COMO FUE QUE MALACARA CONOCIO A RULOCHUECO
Hubo una vez un hada que tenía cara de bruja. Lo que pasó es que Dios la comenzó a crear por la cara. Él quería hacer una bruja que diera miedo, para que los que escriben cuentos pudieran inventar historias. Entonces, Dios empezó haciéndole una cara muy fea. Tenía muchísimas arrugas, una nariz muy grande, flaca y bastante torcida, doblada como el pico de un cuervo y con un grano al costado. La boca tenía los labios que colgaban por la derecha y estaban fruncidos por la izquierda. Del lado de arriba no tenía ningún diente y de la encía de abajo uno solo muy grandote que sobresalía como queriendo morderle la cara. Los ojos eran chiquitos y tenían el color del agua sucia; las cejas parecían bigotes, y la larga pera tenía una punta que subía buscando la nariz. El pelo era grueso como la paja y estaba todo enredado.
Cuando Dios miró la cara que le había fabricado, le dio pena verla tan fea y cambió de idea. Entonces la terminó como hada. Le hizo una sonrisa hermosa (esto le costó un poco, porque la boca era feísima) una voz dulce que podía cantar mejor que los ángeles, un cuerpo gracioso y unas manos que una vez terminadas, ni el mismo Dios podía mirar sin enamorarse. Eran finas y rosadas, con uñas de marfil y dedos que parecían estar siempre acariciando. Cuando terminó de hacerla, Dios quedó contento porque le gustó mucho como había quedado. Entonces la mandó al reino de las hadas para que viva con sus compañeras. La reina de las hadas, que se llama Titania, cuando la vio, no quiso creer que fuera un hada, se burló de ella y no la dejó entrar. ¡Fuera de aquí, Malacara! Le dijo doblándose de la risa. Llorando, el hada fue a contárselo a Dios que se puso triste por lo tonta que a veces era Titania. Al final, después de conversar un poco, los dos terminaron riéndose, y como les había caído gracioso, estuvieron de acuerdo en quedarse con el nombre usado por la reina de las hadas. Desde entonces todos la llamaban “ El Hada Malacara”.
Ya que no podía estar en el reino de las hadas, el hada Malacara se fue a vivir a una gotita de agua. Como con su varita podía hacer casi de todo, había elegido encogerse hasta entrar en una tan diminuta que no era más que una pizca de humedad. A veces bajaba de la montaña mezclada con el agua de un río como por un tobogán, otras subía despacito hasta el cielo mirando el campo cada vez más y más lejos, otras se quedaba flotando en una nube. A Malacara no le gustaban mucho las nubes gordas y espesas porque descubrió que algunas veces tienen dentro rayos y relámpagos; ella prefería las nubes rosadas y tibias que a la tardecita acompañan al sol. Y cuando quería volar muy alto, subía hasta alcanzar otras que parecían plumas y estaban llenas de cristales de nieve para jugar.
Cuando bajaba a la tierra, a veces tomaba el tamaño de una persona. Los animales podían verla, pero la gente no, a menos que Malacara quisiera. Al acercarse a los pueblos, los perros que la veían movían la cola, los caballos la saludaban diciendo que sí con la cabeza y los gatos ronroneaban y le acariciaban las piernas con el lomo sedoso.
Un día en que estaba de visita en un pueblito del campo, encontró a un nene llorando, sentado en la vereda sobre el tronco de un árbol caído. Como le dio mucha pena verlo llorar, Malacara se hizo visible para él y se le acercó con su mejor sonrisa de hada buena. ¿Por qué llorás, nene? le dijo. El chico, al oír una voz tan dulce y ver su cara de buena le contó el motivo de su llanto. Estaba muy triste porque ayer había sido su cumpleaños y como era muy pobre, el único regalo recibido era una Máquina de Hacer Globitos que su mamá, haciendo mucha fuerza, consiguió fabricar con un alambre y una pinza. Era como un aro con mango largo; mojando bien el aro en un agua especial que su mamá le preparó, al soplarlo se formaban unos globos hermosos, que a veces hasta tenían colores, y que salían volando despacito por el aire. Pero desde hacía un rato largo, por más que soplaba y soplaba, no conseguía formar un globo. A veces comenzaba a aparecer en el aro como la vela de un barco, como un principio de globo, pero enseguida la vela se rompía y quedaba la Máquina de Hacer Globitos chorreando gotas tristes sobre el pasto. Acariciándole la cabeza, Malacara le preguntó: ¿Cómo te llamás, nene? Así fue que se hicieron amigos.
