martes, 10 de marzo de 2009

LA DECADENCIA DE LA AMISTAD

Muchos pensadores han creído notar que, en estos tiempos, la amistad es más un tema de conversación que una actividad concreta.
Por cierto es relativamente fácil encontrar personas dispuestas a componer canciones sobre los amigos. En cambio es bastante difícil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero.
Según parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia. Todos los días uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se jactan de ella.
—Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos o ninguno —nos gritan en la cara—. Y uno advierte que el sujeto está esperando que lo feliciten por semejante hazaña (…)
Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que está rodeado de extraños: compañeros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad están lejos, probablemente encerrados en círculos parecidos.
Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas (…)
… existió en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios. Fie la célebre Proveeduría de Amigos de Ocasión. Sus fines de lucro eran innegables. Todavía hoy se recuerda su slogan publicitario: “Tenga un amigo desinteresado. Páguelo en cuotas”. Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y amplio. Los empleados sabían cómo atacar.
—Buenas tardes. No sabés lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer.
Y a los treinta segundos uno se sentía entre amigos. Después, entre palmadas, guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio catálogo de la proveeduría.
Tenían amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia de una operación. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. Amigos efusivos que saludaban con abrazos y se despedían a los gritos. Amigos divertidos, eruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas.
También se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas encumbradas. Consistía en el alquiler de una corte de adulones que acompañaban al cliente a todas partes, se reían de sus chistes, aplaudían sus ocurrencias, y suscribían con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. Precediendo a esta comparsa, solía marchar un corneta, que abría la puerta de los bares y asomando la cabeza gritaba: —¡Ahí viene el doctor Del Prete…!
En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprensión, la poesía y el juego del codillo, también existían enemigos de la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles.
Los Hombres Sensibles nunca fuero buenos clientes de la agencia Amigos de Ocasión. Quizá porque sus presupuestos fueran muy humildes. O a lo mejor porque les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos de Ángel Gris tenían un criollo pudor en estas cuestiones. Para ellos andar declarando públicamente el grado de amistad que sentían por alguien era cosa de afeminados.
Ya en su última etapa, la proveeduría empezó a ofrecer viejos amigos. En un principio la idea consistía en rastrear —a pedido del cliente— el paradero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era demasiado complicada, resolvieron que era más fácil inventar antiguas amistades que rescatarlas del pasado.
Se preparó entonces un magnífico grupo de viejos mentirosos que ante la entrada de un candidato de cierta edad, fingían reconocerlo y le soltaban cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza.
Esta sección trabajaba mucho en las cenas anuales del Colegio Nacional Nicolás Avellaneda, promoción 1921. Se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes había pisado jamás ese establecimiento, lo que no les impidió evocar a profesores, reírse de pasadas travesuras y brindar por encuentros futuros.
Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyó a este hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espíritus escépticos. En Flores y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. Todavía en nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son más leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexión.
Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad una virtud de animal. Ocurre simplemente, que la módica organización mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razón que no se les permite escribir novelas.
Hoy, cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasión, vale la pena preguntarse si no será necesario inventar algo para reemplazarla.
Será difícil, desde luego. Nadie podrá rescatar a los amigos perdidos. Poco podrá hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo.
En todo caso, cada uno de nosotros deberá cuidar lo poco que tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas. Se trata únicamente de sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que están más cerca de nuestro espíritu.
Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo amigos viejos a los que todavía no conocemos.


(Extracto de un cuento de Alejandro Dolina)

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