domingo, 3 de agosto de 2008

CANÁ DE GALILEA

“Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: “No tienen vino”. Jesús le responde: “¿Que tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora”. Dice su madre a los sirvientes: “Haced lo que él os diga”.

Juan 2, 1- 5


... fue una hermosa fiesta. Nuestro amigo Natan lucía radiante y su felicidad llegaba a todos nosotros. Su esposa es venida de Naím, ninguno de nosotros la conocía... parece ser una joven bondadosa, su nombre es Ruth... pero te aseguro, no recuerdo haber estado tan alegre en fiesta alguna.... No, no se trataba de la alegría habitual, de esa que creamos de común acuerdo en celebraciones de amigos, no. Esta pareció más profunda, más real, espontánea, fácil... ¿No me entiendes? La música sonaba más pura, los manjares y las bebidas no traían la pesadumbre de la saciedad... Es claro, tú no estuviste, no puedo pedir que me comprendas, si yo mismo no lo hago. Fue solo una fiesta dices, y tienes razón. Tal vez la tengas. Fue solo una fiesta, pero una fiesta... ¿Sabes? Tuve un sueño después, un sueño extraño, incomprensible. Es decir, yo no lo comprendí, pero algo dentro de mí sí. Y eso me hizo despertar sonriendo. ¿Tú entiendes esto? Como si yo fuera más de uno, más de lo que yo mismo veo o creo. Una parte mía sigue en el sueño, no quiere dejarlo, y difunde su alegría a la parte mía que despertó. Pero... ¿No son de Dios los sentidos ocultos? ¿No habló en sueños Yahvéh a nuestro padre Abraham, ¿No habló en sueños a Faraón para así encumbrar a nuestro padre José?... Sí, claro está. Te lo contaré. Aunque el recuerdo del sueño se me borra y deja solo su emoción... Era... era una casa. Sí, una casa. Blanca, con muchas puertas y ventanas... no era de ese blanco que enfría el alma, no. Era como ése acariciado por los rosas y los celestes del crepúsculo. Llenaban la casa de color las flores que la rodeaban, rojas, azules, amarillas... hierba verde, trigales ondulados por la música del aire... solo recuerdo que su belleza y su perfume me apretaban el corazón... ¿Me entiendes? Era un perfume discreto, del prado y también de la casa, de caricia suave y que llegaba hasta más allá de las montañas... “Un paraíso de granados, con frutos exquisitos; nardo y azafrán, caña aromática y canela, con todos los árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos...” Era grande la casa, pero no ostentosa. Era una casa amigable, un hogar. Te lo dije, tenía muchas puertas y ventanas. Todas estaban abiertas de par en par. Las cortinas de suave lino eran humildes, traían recuerdos de mi madre. La brisa de la tarde las agitaba dejando entrever algo del interior. Llegaba de él un crepitar de fuego y un calor compasivo, de oídos atentos y pacientes. Allí estaba yo; es decir una parte de mi espíritu, la que me une al resto de la creación. Estaba en paz. Reposaba en la quietud de alfombras cálidas, de niños jugando. En una vida de sonrisa abierta... No. Yo no sabía por qué motivo estaba dentro de la casa, pero sí que no quería salir. Había encontrado mi lugar, ¿comprendes? El lugar que desde siempre me esperaba. Allí estaban las galerías frescas de mis veranos infantiles, la inocencia de mis hijos, la confianza de mi esposa, la comprensión de mi madre... el brazo fuerte de mi padre apoyado en mi hombro. Estaba la vida entera viviendo y dándose para que yo me sienta vivir. Era esa casa un gran corazón, era... era como... Él llegó como uno más. Vino con su madre y algunos amigos, saludaron a los novios y a la familia, conversaron con los invitados... Dicen que es un nuevo Rabí, pero que es distinto. Su padre era carpintero en Nazareth; él lo ayudaba y aprendió el oficio. Pero dicen que aprendió algo más importante. Él sabe escuchar y contesta a las preguntas con naturalidad, con voz pausada, tierna y firme. Dicen que habla con el Señor Yahvéh a quien llama “Abba”. ¿Entiendes? Al que “...está sentado sobre el orbe terrestre, cuyos habitantes son como saltamontes”; al que “expande los cielos como un tul y los ha desplegado como una tienda que se habita”... Él le llama Abbá! Su alegría era contagiosa. A veces pienso que los hombres de importancia deben ser serios, mantenerse con su seriedad a cierta distancia de los demás para poder ser señalados y considerados como se debe. Pero esta vez, y en este Rabí, vi por primera vez unidas como una sola cosa, en una sola persona, una alegría serena y sin fisuras con una profundidad de sentimientos... insondable. No me atreví a acercarme al grupo que lo rodeaba... Temí ser imprudente, ya que sólo de vista conocía a alguno de ellos. Pero en un momento —estábamos a cierta distancia y no obstante estoy seguro de ello— en un momento me miró. ¿Sabes? Me miró a mí, de eso estoy seguro, a mí solo. Y me pareció ver su sonrisa amistosa, una sonrisa de compañero, de alguien que me conoce desde siempre, que sabe ver dentro de mí, que me hace sentir importante, me completa, me tranquiliza... “Se revelará la gloria de Yahvéh, y toda criatura a una la verá.” No sé. Tal vez solo fuera la buena comida, la buena compañía. O tal vez el buen vino, ese que el maestresala nos ofreció hacia el final de la fiesta. De todas maneras, espero volverlo a ver, escuchar su doctrina... Estoy seguro de que lo volveré a ver. Muy pronto.

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