El nene tenía cinco años y muchos rulos en la cabeza. Uno de los rulos nunca se lo podían peinar bien, porque le había salido torcido y se le caía sobre la frente. Todos lo llamaban Rulo. Cuando algún chico lo quería embromar le decía “Rulochueco” pero a Rulo y a su mamá no les molestaba el sobrenombre por lo que a veces ella lo usaba para hacerle bromas. No tenía ningún hermano ni hermana ni abuela ni abuelo, y el papá, como ellos eran muy pobres, tenía que trabajar mucho, todo el día fuera de casa. Todo esto le contó Rulo a Malacara, los dos sentados en el tronco. La gente que pasaba por la vereda, como a Malacara no la podía ver, pensaba que Rulo hablaba con un amigo imaginario. ¡Cómo son los chicos! decían, sonriendo entre ellos, y seguían caminando.
Cuando Rulo le preguntó, Malacara le contó su historia, le describió cómo eran las nubes cuando uno las miraba desde adentro, cómo se ve la tierra desde arriba, le hizo sentir el aire fresco de la montaña y el vértigo de las cascadas. Después lo llevó con el pensamiento a pasear por el arco iris y por el fondo del mar. Así consiguió que Rulo se olvide de su tristeza. Después le enseñó a silbar. Aunque a Rulo le gustaba mucho la música, nunca había aprendido. Con sus hermosos dedos, Malacara le acomodó los labios como se debe, y poco a poco, después de mucho practicar juntos, Rulo pudo silbar el “Cumpleaños feliz” y “La tortuga Manuelita” .
—¿Te voy a volver a ver?— Le preguntó Rulo al hada cuando ella le dijo que debía irse.
—¡Claro que sí, Rulochueco!— contestó Malacara revolviéndole el pelo. Pero antes de irme, y ya que te has esforzado tanto en aprender a silbar, voy a tocar tus rulos con mi varita, y vas a recordar melodías que nunca aprendiste. Así lo hizo, y a partir de ese momento Rulo comenzó a entender y a oír la música del aire, de los pájaros y de las flores. Y en su memoria encontró grandes orquestas y famosos cantantes, conciertos de piano y dúos de quena, violines y acordeones. Los zorzales, los ruiseñores y las tórtolas escuchaban asombrados el silbido de Rulo y le respondían con su canto, y los caballos cambiaron su trote para seguir el compás de la música de Rulo.
—Ahora, mojá la Máquina de Hacer Globitos en el agua que te dio tu mamá y en lugar de soplar, silbá una linda melodía a través del aro, le dijo Malacara. Y mientras la música de Rulo pasaba a través del aro, sus ojos se agrandaron por el asombro, y casi, casi, no pudo seguir silbando, porque en lugar de un globo, fue surgiendo de su Máquina una paloma casi transparente, pero que mostraba mezclados entre sus plumas a veces unos, a veces otros, todos los colores del mundo. Una vez completa, la paloma lo miró, y guiñándole uno de sus grandes ojos comenzó a volar en círculos alrededor de Rulo y Malacara mientras subía hacia las nubes. La seguían las otras palomas que la música de Rulo iba formando en la Máquina de su mamá.
—¡Chau, Malacara, muchas gracias...! —Rulo saluda al hada que ya se aleja por la vereda.
—¡Malacara...! ¿No querés ser mi abuela...? —Y la hermosa sonrisa del hada fea le dijo que sí, que como no, que encantada.
(De "Cuentos de un hada muy fea")
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