jueves, 13 de noviembre de 2008

HISTORIAS DE JUAN ORDOÑEZ - ABBÁ - 4

EN UN MARCO DE AZUL CELESTIAL


ACTA Nro. 157

__________ El día 17 de junio del año del Señor de Un Mil Novecientos Noventa y Seis, siendo las 19 hs., con la asistencia de los Sres. Presidentes de Instituciones detallados al margen y la paternal supervisión del Reverendo Cura Párroco, Reverendo Padre Presbítero Don Juan Ordoñez, se reúne la Junta Parroquial de la Parroquia de La Sagrada Familia a fin de considerar el Orden del Día distribuido con la debida anterioridad.

__________ El previamente mencionado Orden del Día consta de dos puntos, a saber: 1) Lectura del acta anterior. 2) Estado financiero poco menos que caótico de la Guardería Infantil sita en esta Parroquia: cuadro de situación y propuestas de solución.

__________ Después del rezo de las oraciones oficiales de práctica y de la lectura del acta anterior que fue aprobada por unanimidad, el Reverendo Cura Párroco hace uso de la palabra instando a los presentes a abocarse sin demora a la consideración del Orden del D{a, ya que debe llevarle hoy mismo alguna palabra de aliento al propietario de la Panadería y Confitería "La Perla" y al del almacén "El Familiar" (nuestros apreciados convecinos Don Vicente Llamis y Don Manuel Longueira respectivamente) constituidos en los principales acreedores de la guardería mencionada "ut supra".

__________ La Presidenta de la Comisión de Damas "Pro-Familia" Sra. Felicitas Diógenes, Viuda de Olaechea, propone se realice una Tómbola, Bingo, Rifa o Evento Similar, dado que es un recurso no sólo tradicional sino también de probada eficacia en la resolución de situaciones como la que nos ocupa. Después de un prolongado cambio de opiniones se concluye que, en la medida de lo posible, se evitarán los juegos de azar, dado que presentan el riesgo de odiosos conflictos de intereses subalternos. Como ejemplo por demás ilustrativo baste mencionar la rifa de triste memoria realizada el año pasado en ocasión del festival "Pro-Refacción del Salón Parroquial" en la cual, a raíz de la aparición de comprobantes apócrifos, la adjudicación del primer premio está aún siendo materia de controversia y amenaza convertirse en una seria enemistad entre dos distinguidos feligreses de esta comunidad.

__________ El Presidente del Círculo Juvenil, joven Rolo Lombardelli, propone se efectúe un Campeonato Interparroquial de Football. Los fondos recaudados provendrían de:

a) La Cuota de inscripción de los equipos participantes, a razón de 10 pesos por integrante sin límite de integrantes por equipo. Es decir que cuantos más jóvenes de una Parroquia se inscriban, su equipo podría contar con más suplentes para el recambio, aportando por otra parte más dinero a la recaudación.

b) El valor de la entrada del público. Se prevé una masiva concurrencia de familiares de los participantes, así como del público del barrio en general, atraído por una cuidada promoción, y de los amigos y colaboradores de la Guardería Infantil, deseosos de contribuir al éxito de la fiesta deportiva.

c) La recaudación en concepto de Buffet. A este respecto, el Reverendo Cura Párroco recomienda se evite el expendio de bebidas alcohólicas, dado que también hay memoria de situaciones bochornosas y en algunos casos bastante violentas ocasionadas por feligreses fuera de control. A este respecto, el joven Lombardelli destaca que en su agrupación se había previsto la venta sólo de gaseosas y la preparación de panchos y sándwiches de hamburguesas (de gran demanda entre los jóvenes) y de sándwiches de chorizo, que además de ser del agrado del consumidor adulto, ofrece la ventaja adicional de su aroma, que invita a la consumición. A esto podría agregarse el expendio de café y de tortas, para lo cual se contaría con la generosidad y proverbial habilidad culinaria de las damas aquí presentes.

__________ Considerando los distintos aspectos de la propuesta del grupo juvenil, la misma es aceptada por unanimidad, dado que se considera que no sólo se podrán saldar las abultadas y jugosas deudas contraídas con los mencionados convecinos y proveedores Llamis y Longueira, sino que se contribuirá a la camaradería y sana amistad entre los distintos grupos parroquiales así como entre los habitantes de este humilde aunque (¿por qué no decirlo?) trabajador vecindario.

Sin otro particular, siendo las 20,30 hs. y después de las oraciones oficiales de práctica, se da por terminada la presente reunión de Junta Parroquial.


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Roberto Sempere Diego Cora
Secretario Presidente

El secretario de la Junta Parroquial estaba muy orgulloso de sus actas. Siempre fue un convencido de que la prolijidad en la redacción es un elocuente testimonio de una vida prolija. Y de que una vida prolija es una vida virtuosa. En la reuniones de Junta y durante el cumplimiento de punto 1 (invariablemente "Lectura del acta anterior") Juan había tomado la costumbre de ocultar la cara o por lo menos la boca con sus manos a fin de mostrar un rostro impasible ante los hallazgos y filigranas literarias del Secretario, siempre renovadas y mechadas con todos los latines disponibles en su repertorio. Don Roberto leía sus actas con voz atiplada y llena de inflexiones que buscaban resaltar los pasajes a su juicio más felices del texto. Hubo ocasiones en que a Juan le saltaron las lágrimas ante alguna expresión desopilante. Felizmente, como pudo comprobar por la mirada compasiva de alguna de las participantes, la mano cruzada en la boca cumplía eficazmente con su misión.

–Che, Rolo...! Cuando puedas date una vuelta por aquí que tenemos que hablar...Era un sábado a la tarde y Juan estaba sentado en su escritorio estudiando el libro de contabilidad de la guardería. Los muchachos de la parroquia estaban en el patio y en el terreno del fondo. Algunos jugaban a la pelota; otros hablaban gesticulando sentados en rueda en el piso de cemento. Durante la tarde de los sábados la parroquia pertenecía a los jóvenes. Tenían que arreglar el mundo y parecía que sólo ellos conservaban la esperanza de hacerlo. Cuando llegó Rolo, Juan estaba entrando en un pozo de desánimo.
–Y, ¿Cómo andan las cosas, Rolo...? (Rolo sabía de que le hablaba. Un rato antes lo había visto a Juan con el almacenero Longueira. Juan hablaba y el otro escuchaba. Casi se hubiera dicho que el gallego lo estaba confesando al cura)
–Bien, Juan; quedate piola...Conseguiste tranquilizarlo al gallego...?
–Si, lo tranquilicé. Ahora tranquilizame vos a mí. Con eso de "Bien, Juan" no me alcanzó. ¿Cómo anda la cosa del campeonato? Juan tenía confianza en la buena voluntad de esos pibes pero no tanto en su constancia. Además, sabía que un objetivo tan modesto y prosaico como conseguir la comida de todos los días para unos cuantos chicos de guardería no les provocaba mucho entusiasmo. Ellos buscaban algo más grande y definitivo.
–¿El campeonato decís? El campeonato va a ser un golazo, cura. Ya hablamos con los chicos de la capilla de Luján, del Colegio de curas y de Lucas Tadeo. Todos agarraron volando. Hoy armamos una comisión para arreglar la canchita. Hay que cortar el pasto, asegurar los arcos, marcarla, que se yo... Te juro que la vamos a pasar bomba. Y de paso nos vamos a armar de buena guita para los pendejos.
–No digas "Los pendejos" Rolo... No seas guaso. Mirá si te oyen las señoras de Junta... Había cierta complicidad no confesada entre el cura y el chico, hecha de miradas furtivas y amagar de gestos durante las reuniones de Junta. Rolo también había adoptado la costumbre de enmascararse con las manos en el momento en que Don Roberto leía sus actas y estaba aprendiendo a disfrutar de los modos y manías de las generaciones anteriores. No era poco para un adolescente de 17 años. Rolo volvió a su reunión. Le gustaba este cura; con el podía hablar sin problemas. Sabía escuchar, sabía cuándo se jodía y cuándo se hablaba en serio; eso a él le constaba. Rolo era menudo, morocho y medio caudillo. Era el mayor de cuatro hermanos varones. Su madre había muerto siendo él chico; casi no la recordaba. Rolo ayudaba al padre en trabajos de plomería y su intensa vida social tenía dos ámbitos bien diferenciados: la parroquia y el club del barrio.

