Quiso sentir el viento golpeando la cara y al corazón apretado dominando el abismo. Quiso tener la majestad del cóndor para volar en círculos sobre el valle. Entonces creó el ala-delta. Quiso disminuir el peligro y le adosó un motor, agregarle confort y le puso asiento y cabina. Así volvió a inventar el avión.
Quiso formar parte del bosque y del río, quiso sentir el crujido de las ramas bajo sus botines, el peso de una mochila, el cansancio de la picada, el frío de la noche, el calor del fuego y de la amistad. Entonces acampó en la montaña. Quiso suprimir incomodidades y fabricó mesas, calentadores, colchonetas, luces eléctricas, duchas de agua caliente, baños instalados. Había inventado otra vez el turismo.
Quiso cambiar las cosas, romperlas y hacerlas de otra manera. Quiso usar la imaginación, ser libre, iniciar empresas locas, correr utopías, ser distinto. Quiso vivir y quiso sentirse vivo. Después ya no aceptó correr riesgos, buscó evitar el desengaño y el sufrimiento; buscó seguridad. Eso también lo consiguió. Ya está muerto.
“La sabiduría edifica la casa,
la necedad con sus manos la destruye”
Proverbios 14,1
(de “Filosofía de Boliche”)
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