SOCIALES
Hubo momentos en que fue el “comedor” el que asumió el rol de centro de la casa. Lo hizo con la naturalidad y elegancia que eran de esperar: estaba hecho para eso. El que lo imaginó, el que lo diseñó, los que construyeron su hogar decorado con mayólicas azules, verdes y amarillas o moldearon los rosetones de yeso de su cielorraso, los que colgaron su araña llena de caireles titilantes y seguramente también los anteriores propietarios (aunque no consigo imaginarlos, hubo otros) seguramente le dieron esa función. A nosotros nos costó encontrarle alguna utilidad. Es probable que la edad promedio de nuestra familia fuera demasiado baja o que nuestras normas sociales no coincidieran exactamente con las que regían en la época en que fue construido: no nos gustaba el té, nadie tocaba el piano, no nos interesaba la música de cámara. Tampoco conocíamos las sutiles reglas de la buena conversación social. De todas maneras, creo que el “comedor”, con la aristocrática tolerancia que le era tan propia, comprendía.
Fueron Carlos y Ana María los que descubrieron sus posibilidades. En una alianza tácita, sus proyectos románticos solían orientarse hacia los amigos/as del/la hermano/a, que eran los que disponían de inmejorables pretextos para frecuentar la casa. En aquel tiempo era imprescindible el pretexto: la buena educación suponía complicados rodeos que —es sólo una opinión— le agregaban delicados condimentos al arte de la seducción. Ana María y Carlos estaban en la edad justa para explotar el comedor como salón de baile y tertulia. La dupla Lindora-Yo aún no había comenzado a competir en el mercado. En cuanto a Alfredo y Quito, todo lo que puedo hacer son conjeturas. Su mundo era otro.
No sé si las mujeres tenían amigas, pero puedo asegurar que los varones sólo tenían amigos. Desde chiquitos nos habían inculcado una regla de oro: “Los varones con los varones, las mujeres con las mujeres”. Esto servía para que los varones nos conserváramos más salvajes y las mujeres más lejanas y complicadas al punto de sernos poco menos que incomprensibles. De modo que cuando el otro sexo pasaba a ser el interés prioritario,,era necesario crear un ámbito nuevo, adecuado para una actividad que se suponía llena de reglas extrañas y matices misteriosos que debían ser descubiertos mediante el riesgoso método de “ensayo-error”. El escenario que tuvimos en casa para esos repetidos y ansiados ensayos fue el “comedor”.
—Usted me tendrá que disculpar, señor, pero tengo instrucciones precisas de La Secretaria de no dejar pasar a nadie sin tarjeta...
La sorpresa no le dejaba decidir a papá si prefería reírse o enojarse. Después de un día lleno de complicaciones y de un cansador viaje en tren, cuando no hacía más que pensar en quitarse saco zapatos y corbata, ponerse sus alpargatas y leer el diario, una adolescente desconocida pero con inocultables dotes de mando le exigía que compre una tarjeta con sello y firmas ilegibles para dejarlo entrar en su casa. Aclarada la situación y después de agradecer la gestión de “La Secretaria” —otra agraciada y rubia adolescente de nombre Hebe que en esa ocasión le presentaron—, pudo papá entrar en casa. Así se enteró que el Club Colegial (Carlos era el presidente y estaba creando las condiciones para algunos ensayos, justamente con la rubia) había organizado un baile a beneficio de algo, en casa, comedor y vestíbulo incluidos.
El club Colegial fue un inteligente invento que en el Colegio Nacional cumplió con una fundamental e inconfesada función: servir de pretexto para frecuentes reuniones de comisión. Así se podía alternar con el sexo opuesto que tenía sus clases en el otro turno: varones a la mañana u mujeres a la tarde.
Por supuesto, también aprovecharon el comedor los y las jóvenes de la parroquia. En este caso, la relación entre los sexos era algo distinta. Las jóvenes de la parroquia eran más conocidas y sin misterio, casi amigas. Y además, recatadas. Queda claro que, en consecuencia, eran infinitamente menos apetecibles. No obstante, el mandato bíblico: “Creced y multiplicaos” era afanosamente meditado y rumiado; componía el cuerpo principal de frecuentes discusiones de confesionario y constituía para la mayoría una asignatura pendiente, siempre postergada para mejor oportunidad.
(continuará)
lunes, 11 de octubre de 2010
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