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El partido se estaba jugando casi a desgano. Ese domingo hacía demasiado calor y la barra del "Progreso" (Rolo era el "Secretario de Deportes") optó finalmente por buscar la sombra de los paraísos. Además del nombre, el patrimonio del club sólo comprendía 11 camisetas. Desde su fundación el cargo de Presidente era del Negro Encina; había sido elegido por unanimidad ya que el candidato contaba con dos tradicionales y poderosos argumentos. Era el dueño de la pelota y el más grandote. Bastaba una discreta exhibición de corpulencia para que las diferencias de opinión que a veces se suscitaban con otras barras durante los partidos se solucionaran rápidamente. Bajo los paraísos del borde del potrero, el tema era el campeonato.
–Y cuando nos toque jugar con los monaguillos, ¿vos vas a meter...? El club había decidido participar del campeonato, siempre que el Rolo jugara para el "Progreso". El conflicto de lealtades no llegó a plantearse, ya que el Rolo aclaró desde un principio que por ser los organizadores, los de la Parroquia aceptaban que él jugara para el club.
–Si macho, voy a meter. Pero además la cosa no es a muerte. Calculá que es a beneficio de la guardería, van a venir pibes de afuera... Que se yo. Todo manso, Me explico?
–Al negro le pareció bien. A pesar del abuelo anarquista y de sus padres borrosamente comecuras, los de la parroquia le parecían buenos pibes. Con varios de ellos había ido a la escuela y a todos los tenía vistos. Al cura lo conocía poco, pero había oído hablar bien de él. Parece que era bien gaucho y no fruncía la nariz para meterse en cualquier lado. Hasta a la villa iba el viejo, siempre con sus bombachas descoloridas y esa boina inconfundible.
Resultó fácil reclutar los equipos que faltaban. El campeonato iba a ser por eliminación simple y a jugarse en el día, de modo que se cerró la inscripción cuando se habían anotado ocho. Eran seis de parroquia, el del colegio de curas y el del Progreso. Para darle al evento imagen de seriedad y garantías a todos, se consiguió que participe en forma honoraria Recaredo Ramos, un ex-árbitro de primera de un barrio vecino; puso sólo dos condiciones: una era tener alguna reunión previa con los que iban a ser sus jueces de línea (cada equipo participante aportaba uno: debía ser una persona mayor, de ser posible incorruptible y de aspecto respetable). Y la otra, que no le cobraran los sándwiches de chorizo del mediodía. Como por su investidura él no podía confraternizar con los jugadores y mucho menos con las hinchadas, pidió comer a solas en la cocina de la parroquia. Y de paso, reemplazar la coca-cola por algún vaso de vino.
Como todos estos arreglos los cerraban Rolo y los demás muchachos y chicas de la parroquia, Juan disponía de poca información. Quería mostrar a los jóvenes que tenía confianza en su seriedad por lo que no volvió a preguntar sobre el campeonato. Se enteraba de las novedades por lo poco que le comentaban los chicos y por fragmentos de discusiones que llegaban a su escritorio la tarde de los sábados. Dejaba la ventana abierta y apoyaba la frente en su mano. Cualquiera pensaría que estaba concentrado en sus papeles; en realidad en esos momentos era todo oídos.
–Vos mejor prepará el sermón de mañana en lugar de husmear donde no te llaman... Marta le había cambiado la yerba al mate y como siempre, entró al escritorio del cura sin anunciarse.
–Pero Marta, no me jodas... Los curas no nos casamos justamente para evitar eso, Ves...? Además, esto de la organización del campeonato me divierte como loco. Ya es bastante lo que me cuesta no meterme en la reunión para discutir junto con los pibes...
–Te das cuenta por qué me voy a confesar a otra parroquia...? Sos muy chiquilín, vos...
Hubo sin embargo algo que consiguió Juan. Después de una discreta gestión, el ex-árbitro Recaredo Ramos lo invitó a participar de la reunión técnica con los jueces de línea. El cura párroco tenía varias dudas reglamentarias que hacía tiempo deseaba aclarar.

