El tío Tito era alto y de abundante cabellera entrecana; lucía un bronceado sospechosamente perfecto y hacía alarde de sus condiciones físicas jugando a la paleta con el Rober. No sé si debido al tono admirativo usado por Ofelia al concederle el papel de socio en la mercería de Beccar (definitivamente había quedado descartado Morón) pero lo cierto es que el tío Tito me cayó mal de entrada. El hecho es que Ofelia dejó su revista femenina y se sumó a mi relevamiento del grupo "Don Roberto". Con ese instinto para detectar matices tan desarrollado en las mujeres, a los pocos minutos y hablando por la comisura de la boca como si fuera una espía comunicándose con su contacto en una tienda de antigüedades, Ofelia me alertó: "Ojo, ojo, que aquí hay algo sabroso..." Y así era nomás. El tío Tito, mientras Don Roberto buscaba sandwiches en la heladera, había acariciado fugazmente la mano de Amalita. Si uno miraba con atención, podía llegar a percibir un repentino rubor por debajo de la crema con filtro UV.
A esta altura de la narración debo confesar que el juego me había atrapado. Me fuí a meter en el agua unos minutos; el calor del mediodía se estaba haciendo sentir. A riesgo de quemarme las plantas de los pies, pasé lentamente por las vecindades de la sombrilla amarilla y negra. En esos momentos Don Roberto insistía en que el Tito hacía muy mal en ir a bañarse enseguida de comer. "Tenés que dejar pasar dos horas
para hacer la digestión, Tito. Si no, te vienen los calambres..." o algo así. Como respuesta, Tito sólo se reía, condescendiente. Se burlaba de la recomendación, como se burlaba del socio.
Al volver del agua, Ofelia (había quedado de guardia) me puso al tanto de las novedades. "Mañana tenemos empanadas..." me dijo por la otra comisura. Tengo que aclarar que el contenido de la heladera portátil de Don Roberto y familia era motivo de frecuentes alusiones críticas de Ofelia, discípula fanática de cuanto dietista profesional o aficionado la alcanzara con sus consejos. En consecuencia odiaba hasta el olor a colesterol, sodio, carnes rojas y calorías de cualquier tipo. "De paso, hay una sorpresa: la Lali dio señales de vida. Se ofreció a ayudarlo a Don Roberto a preparar el relleno..."
El regreso al departamento incluyó una especie de examen que tuve que rendirle a Ofelia. A mi me sirvió para poner en orden la información recogida y a Ofelia para dejar bien en claro que era ella la experta que me guiaba por los secretos del deporte. "Nunca olvides (creo que cambió de mano el bolso para poder extender el índice derecho) que es inconveniente sacar conclusiones antes de recoger suficiente información. La actitud de Lali por ejemplo. Vos nunca hubieras supuesto que fuera capaz de ayudar a su padre en la cocina. Sin embargo... Ya ves como el personaje no era el arquetipo de adolescente rebelde que suponías".
Durante la cena fuimos rellenando los huecos que nos habían quedado. Tito tampoco era tío político de los chicos. Es inconcebible que un tío político veranee sin su esposa y con los familiares de ésta. Definitivamente era divorciado y muy mujeriego. Frecuentaba diariamente el gimnasio y usaba la cama solar todo el año mientras Don Roberto atendía la mercería y a sus fastidiosas clientas. Digamos de paso que el bueno de Don Roberto cumplía con todas las especificaciones exigidas al perfecto cornudo. Amalita era una menopáusica osteoporótica e insatisfecha, y Tito era el último de una larga lista de amantes. "Pará un poco..." le dije a Ofelia que era la que había agregado esto último. "Tampoco ella es una especie de Ava Gardner del Mercosur que encuentre amantes a la vuelta de cada esquina. Te diré que está bastante caída de chapa y que a su colágeno hace rato que se le borró la fecha de vencimiento..." Me arrepentí inmediatamente de este comentario, porque Ofelia lo tomó al vuelo para comenzar uno de sus imprevistos berrinches que mezclaban celos con proclamas feministas: "Como se ve que la miraste bien... Los hombres son todos iguales... A una la usan y cuando pasa el tiempo le echan en cara los años..." etc. Con lo cual, el centro de atención dejó de ser Don Roberto y familia. De más está decir que durante las horas que siguieron tuve que desplegar mis más convincentes argumentaciones para que se aquietaran las aguas.
Al día siguiente nos levantamos tarde. El día era estupendo y la playa estaba colmada, por lo que nos costó bastante encontrar la sombrilla amarilla y negra y un lugar con buena vista al grupo en estudio. Ya a primera vista algo nos llamó la atención. Era evidente que el tiempo compartido durante la elaboración de este almuerzo había estrechado la relación de la Lali con su padre. Por lo pronto, la niña no usaba esta vez los auriculares para aislarse del mundo. Excitada y muy compinche con Don Roberto, repartía las empanadas acompañándolas con cariñosos comentarios. "Esta es para vos mamá, que la querés sin pasas de uva; esta que tiene
de todo es para el tío..." etc. Las empanadas parecían muy sabrosas; tenían aspecto de estar fritas (seguramente en grasa) y sin escatimar ingredientes. Mientras Ofelia me detallaba una serie inacabable de horrores dietarios (que el colesterol, que los ácidos grasos con cadenas de distintas longitudes, que el ácido úrico, la falta de fibra y la flora putrefactiva, etc.) a mi se me hacía agua la boca.
No quedó ninguna empanada. El tío Tito, que había comido cerca de media docena, anunció después de desperezarse que el mar estaba hermoso y que en consecuencia invitaba a quien fuera macho a acompañarlo. Unas buenas zambullidas y a nadar un rato. "Vos estás loco... Cómo te vas a meter en el agua después de comer... Algún día te va a pasar algo..." Don Roberto no renunciaba a sus recomendaciones, aunque sabía que eran inútiles. La carcajada burlona del tío era previsible. Ante la admirativa y disimulada mirada de Amalita, corrió ágilmente hacia el agua.
Lo que no estaba previsto y que ocasionó un violento codazo de Ofelia en mi zona hepática fue un detalle. Un solo y extraño detalle. Un solo, extraño y siniestro detalle cuyo significado estaba pendiente de confirmación. Mientras el tío Tito corría a encontrarse con las olas, hubo un cruce de miradas entre Don Roberto y la Lali. Duró sólo un instante, pero en esas miradas había aplausos, risas, triunfo, revancha. Sólo cuando un rato más tarde se arremolinó la gente en la playa y el Rober trajo la noticia de que alguien se había ahogado, la Lali se tendió en la esterilla para conectarse nuevamente con sus auriculares y su batifondo electrónico. Como quien sella un pacto, Don Roberto la besó en la frente y se arrellenó en la reposera a tomar sol y a gozar de la paz de su familia. FIN
(De "Historias de Juan Ordoñez y otros cuentos")
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