sábado, 17 de noviembre de 2012

EL CAMPAMENTO BASE (2)

Cuando años después volví a la rutina de los campamentos lo reencontré, ahora acompañado por Isabel, su mujer. Fuerte, sonriente, siempre animosa, llena de energía y con el gesto amistoso a flor de piel. Habían creado el SAC (Servicio Argentino de Campamentos) sobre las márgenes del río Goye. No consigo encontrar las palabras que puedan transmitir una idea aproximada de la naturaleza del SAC. Era un camping, pero también era una familia: abierta, multitudinaria, heterogénea, alegre. Una verdadera familia a la cual estaban todos invitados y en la cual eran todos bienvenidos. Aquel hombre de pocas palabras había construido con sus manos el más elocuente de los sermones. Uno hecho con árboles, cabañas, carpas, miles de jóvenes y mucho amor real y concreto. Las márgenes del Goye ocupadas por el SAC tenían, como las de cualquier rio de montaña, un relieve complicado, tridimensional y caótico. Así nos lo pareció, por lo menos, las primeras veces que las transitamos. Con el tiempo comenzamos a distinguir sus distintos ámbitos y rincones. “La islita”, “La cancha de fútbol”, el “Plano de arriba”, se habían ido ganando un nombre. Cada lugar tenía características propias, partidarios y detractores. Los campamentos establecidos cerca de la cancha de fútbol apreciaban su aislamiento y amplitud. Por tratarse de los confines del SAC no estaban en el camino de nadie. El lugar solía estar reservado con mucha anticipación por grupos numerosos de colegios o parroquias. La islita no tenía las dimensiones de la cancha de fútbol ni sus árboles daban tanto reparo. Su piso, por otra parte, era bastante pedregoso. Pero tenía una ventaja única: al estar entre dos brazos del Goye, el grupo que la ocupaba era consciente de los límites de su soberanía. En el plano de arriba nos instalamos varias veces. Sus árboles eran los más frondosos; ninguna sombra se le igualaba a la hora de la siesta. Su piso blando y sin rocas era el que mejor recibía las carpas. Pero tenía un inconveniente. Era “el plano de arriba” y por lo tanto había que subir. Viniendo de la administración del SAC, después de cruzar el puente de troncos sobre el Goye cargando con una bolsa de pan, por ejemplo, había que subir. Y si la escalera tallada en la tierra estaba húmeda por alguna lluvia reciente, la subida solía estar matizada con resbalones e improperios. El SAC sigue. Si cuento mis recuerdos, es inevitable usar el pretérito, pero el SAC sigue. Ya sin Atilio, que quedó en el camino después de dejar la huella de su obra. Sigue el cálido comedor, el quiosco para atiborrarse de chocolate en los días de descanso, la cocina atareada y sobre todo la sonrisa de Isabel. Rodeada de amigos, de familia y del calor que sólo pueden dar los jóvenes. Veteranos o novatos, pícaros e ingenuos, vitales y ocurrentes, descubriendo y al mismo tiempo inventando de nuevo Bariloche. Y llenando los desniveles del SAC de vida, de pasión y de alegría. (de “En Carpa”)

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