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Eran las seis de la mañana. Rolo se levantó de un salto y en calzoncillos salió al patio. El tiempo estaba estupendo; todo iba a salir bien. Rezó un Padrenuestro apuntando a la última estrella. Su cabeza era un torbellino: ¿De qué me estoy olvidando...? Se habían repartido los trabajos. El gordo se encargaba del buffet. Junto con dos pibas más tenían los panes, los chorizos y los panchos, las cocas y las naranjas. Las tortas las iban a traer las viejas en el curso de la mañana. El gordo dijo que él conseguía el cambio-Susy en la boletería control de la recaudación-la Mecha con el auto del viejo buscar referí a las ocho comprobar con discreción que no se olvidaba del equipo negro y el silbato... la copa y las medallas... (en este momento se dio cuenta de que durante la noche, mientras se revolvía en la cama, había repasado mil veces las mismas cosas) El sorteo de los partidos, la cancha bien marcada, los jueces de línea desconocidos, público de afuera, Negro desconfiado...
Cuando llegó a la parroquia vio que una vez más era el primero en llegar. Lo aceptaba resignado aunque no podía evitar el sufrimiento. Bastaba que uno se quedara dormido para que todo el mecanismo se trabara. A veces envidiaba a los siempre felices optimistas como Germán, el gordo que iba a manejar el buffet. A él, en cambio, la responsabilidad (exagerada, pensaba a veces) lo hacía estar tenso y con cara de culo. Recién disfrutaba de las cosas cuando ya habían sucedido. El "durante" era siempre para el Rolo un nudo en el estómago.
Pero los pibes (y esto lo pudo comprobar el Rolo) en el momento de la prueba suelen superar su imagen de irresponsable despreocupación. La gente vino a la hora pactada. El gordo con sus ayudantes, panchos y choripanes, Susy con talonarios, el referí, los jueces de l{nea, equipos e hinchadas. Todos pagando sin quejas su entrada, todo muy civilizado. Sin embargo...sin embargo...Había una cosa que al Rolo no lo terminaba de tranquilizar. Algo que flotaba en el aire, algunas miradas, algún exceso de cohesión interna de los grupos, algún cartel, alguna vincha... cierto olor a barra brava preparándose para el momento definitivo. También demasiada formalidad y demasiada educación. Francamente, nadie hubiera dicho que esa gente que poblaba los rincones mirando de soslayo y que rodeaba a sus jugadores en herméticos conciliábulos, venía a divertirse y a "contribuir a la camaradería y sana amistad entre los distintos grupos parroquiales así como entre los habitantes de este humilde aunque (Por qué no decirlo?) trabajador vecindario" como aspiraban Don Roberto y las damas de la Junta.
Rolo prefirió pensar que estas prevenciones eran un indeseable subproducto de su sentido de responsabilidad. A pesar de esas banderas ("Santa Teresita, sos mi vida" y "Meta huevo, Tadeo") intentó disfrutar de la fiesta, de los panchos, de los partidos y de la Copa (que estaba seguro iba a ser para "El Progreso"). Y hay que reconocer que hasta el penal y la expulsión la cosa funcionó.
Resumiendo, la historia fue ésta. Ya se habían jugado los tres partidos programados para la mañana. Sin novedad. Se agotaron los panchos y los chorizos; sólo quedaban gaseosas metidas en el piletón entre semiderretidas barras de hielo y tapadas con una arpillera húmeda. Los restos de torta seguramente desaparecerían a la tarde acompañando al mate cocido que Marta preparaba en la cocina. Perfecto. La Susy no dejaba de alisar y acomodar billetes en prolijas pilas para poder contabilizar la recaudación y el gallego Longueira, principal beneficiario del evento, miraba el montón de billetes con una justificada, vieja y siempre postergada codicia. Todo bien. Don Roberto explicaba la ley del "Off-side" a Doña Felicitas Diógenes, Viuda de Olaechea, ilustrando su disertación con anécdotas de "La delantera de oro" Lauri, Scopelli, Sosaya, Nolo Ferreyra y Guaita. Excelente. (Mientras tanto, iba imaginando frases para su próxima acta: "Numeroso Público" "Justa Deportiva" "Cristiana Camaradería" etc.) Las hinchadas, familiares y vecinos de los distintos equipos, casi no insultaban al referí. Y Juan, manteniéndose en un discreto segundo plano, disfrutaba de la fiesta. Con el pretexto del campeonato relámpago, había venido a visitarlo Horacio, viejo amigo suyo y cura de San Judas Tadeo. De paso, acompañaba a sus feligreses y hacía fuerza por su equipo.
