... Y A TERENCIO, EL BRUJO TRUCHO Y DESDICHADO
Malacara había descubierto una cueva muy fresca en San Luis. Estaba en la ladera de la sierra. A Malacara le gustaba descansar en ella, colgada del techo y dentro de una gota de rocío. Una mañana la despertaron unas voces que hablaban muy fuerte. Era un mago-brujo y su ayudante, que trabajaban en una máquina. El brujo era como uno de tantos, solo que bastante desaliñado. A Malacara le llamó mucho más la atención el aspecto del ayudante. Era un genio con un cuerpo como de pescado y brazos y cabeza de humano. Siendo como era tan monstruoso, su cara sin embargo tenía gracia. Tenía la nariz respingada, la boca enorme y los ojos pícaros. Como no tenía piernas, se trasladaba a los coletazos, con lo que levantaba mucho polvo del suelo.
Al oír la conversación que sostenían el mago-brujo y su ayudante, Malacara se despabiló enseguida; por nada del mundo quería perderse lo que se estaba tramando. Descubrió que el mago-brujo se llamaba Terencio y su ayudante Besugo. Esto es parte de lo que oyó Malacara:
- Ponga atención Besugo: esto tiene que estar terminado antes de la medianoche de mañana para poder exhibirlo en el aquelarre del solsticio de verano. Vamos a causar sensación. Una vez terminado, el Artefacto va a traer la desgracia a millones de humanos. Los va a angustiar, arruinar y desesperar sin remedio. (Besugo pegó tres coletazos de alegría) Fíjese que con las ondas delta de alta densidad que va a emitir, creará en todas las casas la necesidad imperiosa de comprar y de volver a comprar. Muebles nuevos, tapados de piel, autos de carrera, motos, juguetes carísimos, lo que se le ocurra. Como no van a tener plata, sus pobres cerebros ansiosos arrojarán rayos gamma a troche y moche... (Besugo hacía la vertical sobre sus brazos humanos y golpeaba feliz las rocas con su cola de pescado) ...eso activará los sensores especiales del Artefacto, que entonces generará un mecanismo diabólico: instituciones que les prestarán todo el dinero que pidan en medio de su locura, y que algún tiempo después los dejará en la calle por no poder pagar los intereses monstruosos de las cuotas.
- ¡Genial, profesor y maestro! (Besugo, riéndose con toda su enorme boca pegó tres elásticos saltos mortales sobre su aleta de cola) De pronto se puso serio. Pero Don Terencio, ¿Cómo vamos a hacer para completar el Artefacto sin el metro y medio de tubo mágico refinado en capullos de caléndulas afganas que me mandó buscar? Acuérdese que no me alcanzó la plata que me dio...
- ¡Y bueno... le ponemos un pedazo de manguera. Es que estamos muy escasos de presupuesto, Besugo...
- Pero ¿sabe que pasa, maestro?... Ya usamos un broche de la ropa en lugar de la abrazadera de platino iridiado que solo fabrica el anciano gurka en esa aldea perdida en Nepal... (el dinero solo me alcanzaba para un boleto a Lanús) y apoyamos el Artefacto sobre una frazada vieja por no poder comprar los resortes elásticos de acero-cadmio con ajuste milimétrico de origen suizo... ¿No serán demasiados los cambios...?
- La vida es un perpetuo cambio, Besugo. Convénzase, la visión optimista es ya la mitad del triunfo. ¡Energía positiva, Besugo; energía positiva!
