Los faroles iluminan la placita. La esquina es más alegre cuando de noche se encienden y uno empieza a distinguir las flores rojas y amarillas y el pasto tierno. Dicen que antes había allí un baldío. Los vecinos lo arreglaron para ponerle luces y flores. Ahora vienen las novias vestidas de ilusiones, amigas de la madre les acomodan la sonrisa y la cola del traje blanco, les toman fotos. Los novios parecen autómatas obedientes, cómicos. ¿Te acordás vieja? Aquel otro era un baldío oscuro, oculto por un cerco de ligustro. Sucio y desprolijo. Pero sucio de plantas, ¿Eh?. Nadie le tiraba basura ni papeles, ni plásticos. Quizá no era sucio, después de todo. Eran ligustros altos, espesos, esos de ramas que raspan, de hojas grandes y oscuras y crocantes. ¿Te acordás cuando las masticábamos para disimular el olor al cigarrillo? El hombre sonrió. Yo creo que tus viejos nunca te dijeron nada porque les resultaba cómico ver tu lengua color de ligustro. Los primeros besos tímidos fueron allí. Queríamos ocultarnos. Estar solos vos y yo en un mundo de penumbra verde. Yo quería estudiar tus ojos que para mí eran un milagro. Un milagro privado. En el fondo de tus ojos te veía a vos misma. Veía tu almita tierna, insegura, tus esperanzas y dudas, tu picardía y tu bondad madura. Siempre hablaste más con los ojos que con los labios. Bueeeno... No te pongas así... Después de todo no la pasamos mal, ¿no te parece...? La sonrisa del hombre encendió la de su mujer; su rostro recobró la placidez de siempre y con un gesto imperceptible le pidió que continuara. Siempre le había gustado oírlo divagar sobre aquellos tiempos de rubor fácil y olor a madreselvas. Mirá... llegaron unos autos. Uno con ese ridículo moño. Como si la pobre chica fuera un regalo. Un bombón grandote que el padre le regala a su nuevo dueño. Qué tontería, ¿no te parece vieja? Ya está la consabida foto apoyada en el farol. Mirá como se ríe la chica... ¿Sabés vieja...? Son otros tiempos, los jóvenes de ahora parece que son distintos... pero no sé..., me gustaría más si la chica no fuera tan desenvuelta, como si estuviera en una fiesta... O por lo menos que no fuera tan joven... es demasiado joven para ser frívola. Está bien..., ya sé que no la conozco, que no tengo derecho a suponerla así o asá. ¿Sabés que pasa? Es una chica tan linda... me gustaría que pudiera ser tan feliz como nosotros y temo... no sé. Sin motivo, sin transiciones, el hombre comenzó a mostrarle a su mujer campos de trigo, cielos con rosadas nubes madrugadoras, nieves eternas y brisas perfumadas. Flotaban sin esfuerzo ni movimiento. La belleza misma pasaba frente a ellos, y ellos bebían de la misma belleza. Su mujer, de sonrisa tranquila y paciente estaba de nuevo joven y el paisaje otra vez descansaba en el milagro de sus ojos.
El hombre volvió de su ensueño. El aire de la noche estaba fresco, le dolían los huesos. Ya se habían ido los coches y la placita estaba nuevamente sola y verde. Miró los ojos sonrientes de su mujer, con un pañuelo repasó el marco dorado y lo devolvió a la mesa de luz. Y en su cama solitaria, esa noche soñó con novias, nubes y estrellas.
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