jueves, 18 de agosto de 2011
FACHO
—Pero, escuchame: quien dice a las diez, dice a las diez y media…
—Ahí tenés, ¿ves? Para mí no. Cuando yo digo a las diez, es a las diez. Cuando quiero decir a las diez y media, agarro y digo por ejemplo: “A las diez y media”.
-Lo que pasa, es que vos tenés más estructuras que el Cavanagh. Vos tenés un pensamiento simplista y lineal. Disculpame que te lo diga, pero sos bastante primitivo, vos.
—¡Me importa un carajo si soy primitivo! (para ese entonces, ya me estaba calentando) ¡Yo creo en las palabras! Para mí, diez quiere decir diez y once quiere decir once. Y al fin y al cabo, el infeliz que se comió el plantón de media hora en una esquina fui yo, y ¡vos te das el lujo de llegar cuando se te canta y decirme que soy poco menos que un débil mental porque dije diez y estuve a las diez!
—¡Facista! (mi amigo se fue y me dejó hablando solo. Se había ofendido). Esa vez yo perdí la noche, perdí a un amigo, y hasta algo de mi autoestima. Porque esa noche empecé a sospechar que hasta las cosas más simples pueden ser complicadísimas. Que cuando uno dice “diez” significa “tipo diez”, es decir diez y media; que cuando uno dice “nunca” o “siempre” o “jamás” o “todo” o “nada”, no hay que tomarlo demasiado al pie de la letra, y todo así. Es decir, que todo es “más o menos”, o como se me ocurra decir según mi estado de ánimo. Lo sólido es en realidad gaseoso, lo derecho puede ser torcido, y lo bueno malo. Todo es —o podría ser— como yo lo sienta, nada es lo que parece ser sino que en realidad es de cualquier otra manera, o de ninguna manera y el que piense lo contrario es un facista.
Desorientado, perdidas mis humildes cerezas cotidianas, con una clara conciencia de mi ignorancia (todavía no conseguía entender cómo es un pensamiento lineal) sintiéndome muy culpable aunque en una forma absolutamente difusa (si consiguiera aclarar cual era mi culpa seguro que lo haría usando un razonamiento lineal) me acosté bien temprano. Resolví que hasta no aprender a pensar de otra forma más sofisticada no iba a correr el riesgo de pensar mal por lo que me quedé dormido inmediatamente. Antes, saqué el busto del Duce que guardo bajo la almohada y le besé la pelada. “Lo nuestro fue bueno mientras duró, Benito” le dije a modo de despedida.
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