lunes, 17 de noviembre de 2008

HISTORIAS DE JUAN ORDOÑEZ - ABBÁ - 5

ACADEMIA (1997)

El auditorio imponente, colmado de hombres y mujeres desenvueltos y elegantes; dueños de sí mismos. Familiarizados con esas alfombras que a Marcos le parecía habían sido puestas especialmente para él; algo así como una alarma contra insignificantes. Le bastó entrar en el salón iluminado (nada menos que El Templo de La Ciencia Médica) para arrepentirse de haber ido. Con la vista buscó a alguien con quien aparentar sentirse cómodo. Tal vez otro como él; fuera de lugar, demasiado joven, corto de curriculum y lleno de incertidumbres. Pero, claro, él era el único ("sapo de otro pozo" pensó, para enseguida avergonzarse de su vulgaridad) Trató de adoptar una actitud digna; algo así como "Estoy-hastiado-y-aburrido-y-ustedes-no-me-importan" o "Dejé-cosas-muy-importantes-para-venir-aquí". Buscó un espejo donde ensayar miradas de tolerancia y desprecio. No lo encontró; además, tomó conciencia de su expresión de desamparo.

Si estaba aquí, acogotado por esa corbata anticuada y tironeado dentro de su "Traje para casamientos" era sólo por el Profesor. Desde aquella noche de hacía dos años en la guardia del Hospital, Marcos se había declarado incondicional del Profesor Pedro Suarez. Había algo en ese hombre. Nunca lo pudo definir pero sabía que se podía hablar con él. Y que a veces, muy en el fondo de su mirada anhelante, el Profesor dejaba ver su necesidad de la gente. Hoy, en este acto tan formal, el Profesor se iba a convertir en miembro de la Academia Nacional de Medicina. Marcos lo imaginaba algo violento (él lo conocía) y tratando sin éxito de pasar inadvertido en una ceremonia que lo tenía por estrella. Lo buscó con la mirada entre los miembros de la Academia que conversaban entre ellos (Cosas Importantes, Temas de Adultos) sentados ante el largo escritorio. Ahí estaba, en un rincón, claro, y escuchando con atención la perorata de un anciano evidentemente acostumbrado a dictar conductas desde la altura de sus cátedras y de sus años. Marcos sabía que el Profesor nunca sería así. Había algo de frívolo en todo esto (pensaba Marcos: acontecimiento mundano, Jet-Set de la Ciencia. Solemne, aunque jovial y deportivo. Golf y Country. Aire puro, acondicionado y saludable. Satisfacción) Sin notarlo se dejaba ganar por una rebeldía sin objetivos. Su Profesor no era para esto.

Después de las palabras del Presidente y del previsible discurso de presentación lleno de mayúsculas —a Marcos le pareció que no estaban hablando del Profesor. Era su curriculum lo que importaba: títulos, honores, mármol y bronce— el Profesor Pedro Suarez se acercó al atril. Titubeando, comenzó a agradecer las palabras del presentador y a leer un elogio al Académico saliente, designado Miembro
Emérito de la Academia. Terminado el ritual de rigor, dejó los papeles. También quedó a un lado la formalidad y la ceremonia. A Marcos le pareció que el ambiente era ganado por un aire fresco. El nuevo Académico comenzó con timidez (como apelando a la tolerancia del auditorio) un sincero, claro y vehemente elogio de la profesión médica. Pero también una exposición descarnada de los conflictos humanos en el ejercicio de la medicina. Nunca antes había sentido Marcos en forma tan marcada la oposición frontal entre el pragmatismo y la ética. Mientras el Profesor hablaba en un tono casi coloquial, Marcos percibió en el auditorio una nueva actitud. Desapareció de los rostros la máscara de autocomplacencia y superficialidad. Por primera vez advirtió que no era tan distinto de esa gente. Todos ensimismados y serios, quizá cuestionándose o tal vez conociéndose. Nada más alejado de aquel auditorio que la frivolidad. "La ética es más un camino que una ciencia. No se estudia, es una elección diaria. No se descubre en base a encuestas, ya que está por encima de nosotros y de nuestras modas y opiniones, siempre cambiantes; la ética preexiste..." "El avance científico, las publicaciones y los títulos, esta misma Academia, sólo tienen sentido si su finalidad última es el crecimiento del Hombre..." "Nuestro enemigo es el dolor del Hombre y nuestra principal herramienta es la compasión.."

Hubo un cerrado aplauso al terminar su discurso el Profesor. Todos aprobaban esa doctrina; querían vivir así. O tal vez sentían la nostalgia de aquellos ideales y se alegraban de que hubiera aún quien los recordara. Marcos desbordaba de orgullo. El había compartido la guardia con ese hombre...Esperó con paciencia para acercarse, felicitarlo por su nuevo título y por su discurso y tal vez guardar algo del calor de aquella mano que él había visto apoyada en la de un pobre viejo moribundo. Tuvo que esperar que terminara un abrazo que parecía interminable. Un señor de edad (cara arrugada, pelo desprolijo) vestido con un traje que no le iba, acariciaba cariñosamente la cabeza del Profesor Suarez...

- ¿No te gustaría trabajar en mi empresa...? Me podrías escribir los discursos que tengo que decir los domingos... Ando algo falto de ideas, sabés... ¿No te gustaría Pedro...?

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