lunes, 7 de julio de 2008

EL TITERE REBELDE

Había una vez un lindo títere que se llamaba Piolín y que tenía un sombrerito azul y un vestido a rombos verdes y amarillos. Cuando el titiritero ponía la música y tiraba de los hilitos que sostenían su cabeza, sus manos y sus pies, Piolín bailaba, saltaba, daba vueltas y hacía cosas muy graciosas junto con sus compañeros. Por eso, la gente se reía y aplaudía mucho. Al terminar la función, el titiritero agradecía los aplausos y las felicitaciones; después cerraba las puertas del teatro y guardaba los títeres en un ropero oscuro. Allí los muñecos se quedaban muy quietos, con los ojos abiertos y una sonrisa tonta pintada en la cara. A veces estaban varios días despiertos, inmóviles y sonrientes en ese ropero oscuro. Y ni siquiera se aburrían, porque como sabe todo el mundo, los títeres sólo viven cuando el patrón tira de los hilos.

Un día, al terminar la actuación de Piolín y sus compañeros, una nena se levantó de su silla, y con un poco de miedo se acercó al escenario. En el hueco donde se movían los títeres había quedado Piolín desmayado en el suelo. Con los ojos abiertos pero desmayado, porque el títere malo de la nariz colorada le había dado con un gran garrote en la cabeza; todos se reían y aplaudían pero la nena no. Cuando estuvo muy cerca de Piolín, la nena le acarició la cabeza en el lugar donde le había pegado el malo con el garrote y le dijo: "Pobrecito, Piolín. ¿te dolió mucho...?"

En la oscuridad del ropero, la cabeza de Piolín —tal vez por el golpe del malo, tal vez por la caricia de la nena— comenzó a pensar. Y pensó y pensó. Y cuando le tocó actuar en el teatro, las bisagritas de la cabeza, de los brazos y de las piernas se pusieron tan duras que el patrón no pudo hacer que se movieran. Entonces Piolín quedó olvidado en el encierro del ropero, con sus coyunturas inmóviles y fijas y su cabeza pensando. Tanto pensó el muñeco que después de un tiempo también comenzó a sentir. A sentir el frío y el calor. Y recordando a la nena que una tarde le tocó la cabeza, Piolín también sintió el corazón y despacito, muy despacito, fue aprendiendo a mover los dedos, las manos, y todo lo demás. Fue aprendiendo a moverse por sí solo.

(de “Historias de Juan Ordoñez y otros cuentos”)

No hay comentarios: