Es bien sabido por todos que fuera de las ciudades, pero sobre todo en los bosques —además de pajaritos, monos y ardillas— viven infinidad de seres extraños, casi todos buenos. Si uno los ve, nunca los llamaría monstruos, porque son en general muy simpáticos. Quizá los más conocidos sean los gnomos, que son traviesos, petizos y cabezones, tienen grandes orejas puntiagudas y usan unos graciosos gorritos verdes. Uno de estos gnomos, que se llamaba Tom y vivía acolchado de musgos en el fresco hueco de un árbol, era rubio y estaba enamorado. Se despertaba tempranito por la mañana para escuchar los gorjeos de los zorzales y el murmullo del arroyo, salía de su cueva de madera para pisar el pasto con gotitas de rocío y aprovechaba para seguir con sus redondos ojos verdes el vuelo lejano de las águilas, mucho más allá de los árboles más altos. Era feliz porque estaba enamorado de todas las cosas. Por lo menos, eso era lo que él creía. Porque recién cuando una tarde se encontró en un claro del bosque con la ninfa Tim, conoció el verdadero amor. Las ninfas son niñas muy hermosas con alitas de abeja y vestidos de baile. Les encanta la música, y entonces la que no canta, baila, y están también las que, como Tim, hacen las dos cosas al mismo tiempo. Al principio, ella no vio al que iba a ser su novio. Éste, embobado con la belleza de Tim, de su música, de sus sedosos cabellos negros y de sus ojos de azabache, se ocultó lleno de vergüenza detrás de un gran roble. Cuando la bella Tim lo vio, se acercó y le dijo que era lindo y que le gustaría que se hicieran amigos. Sentados en el pasto, Tom le contó toda su vida, de su papá y de su mamá, de cómo era su casita en el árbol, de sus sueños y travesuras. Ella lo escuchaba con atención. Mientras paseaban tomados de la mano, y, para conocerlo del todo, le preguntó cual de los colores le gustaba más. Después, la linda ninfa le habló de su madrina, que era un hada gorda y buena como la de Cenicienta, y le explicó cómo era la música escondida de los arroyos, del bosque y de las nubes.
Así pasó el tiempo. Tanto se querían que cada uno había ido conociendo todo lo del otro y a ser feliz con todo lo que hacía feliz al otro. Tanto se querían que Tom aprendió a bailar y a cantar y Tim a divertirse haciendo bromas. Tanto, pero tanto se conocían y se querían que los ojos y los cabellos de Tom comenzaron a oscurecerse y los de Tim a tener reflejos dorados.
Una tarde en que se encontraban cantando y jugando en el bosque, corriendo mariposas para disfrutar de sus vuelos multicolores, casi tropiezan con Dios. Estaba sentado en el tronco de un gran árbol caído cerca de un arroyito, tirando trozos de pan a las aves del cielo. Todas bajaban revoloteando, picaban una miguita y tomaban unas gotas de agua apuntando al cielo con el pico. Como Él es también el Dios de los gnomos y de las ninfas, Tim y Tom se quedaron inmóviles, maravillados de encontrarlo tan cerca de sus casas. No quisieron interrumpirlo, porque parecía estar hablando solo o a lo mejor cantando bajito. Pero por fin se animaron. Habló Tim que, como toda niña, era la más animosa:
—Buen día, Dios —le dijo.
—Muy buenos días, Tim, muy buenos días, Tom, contestó Dios muy sonriente. Tenía una voz grave y profunda, pero al mismo tiempo suave como el susurro de una brisa suave.
—¿Estabas hablando solo, Dios? —le preguntó Tim (a quien no le gustaba andar con vueltas ni quedarse con dudas)
—¡Nooo! —Contestó Dios y acentuó su sonrisa muy divertido— Yo nunca estoy solo, porque Yo, somos tres... ¿Entienden?
Tim y Tom se miraron y alzaron las cejas, extrañados.
Dios, con su santa paciencia, les explicó:
—Miren, la cosa es así. Yo soy Amor, por lo tanto, relación. Yo soy la relación dinámica de tres personas: Una con la otra, la Una por la Otra, la Una en la Otra. Porque el Amor está todo en la otra persona. Porque el Amor es no-siendo Yo, porque estoy todo en el Otro... ¿Entendieron?
—¡Para nada! Dijo Tim.
—¡Ni una palabra! Dijo Tom
Dios, que hasta ese momento se podría decir que estaba divertido, trató de disimular una carcajada tapándose la boca. Pero le saltaron las lágrimas y se puso todo congestionado. Al sonido de la risa de Dios el bosque se llenó de colores y sonidos alegres, cantaron todos los pájaros, las águilas saludaron desde lo alto con sus alas y se formaron tres brillantes arcos iris en el cielo.
—¡Me encanta que sean sinceros, chicos...! ¿Saben una cosa? Ustedes, que no lo entienden con la cabeza, ya lo entienden con el corazón. Porque ustedes se aman, y el Amor se entiende amando... Ya sé que por ahora no me entienden, pero... ¿Me creen?
—¡Claro que sí, Dios... —dijo Tim— muchas gracias por la charla.
—Lo que nos contaste, parece ser muy lindo —dijo Tom—. Vamos a tener que pensarlo...
Y mientras lo pensaban, se pusieron a ayudar a Dios, dando ellos también de comer a los pajaritos.
(De "El otro Reino")
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