Todo comenzó en la segunda semifinal: San Judas Tadeo Vs. Santa Julia. En la primera, "El Progreso" había eliminado a los dueños de casa por 7 a 3. Cuatro de los goles del club los había anotado el Rolo, quien en su afán de demostrarle al Negro que "metía", sometió a dura prueba su popularidad entre los jóvenes de la Parroquia. Pero el plato fuerte se iba a servir en la otra semifinal. Hay que reconocer que los de "Tadeo" hacían honor a su bandera (aquella que aludía al huevo). Su estilo de juego era algo vehemente (ésta fue la palabra que usó Horacio. Juan le musitó al oído: "Vos si querés llamalo estilo vehemente, pero reconocé que son unos sucios de mierda") Santa Julia, en cambio, practicaba un juego preciosista y atildado. El clásico duelo. Las simpatías de todos (incluida, según se dijo después, la del propio referí) se habían volcado por Santa Julia. A pesar de estar empatados 3 a 3, bastaban dos pases seguidos entre sus jugadores para que aparecieran los provocativos "Oleee...!" de todo el público. La presión de la hinchada de Tadeo iba en aumento. Todo pudo haber quedado en un pasajero mal humor de aquella ruda feligresía. Quizá eso no hubiera alterado la cristiana camaradería. Ellos estaban acostumbrados a luchar y a "poner huevo". Esa era la de ellos. Gritaban, alentaban, sufrían y puteaban desgañitándose como Dios manda hacer los domingos por la tarde. La causa por la cual la sana confrontación se saliera de madre fue un inocente tiro de esquina a favor de Santa Julia. El arquero de Tadeo (barbudo, físico-culturista y cara de pocos amigos) justo en el momento de partir la pelota impulsada con impecable chanfle al segundo palo, le acomodó un seco golpe de codo en la punta de la nariz al nueve rival con tan mala suerte que la sangre del goleador salpicó a varios circundantes, entre otros a Don Recaredo Ramos. Por si quedaban dudas de la infracción, el delantero de Santa Julia inició en el suelo una serie de contorsiones. Abría y cerraba los brazos, llamaba a la mamá, arqueaba el cuerpo, se palpaba la nariz y mostraba la sangre al público. Algo sobreactuado pero eficaz. Don Recaredo estuvo a la altura de las circunstancias. Erguido en toda su escasa estatura y en posición de firmes, con el casi cadáver de Santa Julia revolcándose a sus pies, llevó la mano derecha al bolsillo trasero del pantalón, extrajo una tarjeta roja y con el brazo extendido hacia el cielo la mostró al musculoso golero y a todo el público, al tiempo que con la otra mano señalaba el punto del penal. La crónica de lo que pasó después nunca fue escrita. Cada participante de aquel inolvidable campeonato guarda algún recuerdo fragmentario, en ningún caso coincidente con los del vecino. Es que hubo demasiada acción. En algún momento se lo vio a Don Recaredo en el suelo cubriéndose la cabeza con los brazos, y al Rolo apelando a los gritos a la fraternidad cristiana mientras un dirigente de Tadeo le vociferaba versículos del evangelio apoyando sus reclamos. Seguramente la mayoría de los participantes de la gresca intentaba pacificar los ánimos; sólo que lo hacían en forma tan enfática que su actitud era indistinguible de los que querían colgar al referí. El fuego de las pasiones se fue extinguiendo de a poco. La mayoría optó por huir discretamente, comenzando por la viuda de Olaechea.
Y la copa quedó vacante. Esa noche, Horacio se quedó a cenar con Juan.
–Sabés que pasa, Juan? Estos se van a ir a la parroquia para guardar los carteles, comentar... Yo prefiero no participar de eso. Que te parece...?
–Me parece perfecto. Medio hipocritón, pero perfecto. (hacía muchos años que no se divertía tanto) Vos no eras jesuita, ¿No Horacio...? Mientras comían los restos de torta que habían quedado como postre, Juan comentó en tono casual: Parece buena gente la de tu parroquia... algo vehementes, eso sí. Che Horacio, si te parece, aclarales en algún momento que si San Judas Tadeo levantara la cabeza es muy poco probable que quisiera hacerle a Santa Julia esas cosas que decían. Tengo entendido que era muy casto el hombre... ¿Como era el cantito...?

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