lunes, 27 de agosto de 2007

CUENTOS DE UN HADA MUY FEA - 4 (continuación)

MALACARA Y EL INVENTOR DE CUENTITOS

Malacara estaba abrigadita dentro de una nube alta que seguía al sol. Cada tanto se corría a la parte baja de la nube y miraba hacia la tierra, que ahora tenía el horizonte redondo. Hacía ya un buen rato que se había perdido de vista la Isla del Reino de las Hadas. Malacara podía ver como cambiaba el aspecto de la tierra poco a poco. Iban apareciendo y girando hacia la noche desiertos amarillos, ciudades que se iluminaban antes de desaparecer, ríos muy largos y mares azules que vistos desde esa altura parecían lagunas. Nunca se hubiera imaginado Malacara que el mundo era tan grande y tan lindo. Tantas cosas veía Malacara que le dio sueño; casi se estaba durmiendo acostada en la cáscara blanda de su gotita, cuando le llamó la atención la forma de un mar que había ido apareciendo poco a poco, Era casi cuadrado, solo que en una parte, la tierra entraba mucho en el agua y tenía la forma de una bota, con el taco demasiado alto y pateando una pelota. A Malacara le gustó enseguida esa tierra y pensó: “Aquí a la gente debe jugar mucho, parece ser un país muy divertido”. Entonces, aprovechando que en una nube vecina se preparaba una lluvia, empujó su gotita hasta ella y se juntó con una gota gorda que ya estaba por caer. ¡Hay que ver con qué velocidad bajó esa gota! Si Malacara no hubiera sido un hada, seguro que se desmayaba del susto. Pero en lugar de asustarse, el hada fea disfrutó la bajada como si estuviera en un tobogán. Era una lluvia de verano, de esas que empapan a las personas y calman la sed de las ranas. A medida que la tierra se acercaba, Malacara iba distinguiendo ríos, lagos y montañas, el campo formado por cuadraditos verdes, unos más oscuros, otros más claros, y cuando estaba distraída mirando unas hormigas que al bajar vio que eran personas, la gota gorda chocó contra el techo duro de una catedral. Malacara se encontró de pronto bajando por un desagüe metida en un gran chorro de agua. ¡Nunca se había divertido tanto!
Para poder conocer bien ese país y poder hablar con su gente, Malacara se agrandó para tener la misma altura que las personas, se hizo visible, y con su varita mágica se fabricó ropa parecida a la de las señoras que veía. La ciudad era muy linda, estaba en una región con muchos árboles, colinas suaves y verdes, algunas montañas bajas y un río con muchos puentes que la atravesaba por la mitad. Tenía casas con techo de tejas, viejos palacios, y plazas con piso de piedras grandes y cuadradas, llenas de palomas y esculturas y estatuas. No eran como las plazas de San Luis; no tenían canteros de pasto, ni calesitas, ni vendedores de pochoclo, y casi tampoco tenían chicos. No vio ningún auto, solo carruajes de caballos y personas caminando, las mujeres llevando paraguas, con largos vestidos acampanados y los hombres, también cada uno con su paraguas, muy elegantes con sus trajes oscuros, casacas de paño espeso y corbatones blancos o grises. Así se dio cuenta Malacara de que estaba en el pasado. Tan entretenida estaba el hada fea mirando y mirando, tanto miró Malacara, que terminó tropezando con un señor que caminaba por su misma vereda. ¡Usted disculpe, señora! Le dijo en italiano el señor, que se veía enseguida que era bien educado. Como a Malacara le gustaba tanto conversar y las hadas conocen todos los idiomas que se hablan en el mundo y unos cuantos más que todavía no se inventaron, enseguida se pusieron a charlar. El señor era alto y flaco, tenía la nariz muy larga y cuando hablaba parecía mirar a lo lejos, o hacia adentro o hacia ningún lado. Se notaba que era distraído y que vivía pensando muchas cosas porque se tropezaba seguido y a veces se quedaba callado, se sonreía o se ponía triste sin motivo. Además, cada tanto anotaba algo en un papelito que nunca sabía en qué bolsillo estaba, con un lápiz que a veces ponía sobre una oreja, a veces sobre la otra. Llevaba el chaleco mal abotonado y tenía puesto una media negra y la otra amarilla. Por eso Malacara conoció que el señor (se llamaba Carlo) era escritor.
Como ya se podía decir que eran amigos, había dejado de llover y hacía mucho calor, Carlo la invitó a tomar una limonada. Entonces le contó que estaba tratando de escribir un cuento para niños pero que tenía algunas dificultades para terminarlo. Confesión por confesión, Malacara le dijo que ella era un hada y que estaba conociendo mundo. También que tenía un nieto adoptivo y que le gustaba contarle cuentos a los niños, por lo que tal vez lo podría ayudar.

Carlo pareció muy feliz. “¡Nada menos que un hada se ofrece para ayudarme!” dijo (y anotó algo en el papel). Después siguió, ahora bastante entusiasmado aunque todavía afligido. Los problemas que le presentaba el cuento eran dos, pero a él le parecían importantísimos y no encontraba una solución que le gustara. Como ya se había terminado la limonada, se fueron a pasear por la orilla del río. Como tenía muchos árboles podían disfrutar del fresco y conversar tranquilos.
“Mire, señora hada. El cuento es la historia de un señor muy bueno llamado Geppetto que vive una vida muy solitaria. Cuando vienen chicos por su taller —me olvidaba decir que fabricaba muñecos de madera— juega con ellos con el pretexto de enseñarles como funcionan. Sólo acompañado por los niños Geppetto se pone contento, oye el canto de las calandrias y encuentra perfume en las flores. Un día, después de trabajar y trabajar, fabricó un muñeco tan pero tan lindo que Geppetto se puso a hablarle y terminó diciéndole que le gustaría que fuera su hijo. Bueno, después viene un hada... hay una serie de aventuras y el muñeco, gracias al hada termina convirtiéndose en niño...” (Malacara sonríe. Muchas veces ella había contado ese cuento a sus amiguitos y justo venía a caer con su gota gorda en una lluvia de verano en este país y en esta época, y justo para tropezarse con ese señor tan distraído que era el inventor del cuento).
“Uno de los problemas que tengo, señora hada, es que no encuentro un hada tan dulce, tan buena y tan linda... es decir, tan agradable... usted disculpe...” (Carlo estaba temeroso de ofender al hada, porque sabía que era buena y dulce pero más fea que un susto) “es decir... un hada que me sirva para el cuentito. Y el otro es que no encuentro un nombre para el muñeco. Un nombre que me guste mucho, que suene lindo como un violín y sonoro como un tambor, un nombre que se recuerde por mucho tiempo... Porque ya estoy queriendo a ese muñeco... ¿Sabe? A mí mismo, cuando era chico, me decían que si mentía me iba a crecer la nariz” ( y Carlo se toca su larga narizota)
Y así fue como Malacara ayudó a Carlo. Con una gran sonrisa y mostrando su único diente, le dijo: “Me gusta ayudar a la gente buena que inventa cuentitos. Te doy mi palabra de Hada: tu cuento va a ser famoso y lo van a disfrutar millones de niños. Te voy a dar los dos nombres que necesitás y que van a dar la vuelta al mundo. Tomá el lápiz y anotá...”
Después de despedirse, Malacara voló a la Luna, y subida a un rayo de su luz plateada llegó a la nube que ocultaba la Isla del Reino de las Hadas. Encontró enseguida al Hada linda de ojos azules. Estaba de pie, inmóvil, casi transparente, la mirada triste y resignada y desvaneciéndose en el aire poco a poco como un retazo de niebla.
“ ¡¡¡Te llamás Hada Azul...!!! ¡¡¡Hada Azul...!!!” Lentamente giró su cabecita rubia y miró hacia Malacara que corría dando saltos para llamar su atención. Sus ojos azules y bellos, sus lágrimas de cristal y toda su persona eran sólo un desaliento disolviéndose en el olvido.
Ya a su lado, Malacara tomó sus manos traslúcidas y disfrutando del inicio de la existencia feliz e inmortal de su amiguita, la invitó a sentarse sobre el césped fresco. “Sos el Hada que eligió mi amigo Carlo. Te llamó “El Hada Azul”... ¿Te gusta tu nombre?... ¿Te gusta, no es cierto? Y si aceptás, vas a ser la madrina jovencita de un niño que fue un muñeco bueno y travieso que corrió mil aventuras y que se llamó... ¿Cómo era?... A, sí. Se llamó Pinocho...”

(de “Cuentos de un hada muy fea”)

No hay comentarios: