jueves, 23 de septiembre de 2010

OCHO (continuación)

HABEAS CORPUS


A las seis de la tarde los trenes iban al centro casi vacíos. A esa hora todo el mundo volvía.. Sentado en un asiento del fondo del vagón, Quito podía pensar con las espaldas protegidas. “Primero, dejar las cosas de modo que se noten lo menos posible, segundo, poner distancia. ¿Quién iba a imaginar que esa palanquita era un acelerador de mano? Con un poco de suerte, puede ser que de noche papá no lo vea, pero no hay forma de disimular el bollo del guardabarros. Yo, por lo menos, no me llevé a los chicos... Alfredo, acordate cuando te llevé El Gráfico! ¡Ay Dios, que cuando vea el guardabarros no le importe! ¡Por favor, ponelo de buen humor! Vos debés conocer alguna manera...” El tren ya había llegado a Constitución y Quito no sabía si bajar o quedarse a dormir en el vagón. Por último, decidió hacer algo; aunque no sabía qué. Bajó al andén y comenzó a vagar por la calle Lima.

--------------

“Es evidente que hay días malos. Después de varias horas de ejercitar la paciencia en el consultorio y de un incómodo viaje en tren, me encuentro conque seguramente algún camionero descuidado de La Negra me abolló un guardabarros... El pobre carnicero no tiene la culpa, pero me molestó bastante que lo negara con tanta seguridad. Así que no le pude pedir que fuera conmigo a hacer la denuncia a la comisaría para el trámite del seguro. ¿Y cómo seguirá este trámite?... Mañana voy a tener que ir a la compañía y perder el tiempo con papeles!... Para mejor en casa me encuentro conque Quito no llegó. Seguro que se fue a lo de Tito, pero como ese chico no tiene teléfono voy a tener que ir a buscarlo... Cuando lo rete, voy a tratar de no descagar en él mi mal humor por lo del auto...

El timbre del teléfono cortó el soliloquio de papá. Una voz desconocida preguntó:

—Buenas noches, señor ¿Hablo con Adrogué 0421?
—Sí.
—¿Podría hablar por favor con el Doctor Salgado?
—Él habla.
—Mucho gusto, Doctor. Usted no me conoce, yo soy el Doctor Fulano-de-Tal. Soy abogado y tengo aquí un chico que dice ser su hijo... (titubea como consultando una anotación) Manuel Rodolfo. Resulta que cayó por el estudio a plantear un problema que por lo que vi lo tiene muy angustiado. Me consulta porque le usó a usted el auto, un Chevrolet. Lo único que puede agregar es que es gris y que tiene acelerador de mano. Parece que lo sacó para dar sólo una vueltita a la manzana y que por un infortunado accidente le rozó un poquito el guardabarros. Usted disculpe que lo moleste, pero me da no sé qué no ayudarlo a solucionar el problema. Él me pide que solicite algo al juzgado; no sabe bien si corresponde un Habeas Corpus o un Recurso de amparo, pero parece muy decidido.

Para ese entonces, papá ya no podía aguantar la risa. La bronca por la travesura se mezclaba con un cierto orgullo por ese hijo que mostraba tantos recursos. Mamá se había acercado a curiosear y lo interrogaba con la mirada. Papá, no sabiendo bien qué decir, acudió a su latiguillo.

—¡Ajá!
—Doctor Salgado, ¿Puedo mandarle el chico a su casa? Si me lo permite, quisiera pedirle que no sea muy severo. Estoy cansado, ya son las nueve de la noche y me gustaría que la última gestión del día tenga algún éxito. ¿Ud. acostumbra a pegarle?
—No, mi amigo; solamente cuando hace falta, dijo papá que ya había cambiado de humor y estaba dispuesto a tomar el caso a la chacota. —Mándemelo tranquilo, Doctor, que sólo le voy a dar un reto. Y le agradezco mucho su llamada...

---------------------

Así fue como Quito no sólo solucionó el problema de su travesura, sino que además decidió su vocación. Algunos años después comenzó a estudiar abogacía. Al salir indemne de la instancia judicial hogareña con sólo una reprimenda que intentaba ser severa sin conseguirlo, comprobó la utilidad del profesional del derecho para la protección de jóvenes delincuentes desvalidos. Además, le demostró a Alfredo, su rival, que no todo es tener fuerza, saber manejar y conocer de motores. Se puede disputar un liderazgo usando otras herramientas.

No hay comentarios: