Confieso que me cuesta relacionar la vida de campamento con la actividad deportiva, y no entiendo bien por qué. A cualquiera que conozca el tema le debe resultar sorprendente; no creo que haya una forma de vivir más "deportiva" que el campamento. Porque no es un deporte que dure sólo 90 minutos, o tres sets, o 100 metros. En el campamento se hace deporte continuamente. Para comer hay que hacer incontables flexiones y abdominales, durante todo el día se camina, se sube y se baja, para quitarse el frío hay que hachar leña o dar saltitos, para combatir el calor bañarse en aguas que 10 minutos antes eran nieve, se duerme como un atleta espartano... etc. etc. Siendo así las cosas, ¿cuál puede ser la causa por la que me cuesta tanto asociar campamento con deporte? Es muy probable que sea por culpa de una noción un poco deformada de lo que es el deporte. El deporte parecería ser una actividad asociada en forma inevitable con la noción de "competencia", donde hay que superar al competidor —por lo tanto donde unos ganan y otros pierden— o superar-se, es decir tratar de llegar más lejos, más alto, más rápido que antes. No es que tenga algo en contra de la superación, pero no se me negará que esta forma de vida es fácilmente neurotizante. Estoy seguro de que esto que digo no coincide exactamente con lo que es el deporte en realidad, pero si, por ejemplo, nos pusiéramos a analizar la letra de "La Marcha del Deporte" veríamos en que medida esa actividad puede inficionarse de valores cuestionables: "La divisa: Vencer y Vencer"; "Deseo de Honor y de Gloria"; "Luchar para triunfar"; "Para la raza conseguir el ejemplar del porvenir"... Qué quieren que les diga: a mí, todas esas consignas me resultan repugnantes.
Hay una película (y lamento no recordar el título porque me parece recomendable) que ilustra muy bien a qué me refiero con todas estas divagaciones. El protagonista es un niño de aproximadamente 12 años con discapacidad mental de grado leve. Su padre, después de pretender ignorar el problema durante años porque le resulta intolerable, debe aceptar que concurra a una escuela especial. En una oportunidad se programa en esa escuela una fiesta deportiva entre los alumnos. Este hombre, en el afán de demostrarse que su hijo no es "como los otros" dedica su tiempo a entrenarlo para que gane la carrera de 50 metros en la que iba a participar. Feliz de compartir una actividad con su padre, todas las mañanas el chico corre y se esfuerza para darle esa satisfacción. Pero sucede que ya en carrera y cuando iba primero, un compañero con síndrome de Down tropieza y cae. Con la mayor naturalidad, el protagonista deja de correr y vuelve para ayudarlo debido a lo cual ambos llegan últimos. Cuando el padre le pregunta el por qué de esta actitud que le hizo perder la competencia, el niño, como quien explica una cosa obvia a alguien algo torpe para entender, le dice: "Pero papá...! Lo que pasa es que ese chico es mi amigo...! Pues bien: eso es el campamento. Si se sube durante horas por una picada, se busca un ritmo que pueda ser seguido por todos; hasta por el más débil. La satisfacción mayor de cada participante no es llegar primero a la meta sino llegar todos juntos. En el campamento, uno se ejercita, se entrena no tanto en subir o en caminar, sino en compartir: en el campamento se aprende a disfrutar del servicio al amigo con la naturalidad y la alegría de un hobby. Se aprende a ser feliz. Es claro que hay campamentos y campamentos, así como hay deportes y deportes. Yo solo puedo hablar de mi propia experiencia. Y ésta proviene de muchos campamentos vividos en distintas épocas y lugares, todos fieles a un estilo, todos mostrando en la práctica cómo puede ser la vida cuando hay amor recíproco, no un amor recitado y mentiroso sino el que llena el alma, el que edifica la unidad de los hermanos, de los hijos de Dios.
(de “En Carpa”)
viernes, 19 de octubre de 2007
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