lunes, 9 de junio de 2008

CATEDRAL - JAKOB (Primera parte. Continuación)

Tarde lluviosa y oscura – 2
Con mucho mejor ánimo reiniciamos la marcha. Una fila india con bromas y conversación al principio, algo más silenciosa después. La picada de la ladera este del cerro Catedral se va haciendo más atractiva a medida que se gana en altura. Fácilmente distinguible y bien marcada cada tanto con pintura amarilla en los árboles. La lenta ascensión casi se adivina en los breves tramos en que se alcanza a ver el lago Gutiérrez entre la vegetación espesa y húmeda. Cruzamos mallines, bosques de ñires y cañaverales que nos salpican con gruesas gotas de lluvia al menor contacto. Después de unirse a otro que sube desde el lago, el sendero dobla decididamente hacia la derecha y se hace más empinado. A los sonidos del bosque se ha ido sumando en forma insensible un lejano rumor de torrente: aunque sin verlo aún estamos bordeando el arroyo Van Titter. Disfrutamos del avance lento y monótono; cada paso plantea una pequeña dificultad. Elegir el mejor lugar donde pisar evita que la subida se haga tediosa. En los tramos de bosque tupido casi no hay barro. El cansancio no molesta, es el mismo que teníamos al comienzo. Aunque una inquietud comienza a instalarse: a pesar de los descansos por demás dosificados —cinco minutos cada hora de caminata— de la obstinación con que avanzamos, el tiempo pasa sin que parezca esta cerca la planicie de “Piedritas”. Persiste la llovizna y el frío y la incipiente oscuridad comienza a preocupar. No por la posibilidad de perdernos, ya que la espesura de la vegetación hace imposible caminar si no es por la picada, tampoco por especiales peligros nocturnos. Sí por la perspectiva de pasar la noche sentados en el suelo y bajo la lluvia, ya que no existen lugares donde armar una carpa. Y, aunque nadie lo confiese, por el miedo. Miedo a la oscuridad, miedo a la noche en el bosque sin el amparo de un techo ni el calor y el consuelo de un fuego. En mi caso, además, por bien ganados sentimientos de culpa. Esa hora perdida en la base del cerro hubiera bastado para llegar a Piedritas con luz de día.
—Leo, ¿Faltará mucho para llegar? Nadie se había quejado y Anita tampoco lo hacía. Pero como era a la que menos condicionaba el amor propio, habló por todos. Debo confesar que también por mí. No me animé a mentir.
—Mirá, creo que no. Antes de llegar hay que cruzar el arroyo por un tronco, después del cruce, son más o menos veinte minutos. Si hiciera falta, creo que en la orilla misma del río hay lugar como para una carpa. Lo que no te sé decir es cuanto falta para llegar al río. Creo que no puede ser mucho…
Estábamos en uno de los breves períodos de descanso. El frío, el cansancio, el dolor en los hombros después de siete horas de cargar con las mochilas empapadas y la noche que se insinuaba, mantenían en silencio hasta a Guille, por lo común bromista y animoso. Me lo llevé aparte con un pretexto.
—Guille: sin la mochila me animo a seguir solo. Qué te parece si mientras ustedes descansan en algún lugar reparado, sigo media hora más por la picada. En caso de que en ese tiempo no llegue al cruce, me vuelvo y nos quedamos aquí. Guille aceptó enseguida. Por lo menos era un plan que permitía sacarnos de encima las mochilas. Él intentaría encender fuego sobre la misma picada. Todos estuvieron de acuerdo.
El alivio de caminar sin el peso a cuestas hizo que la subida en solitario en medio del silencioso bosque en penumbras me resultara un programa aceptable. Subí concentrado en los pequeños accidentes del sendero, desniveles, tramos barrosos, escalones de raíces, y cada tanto piedras enormes o troncos caídos que obligaban a rodearlos, ora por la parte de arriba, ora por la de abajo —siempre hay un desvío “oficial” más transitado, y otro para los eternos disidentes que eligen inventar camino nuevo— La misión de explorador que me había elegido cumplía con un fin si se quiere algo subalterno: recomponer una imagen heroica ante mi hija, sus amigos y fundamentalmente ante mí mismo. Mi ego había quedado seriamente herido con motivo de mi fugaz paso por la función de guía.
Abstraído en trancos, pisadas y evaluaciones, creo que pasaron algunos minutos antes de notar que cada tanto, sobre el rumor del torrente y el silencio de la noche, se oían lejanas risas y exclamaciones.. Junto con el corazón se aceleró mi paso. Después de un último y feliz recodo, en un pequeño claro bajo los árboles cincuenta metros más adelante, bajo una lona y a la orilla del río, un grupo de campamenteros que tomaban mate y contaban cuentos alrededor del fuego me vio y salió a mi encuentro. Una persona subiendo por la picada sola y sin mochila durante la noche, era un hecho que requería una explicación. Para completar el final feliz (absolutamente cinematográfico) el grupo en cuestión era nada menos que de la parroquia de Burzaco, unida desde siempre a la nuestra por mil lazos de amistad, rivalidades varias, empresas compartidas, reuniones, proyectos, fracasos y noviazgos. Al reconocernos y después de los abrazos efusivos —por mi parte contenían una alta dosis de alivio— y de algún mate en todo sentido dulce que me convidaron, um grupo de seis muchachos jóvenes, secos y descansados, bajaron conmigo hasta el montoncito de mis tiritantes amigos. No se había podido prender ningún fuego. Sólo habían intentado combatir el frío poniéndose al reparo de una roca cubiertos por camperas, bolsas de dormir y el sobretecho de una de las carpas.
Lo que sucedió a continuación compensó con exceso los sufrimientos de aquella accidentada subida. Los héroes de Burzaco cargaron con nuestras mochilas y subieron con nosotros hasta el cruce del Van Titter. En medio de bromas que buscaban restar importancia a lo que hacían, eligieron un lugar, armaron nuestras carpas y nos trajeron fuego y leña seca para mantenerlo. El comentario que mejor describió nuestros sentimientos lo hizo Anita. Sin ningún énfasis especial, mientras nos calentábamos alrededor de la hoguera y como quien apunta a algo a todas luces evidente: “Esto es un milagro”. El agua estaba a punto y había que dedicarse a revolver la polenta. Quizá por eso ninguno de nosotros la contradijo.

(continuará)
(de “En Carpa”)

No hay comentarios: