Sobre una roca muy grande, alta, redonda y lisa estaban los Lobos Marinos tomando sol. Los Lobitos jugaban entre ellos a empujar piedras que caían al agua con un chapoteo. Después se reían, aplaudían con las aletas y decían que sí con sus cabecitas negras. Las mamás los miraban cada tanto de reojo. Estaban adormecidas porque el sol era tibio y no había viento, pero vigilaban a los Lobitos para que no se lastimaran con sus juegos. El mar estaba quieto, casi sin olas, y el horizonte se veía muy, muy lejos, rodeando casi por completo a la gran roca oscura de los Lobos Marinos. No se veían nubes, sólo muchas Gaviotas que cada tanto descendían sobre las rocas, caminaban unos metros con sus pasos de títere, se paraban y volvían a caminar mirando algo, siempre con mucha atención. Después, se lanzaban a la brisa todas juntas con alboroto, aleteando al principio muy rápido, enseguida planeando y planeando cada vez más arriba. Como una mancha blanca, muy alto y casi inmóvil en el cielo azul, volaba un Albatros; volvía de acompañar a un barco, sus grandes alas desplegadas y su pico largo apuntando hacia adelante. Desde arriba seguramente podría ver toda esa tierra amarilla y seca que estaba más allá de las rocas y que no terminaba nunca.
Algo alejadas de los Lobos Marinos había unas cuantas Focas. A los lobos no les caían simpáticas ni antipáticas. Las Focas eran muy tontas y más parecían gigantescos gusanos negros, con bigotes y ojitos que otra cosa. También vivían en la roca algunos Elefantes Marinos. Ellos sí que eran gente interesante. A veces los machos se peleaban entre ellos; chocaban sus enormes cuerpos de seis metros lanzando sordos mugidos, abriendo mucho su bocaza e inflando la trompa.
Un Lobito llamado Javier estaba con sus amigos. Ya se habían aburrido de tirar piedras al mar y ahora jugaban a pelearse. Como también se reían, las mamás no se preocupaban porque sabían que era un juego. Después de un rato, Javier tuvo mucho calor y quiso ir a bañarse. Así que se acercó a su mamá, adormecida al calorcito del sol.
— Mamá, ¿me dejás ir a bañarme al mar ? ¡Tengo mucho calor...!
— No Javier, por ahora no... —dijo la mamá medio dormida. — Dale, ma..., sé buena... —insistió Javier.
— No, Javier. Ahora no se puede ir al agua. ¿No ves
que nadie se está bañando? —La mamá Lobo se enderezó sobre sus aletas, olfateó el aire y se desperezó. Ya estaba totalmente despierta— Hace muy poco pasaron cerca de la orilla unas Orcas grandotas. Con un ojo nos miraron, después se miraron entre ellas y se metieron bajo el agua... Lo mejor va a ser esperar un rato largo porque pueden estar escondidas en el fondo del mar, esperando un descuido nuestro para comernos.
Javier se quedó protestando en voz baja. Se alejó resoplando hasta quedar solo y lejos de la vista de su mamá. Una Gaviota que picoteaba la piedra le preguntó qué le pasaba y Javier le contó. La gaviota, mientras se rascaba bajo el ala con su pico torcido, le dijo:
— Lo cierto es, Javier, que si yo tuviera que pedir un consejo, hablaría con Glotón.
Glotón era el Elefante Marino más grande de todos. Muchos decían que era muy sabio porque en vez de pelearse con los otros Elefantes y andar detrás de las Elefantas, estaba siempre en lo más alto de la roca vigilando. Algunos, en cambio, decían que era un viejo tonto y aburrido. Que si estaba solo era porque las elefantas ya no le hacían caso.
Javier con mucho trabajo subió hasta la roca de Glotón. Cuando llegó arriba, tuvo un poco de miedo porque el elefante era grandísimo, tenía una trompa gorda y larga y parecía muy concentrado mirando el horizonte del norte. Javier debió hablar muy fuerte para que Glotón lo oyera; su cabezota estaba muy alta y además, el viejo Elefante era algo sordo. Después que Javier le pidió su consejo, Glotón dobló lentamente su cuello gordo y mirándolo a los ojos con los suyos llenos de arrugas, le dijo:
—Sigue siempre el consejo de tu madre, aunque para crecer deberás rebelarte. Es cierto que hay varias Orcas que están en el fondo del mar esperando comerte, pero la vida es una aventura, y la aventura supone algún peligro. Haces muy bien en pedir consejo a los mayores, pero harás mejor si sigues tu propia inspiración.
Después de esto, y como había sido bastante claro, dio por terminada la entrevista. Giró la mole de su cuerpo con mucho trabajo y continuó vigilando, ahora el horizonte del sur.
Javier bajó de la alta roca pensativo. Dentro de su cabeza había quedado el eco de las frases del anciano: "...deberás rebelarte..." "...la vida es una aventura..." "...sigue tu propia inspiración..." Y además, Javier seguía teniendo mucho calor. Así fue que, ya con las ideas claras gracias al contacto con la sabiduría de Glotón, dio un ágil salto desde una roca de la orilla, entró al agua como una flecha y comenzó a nadar velozmente, a jugar con los cangrejos del fondo, a perseguir a los pececitos y a disfrutar de la frescura del agua transparente.
Cuando la Orca le dio alcance y durante los breves instantes que transcurrieron hasta que lo engulló, Javier estuvo tentado de improvisar algunas rimas que le dieran a su vida un final ingenioso y aleccionador. No tuvo ánimo ni tiempo. Siempre le había costado versificar.
(de "Historias de Juan Ordoñez y otros cuentos")
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario