jueves, 4 de noviembre de 2010

CATORCE (continuación Nº 2)

LA COLONIA

Al “Tigre” se lo veía un poco nervioso. No estaba acostumbrado a ver tanta gente en la playa corriendo y saltando al rango en la arena dura de la orilla. Don Pessino tranquilizó al tordillo. “¡Ooopa... caballito...! mientras le acariciaba el cogote. Tenía muchas horas de pesca por delante y convenía no cansarse al cuete. Cuando esa mañana llegamos los chicos a la playa, él ya llevaba un rato largo entrando y saliendo del agua. Había un suave viento del norte y la pesca no estaba del todo mal. El día anterior nosotros habíamos llegado al Reta y a la nochecita Pessino había estado en casa, boina en mano y sin querer entrar, para saludar al “Doctor” y a Doña Anita. Nuestra llegada lo había tomado de improviso y aunque no podía dejar de acercarse a saludar, se sintió un poco incómodo por venir con las manos vacías. Para nejor se encontró conque la casa estaba llena de chicos. (Este doctor... ¡esta vez se trajo a una escuela entera!”

Al despertarse a la madrugada para salir a pescar, Pessino ya estaba decidido. Las decisiones importantes siempre las había tomado mientras dormía y nunca le había ido mal. Lavándose la cara en la palangana, trataba de redondear la idea: mientras estuviera con esos chicos en El Reta, una parte de su pesca (¿la cuarta parte o la mitad?) era para el Doctor. No era moco de pavo alimentar a tanto morochito palidón como se había traído. Mientras ensillaba los caballos ya tenía solucionado el problema: si pescaba mucho, le daba la mitad (con la venta del resto, Pessino se arreglaba) si poco, la cuarta parte. Ya había enganchado “La Morocha” al charré con la red, las herramientas y los cajones. El “Picaso”, fuerte y manso, seguía al carro guiado sólo por los silbidos de Pessino.

El método que usaba para pescar era el único posible teniendo en cuenta que no tenía barco ni socio. Sólo sus redes y sus caballos. De modo que tuvo que enseñarles al Tigre y al Picaso (cada uno cumplía una función distinta). La Morocha, por ser menos fuerte tenía un trabajo más aliviado. Pessino, montado en el Tigre, fuerte, grandote y buen nadador, se metía en el mar arrastrando un extremo de la red de 70 metros de largo. Había que cuerpear las olas con todo ese peso, y eso no era para cualquier caballo. Más allá de la rompiente, a veces caminando sobre el fondo con el agua hasta el lomo, otras veces nadando, el Tigre avanzaba paralelo a la playa. La otra punta de la red era aguantada en la orilla por el Picaso, que caminaba a la par de Pessino y del Tigre, usando todo el peso de su cuerpo para arrastrarla sin dejarse vencer por la fuerza del agua. Después de recorrer más o menos cincuenta metros y ante un silbido de Pessino. El Picaso se detenía y comenzaba una lenta rotación; así el Tigre podía salir del agua sin que la red se aflojase. Al llegar el Tigre a la orilla, otro silbido y los dos caballos se alejaban del agua para dejar toda la carga en la arena húmeda de la playa.

De más está decir que este número pasó a ser enseguida el principal espectáculo para todos nosotros. Pessino ganó popularidad —y la disfrutaba— como nunca en su vida. Rodeado por un enjambre de chicos, mientras vaciaba la red y acomodaba los pescados en los cajones, explicaba con su voz cascada, las diferencias entre la corvina rubia y la negra,, cómo en las escamitas de los pejerreyes se podía ver la virgen de Luján, que los cazones eran iguales a los tiburones pero más chicos, que las rayas tenían el la cola una púa peligrosa, etc. etc. Sobre todo nos recomendaba no pisar la red porque el viento norte había traído muchas aguas vivas. Puchito, que ya en el tren había hecho amistad con Gentile, aclaraba las dudas de su apadrinado adoptando aires de veterano. Concentrado en explicar temas de los cuales tenía nociones más que someras, no pudo escuchar esta última indicación. Así, la clase hasta entonces teórica de Pessino se enriqueció con una parte práctica: todos los novatos pudieron ver los efectos de los pelitos de las aguas vivas sobre la piel de los distraídos.


Creo que ese verano en El Reta no modificó el curso de la historia. Pero sí es probable que haya puesto algo de belleza en la infancia de muchos. Tal vez nos ayudó a comprender mejor el significado de la palabra “nosotros” y hasta quizá (¿por qué no?) es posible que haya cambiado la vida de alguno. Valió la pena.

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