos con las pequeñas brasas titilantes, modesta galaxia derrumbada cada tanto por diminutos cataclismos. Todos recibiendo el mensaje simple de la sabiduría: “Mirad los lirios del campo… Mirad las aves del cielo…”
En la altura silenciosa, el alma de la nieve guarda un secreto de millones de siglos. Desde el fondo de su misterio comprende. En la profundidad celeste de sus grietas, en la pureza helada de su viento, esconde la clave que fue la causa de todo. Y se la revela a los pequeños.
(De “En carpa”)
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