viernes, 12 de agosto de 2011
CAMBALACHE
“Siglo veinte, cambalache, problemático y febril...” Esto y lo que sigue suele ser considerado el súmmum de la sabiduría porteña. Lo correcto es escucharlo mirando el suelo, con el cafecito enfriándose en el pocillo, asintiendo con pausados cabezazos y con una cierta sonrisa de hombre vivido y conocedor. Una vez que terminó Julio Sosa, se puede seguir leyendo con actitud concentrada La Nación o cualquier otro “diario serio”.
Bueno. Resulta que me revienta “Cambalache”. También me revienta La Nación, pero eso ya es otra historia. Y me revienta Cambalache no tanto por su mensaje —aunque creo que siempre estuvo la Biblia mezclada con el calefón, y de tal manera mezclados que ocasionalmente llegaron a ser indistinguibles— sino por un cierto tufillo de autocomplacencia que, a modo de metamensaje se expresa elocuentemente en el párrafo “...los inmorales nos han igualao.”. Y ahí el autor muestra la hilacha. Hilacha que es habitualmente portada por todos los oyentes. ¡Los inmorales son los otros, por supuesto! Nosotros —los que en ese momento escuchamos la parrafada filosófica de Discepolín— nosotros no somos, de ninguna manera, los maquiavelos, los traidores, los ignorantes, los estafadores, los burros, los impostores, los ladrones, los ambiciosos, los caraduras, los que viven de los otros, los que matan... ¡No, no! ¡Son los otros! Y pretenden ser iguales nada menos que a nosotros, los que estamos en ese momento en el café escuchando al barón del tango. ¡Que atropello a la razón! ¡Que mundo de mierda...!
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