sábado, 9 de octubre de 2010

ONCE

MAMÁ

Bienaventurados los mansos
porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.

Mateo, 5:4,7,8.

Es una foto en sepia, muy nítida y antigua. No muy distinta a otras fotos de familia aunque con ropas y expresiones serias, de principios de siglo. En ella estás vos. El abuelo, sentado como la abuela —ella es la única que esboza una sonrisa con sus ojos bondadosos— apoya sus manos anchas y honestas en tus hombros. Vos, tal vez de cuatro años, mirás algo de soslayo con el ceño concentrado que vi reaparecer en dos generaciones. Completan el cuadro ocho hermanos; un gastado telón pintado con plantas y un piso en damero hacen de fondo.

Te recuerdo siempre sonriente. Sonriente y trabajando en algo. Tendiendo las camas me enseñaste la serie de apellidos maternos y paternos que se remontaban hasta un tal Lartegui, que vivió cien años atrás. Me ayudabas a memorizarlos y sonreías; sabías la importancia de estar como vos, sin más títulos que un nombre completo, orgullosa de tus raíces. Mientras remendabas medias nos hacías repetir a la antigua las tablas de multiplicar, mucho antes de comenzar la escuela. Mientras nos servías la comida debíamos estar atentos a alguna interpelación tuya: ¿Tres por cuatro? A la que había que contestar sin errores. Todavía recuerdo la pregunta más temida, la que siempre nos hizo dudar y a vos sonreír con los mismos ojos bondadosos de la abuela: ¿Siete por ocho?

No creas que me dejaste indefenso: esa presencia tuya aún permanece. No como algo externo a mí, sino como parte de la materia que me dio volumen, forma y consistencia, como la fuerza que tal vez me sigue formando, sutil y bondadosa.

Es difícil hablar de la madre sin repetir lugares comunes. La nuestra fue todo eso. Quizá se podría agregar que, como pocas, tuvo el sentido del humor y la inteligencia necesaria para educarnos en la libertad. En la desmesura del amor y los recuerdos, si papá es el Sol, mamá es el Aire.

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