jueves, 29 de noviembre de 2012
EN COMUNIÓN CON LA IGLESIA
Llegó un domingo a mi parroquia un sacerdote (no obispo pero sí “Monseñor”). El motivo de su visita era el de recaudar dinero —era una colecta especial— para una institución católica de enseñanza superior. No era una institución pobre, pero, al decir de Monseñor, muy necesaria para formar dirigentes sociales imbuidos de la doctrina de la Iglesia. Lo curioso era que su sermón lo dijo cubierto por una soberbia capa de terciopelo rojo seguramente de muy alto precio. Yo, que en aquellos momentos me encontraba en serios aprietos económicos y que, por otra parte, me consideraba obligado a contribuir con esa colecta, le pregunté con algún fastidio a mi párroco con el cual me unía una buena amistad y confianza mutua, por qué motivo el Monseñor no vendía su capa y ponía la suma obtenida en la colecta. Mi cura amigo, con una amplia sonrisa me dijo: “lo que sucede es que existe el criterio de que los laicos —al igual que los africanos en tierras de misión— se impresionan ante el aspecto imponente del que les pide su contribución y así ponen más plata. De más está decir que ese recurso en mí no surtió efecto y en consecuencia no puse un centavo en esa colecta. Fundamentalmente porque me sentí menospreciado por aquel clérigo en mi calidad de laico de a pié.
El problema, y que entiendo es un serio problema, es que la actitud de aquel presbítero no era (ni es) infrecuente. Recuerdo una máxima que se me inculcó en la parroquia y que, por lo menos, hubiera merecido ser matizada de alguna manera. La máxima era: “El que obedece no se equivoca”. Es que el valor de la libertad no era especialmente tenido en cuenta, aunque al mismo tiempo se nos enseñaba de qué manera Dios respetaba nuestra libertad.
Hoy nos encontramos conque críticas a actitudes u opiniones políticas de la jerarquía que provengan de algún sector del laicado son cuestionadas como sospechosas. Y la pregunta que se hace es “¿Los que hacen ese cuestionamiento están en comunión con la Iglesia?”. Y aquí está la cuestión. ¿Es separarse de la comunión eclesial el estar en desacuerdo con opiniones o conductas de la jerarquía? ¿Hubiera estado “fuera de la comunión de la Iglesia” si alguien hacia 1633 aceptara con Galileo que la tierra giraba alrededor del sol? ¿O quien en 1244 reprobara la masacre de los cátaros en el castillo de Montségur de Languedoc ordenada por el Papa Inocencio III? Es que creo —y hay muchos documentos recientes de la Iglesia que lo afirman— que los laicos somos una parte activa de la Iglesia y que manifestar nuestro desacuerdo con la jerarquía en cuestiones discutibles, no sólo es nuestro derecho sino un deber de lealtad para con los pastores. Actuar de otra manera queriendo justificar lo injustificable es, por lo menos, una actitud infantil cuando no puro clericalismo. Y, según palabras de Monseñor Bergoglio: “Clericalizar la Iglesia es hipocresía farisaica”.
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