jueves, 3 de septiembre de 2009

MISTERIO Y ABSURDO

Asombra, también inquieta, lo que se conoce acerca de la evolución de la vida en el planeta. Según nos informan los estudiosos del tema, el mecanismo por el cual se van modificando las formas de vida incluye tres elementos: en primer término, mutaciones espontáneas y al azar de la estructura del ADN con la consiguiente variabilidad en el funcionamiento de los individuos en su confrontación con el medio; posterior selección natural de los que, merced a estas constantes e insensibles mutaciones han alcanzado una mayor adaptabilidad por ser más fuertes, rápidos e inteligentes. Al ser los más capacitados para sobrevivir, estos son los que tienen también más oportunidades de reproducirse y por consiguiente de ir paulatinamente sustituyendo a los escasos descendientes de los débiles. Y por último, tiempo, muchísimo tiempo. El estallido que marcó el inicio del universo habría sucedido hace 20.000 millones de años. El Sol y la tierra existirían desde hace 4.500 millones, las primeras formas de vida hace 1.000, la humanidad desde hace un millón de años. Los terápsidos, antecesores de los mamíferos, habrían sido los primeros que poseyeron rasgos rudimentarios de amor a la prole. Este amor significó un cambio radical respecto de la conducta de los reptiles y les otorgó una ventaja que los hizo prosperar; en algunos millones de años fueron los amos de la tierra. El rasgo de los seres vivos que fue paulatinamente demostrando ser el más capaz de brindar adaptabilidad al medio fue la inteligencia. Y es la inteligencia la que convirtió al Homo Sapiens en el dueño del mundo.
Toda esta secuencia evolutiva tiene una constante: Sobreviven, prosperan y dominan los que tienen más poder. Es el poder el que otorga derecho a la supervivencia. Esta evolución no tiene una meta. No se produce para alcanzar determinado objetivo sino por la lógica intrínseca del poder. Si el amor sirvió en determinado momento de la evolución fue porque otorgó más poder, fue tan sólo un ensayo exitoso de la naturaleza.
Pasar revista a estos datos de la historia natural provoca inevitables cuestionamientos. Nociones tan valoradas, tan superadoras de la condición humana como son la ética, la solidaridad con los débiles, la justicia, la compasión, no serían más que rémoras, ensayos evolutivos destinados al fracaso. La gran pregunta de la Humanidad:¿Para qué? sencillamente no tendría respuesta. No habría ningún “Para qué”. Sólo muchísimos “porques”. De tomarse los datos de las ciencias naturales como normas de vida, tendrían razón los pragmáticos, los amorales, los inescrupulosos, los desalmados. Simplemente, porque al no verse limitados en sus posibles conductas por ilusorias consideraciones, tendrían más poder, más versatilidad, se adaptarían mejor y más rápido a cualquier cambio en las condiciones del medio, e inevitablemente prevalecerían.
Es un desafío apasionante el aferrarse a la razón. A la razón que nos impulsa a investigar, que nos lleva a conocer los orígenes de la vida y que es la misma que nos exige que las cosas tengan algún sentido. Que no acepta que se nos diga “No-tiene-sentido-pretender-que-las-cosas-tengan-sentido” Que tampoco acepta que se sustituyan los grandes misterios por un colosal, inútil y aterrador absurdo.

(de "Filosofía de Boliche")

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