Refiriéndose a una enfermera de la guardia comentó el colega, medio en broma, medio en serio: “es una persona macanuda, le podés pedir cualquier gauchada, pero eso sí; hay una cosa que no tolera: que le caiga gente a la guardia.”
Siempre pensé que la cultura de la “gauchada” encubre con frecuencia un cierto grado de corrupción en germen. Si justicia se define como “el dar lo que se debe a cada uno” queda claro que al practicarla se está dando lo que se adeuda al acreedor no quedando por lo tanto en posición de pedir nada a cambio. Quizá por eso la noción del deber no disfrute de mayor popularidad. Pero en cambio, si hago gauchadas, aunque no cumpla con mi deber, no sólo seré más popular y simpático sino que además ganaré poder, ya que quedarán en deuda conmigo. Esta es una de las premisas de la viveza criolla y de la corrupción. Se ha conseguido imponer una imagen cálida y confiable de la persona “gaucha”, amiga de sus amigos y dispensadora de favores, y una severa, fría y poco atractiva imagen del que cumple con su deber.. Cualquier cargo o función, desde atender al público en una ventanilla hasta el más encumbrado puesto de gobierno puede ser ejercido como un servicio, cumpliendo con el deber, o como un modo de ganar espacios de poder mediante la gauchada, la prebenda, la complicidad. Sólo debería ser digno de elogio el favor o “gauchada” que se hace más allá y además del simple, humilde y silencioso cumplimiento de la obligación que tengo con mi acreedor, que paga mi sueldo o que me votó en algún lejano comicio.
(de “Filosofía de Boliche”)
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