viernes, 25 de julio de 2008

ASER DE NAZARETH

...Después de éste, en los días del empadronamiento, se levantó Judas el Galileo, que arrastró al pueblo en pos de sí; también éste pereció y todos los que le habían seguido se dispersaron.


Hechos 5,37


Tenía pocos amigos Aser. Desde su regreso, se había transformado en un hombre huraño. Quizá buscando no comentar su aventura, quizá por una justificada prudencia, sus costumbres habían cambiado. Después de guardar sus pocos animales, ahora prefería permanecer en su choza de la colina, solo y pensando. Muy de tanto en tanto bajaba a Nazareth. Tampoco la gente de la aldea deseaba su compañía, ya que no era prudente ser visto frecuentando a un rebelde. Los ojos del Imperio alcanzan cada rincón y aún está fresco el recuerdo de la aventura de Judas el Galileo. Aser estuvo con él desde el comienzo, al iniciarse el reclutamiento de patriotas, encandilado por la fuerte personalidad del iluminado. Era (así lo vio él) el caudillo que estuvo esperando durante tantos años. Aser no sabía nada de política, sólo era un judío fiel a Yahvéh que no podía soportar los insultos y la impureza de Herodes y la despectiva soberbia de los gentiles romanos. Si para expulsar a los impíos se debía matar y destruir, Aser lo aceptaba. Acompañó a la guerra al jefe que buscaba el reino de Yahveh, aunque siempre había sido un hombre de paz. Un buen hombre. El grito de Judas: “¡Yahveh reinará por siempre jamás!”, el mismo de Moisés cuando precipitó en el mar a los carros y caballos del Faraón, conmovió el corazón piadoso de Aser y lo hizo arriesgar su vida en la gloriosa conquista de la fortaleza de Séforis.

Ahora todo eso estaba muerto. Estaba muerto Judas, muertos muchos de los ilusos patriotas que lo siguieron, aplastada y humillada la piedad de los buenos judíos. Ahora había que tratar de sobrevivir mostrándose dóciles a los amos extranjeros. Aser no concurría ya a la sinagoga y en su espíritu se había instalado el veneno de la duda. Sólo se encontraba cómodo en la carpintería. Su amigo José no temía mostrarse conversando con él. Y además, José sabía escuchar. En su casa, Aser encontraba la paz y vaciaba su alma de la pesadumbre del fracaso y de la soledad. En la carpintería, Aser era nuevamente miembro de una familia.

Aquella tarde, José debió ausentarse por unos minutos y Aser se había ofrecido a cuidar la carpintería hasta su regreso. El hijo de José, de no más de cinco años, lo acompañaba atraído por la novedad y por las historias que tan bien sabía contar Aser.

“... Porque Yahveh no quiso que Israel se enorgulleciera creyendo que por su propia mano se habría de liberar de Madián. Entonces dijo a Gedeón: “Demasiado numeroso es el pueblo que te acompaña”, porque el pueblo de Israel estaba en armas en número de treintidós mil. Yahveh le dijo a Gedeón que bajara la gente al agua y le dijo: “A todos los que lamieren el agua con la lengua como lame un perro, los pondrás a un lado y a todos los que se arrodillen para beber los pondrás al otro...” El número de los que lamieron el agua resultó ser de trescientos y con solo la fuerza de esos trescientos entregó Yahveh a Madián en manos de Gedeón...” Mientras escuchaba pensativo el relato de Aser, el niño construía pequeñas torres con las astillas caídas al piso del taller. Cada tanto, con una leve sonrisa en su mirada de ojos negros, lo invitaba a continuar. De pronto, en el sosiego del aire con aroma a madera y de los sonidos atareados de la casa, Aser encontró que podía hablar consigo mismo como no conseguía hacer en la soledad de su colina.

“...porque,...¿sabes niño? En aquellos días Yahveh estaba con su pueblo, y armados solo con cántaros y antorchas los trescientos israelitas sembraron el pánico en los invasores, que volvieron sus espadas los unos contra los otros. Y así Yahveh puso a Madián en manos de Gedeón. Hoy... hay un invasor más fuerte que Madián, que se ríe de Yahveh y humilla a su pueblo... hoy los israelitas permanecemos en nuestro pecado, no confiamos en Yahveh y Yahveh sigue escondido, sin bajar a la tierra de su pueblo, sin dejarse oír por sus jefes, y los idólatras siguen construyendo sus templos de iniquidad en medio del pueblo de Yahveh... ¿Sabes, niño? Muchas veces pienso que Yahveh se cansó de perdonar a su pueblo, que ya pasó nuestra última oportunidad, que ya no veremos la salvación... Hay otros momentos, sin embargo, en que Yahveh parece hablarme y devolverme la esperanza...” (El niño, muy atareado en su juego, se distraía con dos astillas de madera. Parecía disfrutar de la compañía y de la voz de Aser) “No veo cómo, pero tal vez... el que hizo que se abrieran las aguas para devorar al Faraón, el que derrotó a Madián con cántaros vacíos, sigue siendo poderoso y tal vez en este momento esté preparándonos una sorpresa... somos muchos los israelitas temerosos de Yahveh, aunque nuestros infidelidades nos pesen como montañas y no veamos de que modo pueda salvarnos...” Aser permanecía en su banco, con el pequeño jugando a sus pies. En un momento, agobiado por la pena y cubriendo su cara con las manos, se dejó llevar por una angustiosa y muda oración. No notó Aser en qué momento el niño había interrumpido su juego. Pero así debió ser porque ahora estaba de pié. Su mirada profunda buscó los ojos derrotados de Aser mientras con dedos tiernos abría la encallecida mano del amigo. Aser ensayó una sonrisa, acarició con cariño la cabeza del hijo del carpintero y, distraído, guardó entre los pliegues de la túnica el regalo conque éste buscaba consolarlo. Dos astillas de madera pobre unidas entre sí por una cuerda, formando una cruz.

De "¿Por qué estáis tristes?"

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