- Si Usted lo dice maestro... (pero el fiel ayudante no parecía haber quedado convencido)
La noche de la reunión general de brujos, y magos-brujos, Malacara se metió en una gotita muy pequeña de agua y siguió al dúo maléfico mezclada con el vapor del aliento de Besugo. Por nada se iba a perder el aquelarre. Era muy curiosa, Malacara. Llegaron Terencio, Besugo y su aliento a un lugar que quedaba al costado de un campo de alfalfa donde ya estaban conversando un montón de viejos y viejas con cara de malos. Algunos tenían patas de mulos, otros cola de cabra, o pezuñas, o granos con pus. Todos estaban sentados en el suelo o en las raíces de un árbol muerto, negro y seco en donde vivía un tenebroso búho solitario. Malacara, a pesar de ser un hada muy valiente, no podía dejar de temblar. Ya estaba arrepintiéndose de ser tan curiosa, cuando comenzó la reunión y tomó la palabra el Presidente de los brujos. Tenía piernas de ganso, cuerpo de hombre, cabeza de caballo y brazos de murciélago.
¡Brujos malvados! comenzó diciendo. Hoy nos hemos reunidos, en este caluroso solsticio de verano, para presenciar la inauguración del Artefacto Enloquecedor que nuestro colega, el malévolo Terencio, ha ideado y construido con la invalorable colaboración de su digno ayudante el monstruoso Besugo... (fuertes aplausos de los que tenían manos, coces de los que usaban patas de mulo y entrechocar de cuernos entre los cabeza de chivo)... y que como recordarán, nos había prometido hace bastante tiempo, en la reunión del equinoccio de primavera (esto último parecía tener un cierto tono de reproche) ¡Ya mismo dejo en el uso de la palabra al pícaro número uno, al astuto, pérfido y vil Terencio! (nuevo desbarajuste de ruidos. Los que podían, aprovecharon para mugir, maullar, rugir o cacarear, según la cabeza que les había tocado)
Terencio agradeció con los brazos en alto la ovación de sus horribles colegas mientras pensaba, algo avergonzado: “estos sí que son horripilantes; yo tengo una cara que no da ni un poquito de miedo”. Cuando hubo algo de silencio, el mago-brujo hizo una reverencia, disimuladamente le tiro de la aleta dorsal a Besugo para que también salude, y puso en funcionamiento el Artefacto: apretó un botón, tiró de dos cuerdas, bajó tres palancas y...
Un estruendo de explosiones y crujidos, una lluvia de chispas y fuegos artificiales, un deslumbre de luz que iluminó toda la alfalfa de azul hizo que los brujos cayeran en tierra con las colas para arriba. Desde la luz deslumbrante se oía salir del Artefacto como una música de violines y charangos y entonces sucedió algo inesperado, prodigioso, maravilloso. Malacara misma cayó sentada en la gotita de aliento desde la que espiaba. Lo que se vio fue que...
hasta el más malvado de los malvados brujos sintió por dentro un irrefrenable deseo de auxiliar al que tenía al lado. Se ayudaban a levantar, se preguntaban unos a otros si al caer se habían lastimado, se prestaban plata sin que nadie lo pidiera... Al mismo tiempo, una onda se extendía por toda la tierra, una especie de viento tibio y perfumado, una sonrisa celestial, una amistad espontánea, desinteresada y alegre que hizo hervir los corazones de los hombres de toda la tierra. Y en menos de una hora no quedaba nadie con hambre o con frío. La mitad del mundo comía mientras la otra mitad, la que estaba bien vestida y alimentada, le preguntaba si le gustaba la comida, si quería más, un alfajorcito, tal vez otra frazada o acolchado y como se llamaba, si tenía familia ... Un desastre total.
El fracaso de Terencio obligó a la Asociación de brujos y magos-brujos a expulsarlo de sus filas. Nunca más podría presentar ningún invento, ni siquiera participar de futuros aquelarres. Y con una gran carcajada recibió la solicitud de aumento de presupuesto que hizo por triplicado a fin de mejorar sus futuras maldades. Desde su gotita de aliento, Malacara había visto todo y se había divertido como nunca. Solo le dio un poco de pena ver la tristeza del brujo. Tampoco le gustó mucho la cara de Besugo que de tanto en tanto miraba a su patrón con sus ojos pícaros (que ahora eran malignos) y que frunciendo su nariz respingada parecía decirle: “Yo te lo dije...”
(de “Cuentos de un hada muy fea”)
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