lunes, 2 de julio de 2007

HIELO

Hace unos años publiqué un librito con recuerdos y vivencias de los campamentos de montaña en los cuales tuve la dicha de participar. En ese libro incluí algunos cuentos. Aquel libro se llamó “En carpa”, éste es uno de esos cuentos. Su título es “HIELO”
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Querido papá:
Hacía un tiempo que quería escribirte, pero entre los líos de la empresa y la idea de darme una vuelta por allá para que conozcas a tu nieto, lo iba postergando de un día para el otro. El nene sigue creciendo y ya comenzó a ir al Jardín de infantes. No me vas a creer pero está sacando los ojos de mamá (por lo menos, a mí me parecen iguales a los de esa foto que me diste, donde están vos y ella en el fondo de casa, y mamá está embarazada de mí) El trabajo va bastante bien, y parece que en estos días sale un contrato importante para construir un barrio entero en las afueras de la ciudad. Si eso se confirma, tenemos trabajo para varios años más, así que no me puedo quejar. La última vez te hablé por teléfono desde la oficina; por eso no te pude explicar bien el motivo de la suspensión de nuestro viaje para allá. Lo que pasa, es que aquí si te tomás vacaciones (y más en esta época) seguro que te mueven el piso. Había bastante trabajo, y aunque ya hace cuatro años que laburo sin parar, los jefes me lo iban a echar en cara toda la vida. Eso me lo hizo ver Normita. Vos sabés que ella te quiere, pero lo primero es el trabajo, como siempre decís vos. Estamos pensando en encargarle un hermanito a Lucas. No nos gustaría que fuera hijo único como yo. Me parece muy bien papá que estés pensando en tomarte unos días de vacaciones en Bariloche. Necesitás distraerte de los problemas del estudio. No podés estar enterrado entre números toda tu vida, y escuchando todo el día las mismas estupideces de tus empleadas. Vos disculpame, ya sé que conocen bien el trabajo y que te solucionan la mayoría de los problemas, pero yo no me las trago. No es que me parezcan mala gente, pero qué querés que te diga, desde que yo era chico ya les tengo idea a las dos gordas. Te mando estas fotos del nene. Se las tomaron hace tres meses en el cumpleaños de un compañerito. Les repartieron globos, cornetas y esas cosas y a él le tocó ese gorrito con la cara del pato Donald. Después a la noche hubo drama porque no se lo quería sacar para dormir. Bueno, chau. Que te diviertas en Bariloche y escribime o hablame cuando puedas. Lucas y Normita te mandan un beso.
Diego


—Mechita, por favor, alcanzame la carpeta de Santoro que tengo que agregarle estos comprobantes…
—A ver… Acá está. Esperá que le pase un trapo. Está llena de polvo.
—Gracias, Mecha. De paso ¿Qué te parece si el sábado a la mañana nos dedicamos a esa limpieza general de la biblioteca de que habíamos hablado? Aprovechamos que quedamos solas y le damos a Eduardo una sorpresa para cuando vuelva…
—Me parece bien. Al pobre no le va a venir mal una sorpresa buena. ¿Sabés, Lucy?... Yo lo veo algo desanimado, deprimido… Como si hubiera envejecido de golpe.
—Y qué querés. El único hijo en Mendoza, no viene nunca, y para peor se casó con esa yegua… Un nieto que no pudo conocer, viviendo solo en esa casa vieja…
—Nunca entendí cómo es que no se volvió a casar cuando enviudó tan joven. No era feo, además contador… Supongo que debe haber tenido candidatas.
—De eso podés estar segura, Mechita. Pero siempre fue demasiado apocado el pobre. Qué sé yo. Vaya a saber cómo fueron las cosas…


El botones dejó el bolso sobre el banco, le mostró el baño. Tomó la propina y se fue. Eduardo quedó solo, sentado en la cama, la vista perdida en el hueco de la ventana. Se alcanzaba a ver un pedazo de jardín descuidado y la medianera de ladrillos. Sus recuerdos de Bariloche no coincidían con esto, ni él lo hubiera esperado. Siempre había venido con grupos de campamento que salteaban prolijamente la ciudad. Cuando eran chicos sabían exactamente qué era lo que querían, y eso no estaba entre los turistas que compraban chocolate y sacaban fotos del Centro Cívico. Estaba dentro de ellos, sólo que necesitaban un lugar tranquilo donde compartirlo. Era su inocencia, era su alegría ingenua y sus ilusiones secretas. Inocencia, alegría, ingenuidad, ilusiones, secretos. Buscó memorizar la lista de sus pérdidas, como quien reconstruye el inventario después de un incendio. Hacía ya muchos años que no lloraba; era una lástima. Tal vez le hubiera gustado hacerlo ahora… Pero sólo le quedaba hastío, fastidio, un cansancio mortal. Y no se puede llorar sin alguien que lo compadezca; aunque sea uno mismo que consigue dividirse; llanto-compasión-consuelo. Él no podía dividirse. Hace muchos, muchos años, alguien le había tocado la cara: “¿Qué te pasa…?” Él le había besado la mano buscando dibujar una sonrisa. Eso se había ido como todo. Ahora era un bloque sólido, compacto y frío. Ya no tenía angustia, ni dolor, ni esperaba nada. Estaba prisionero de sí mismo; él era eso sin opciones, eso limitado por una piel de la cual no sabía salir. Eso sentado en una cama sin alma, que inmóvil miraba sin notar cómo se había hecho la noche.
MONTAÑISMO
“Mientras las excursiones de turismo convencional ofrecen comodidad y rapidez en el recorrido de las zonas accesibles por ruta, las caminatas de montaña, en cambio, tienen la ventaja de que permiten a los excursionistas llegar a los más recónditos ambientes del Parque. Casi todos los refugios están habilitados solamente en los meses de verano (diciembre-abril) ya que las intensas nevadas que se producen en el resto del año los aíslan totalmente”
Refugio Tronador: Ubicado en la zona del cerro Tronador, sobre el filo que separa los glaciares “Manso” y “Río Grande”. Altura sobre el nivel del mar: 2.200 metros. Capacidad: 12 personas.


Es una loma de roca negra y filosa. Una isla sobre la interminable pendiente blanca. En el refugio de piedra y brea el hombre se vestía en silencio. Estuvo solo esa noche; no necesitó explicar nada. Puso en la mochila los grampones para el hielo y salió. No había traído antiparras para protegerse de la luz intensa; quizá fuera mejor así. Muy temprano amanece en aquel refugio; el sol ilumina con luz anaranjada los tres picos: Chileno, Internacional, Argentino. Hacia abajo se adivina el abismo oscuro casi oculto tras un horizonte cercano de nieve sucia. En su vida anterior de muchacho ansioso, había dormido en ese mismo lugar al calor del fuego y en medio de amigos y bromas. Recordaba la insistente recomendación del guía con acento alemán. Mientras les aseguraba la soga que los unía por la cintura repetía: tengan cuidado con las grietas… Tapadas por nieve fresca puede haber grietas en el hielo… Muy, muy profundas. Pongan los pies sobre mis pisadas y mantengan la cuerda estirada…


Allá voy. Antes hubiera querido despedirme. Ahora da igual. Tengo los pies fríos. Voy a subir muy despacio, quiero llegar bien alto, quizá hasta la base del Internacional o más allá; subir la roca hasta la cumbre. Que gracioso sería. Tal vez desde allá vea algo claro. No lo contaría a nadie, tendría un secreto, algo mío. Algo para esconder. Vos ya estás bien. Tenés tu familia, tus planes… Ojalá los disfrutes mientras duren. ¿Sabés? No me gusta confesarlo, pero me importa poco. Tampoco me interesa tu hijo desconocido. Si te sirve de consuelo, tampoco el resto del universo. No es por vos, no. Me gustaría escapar, salir de la prisión. Soy mi propio rehén, mi cárcel y mi prisionero. Esto lo elijo yo. Yo mismo. Casi nunca elegí. Pude hacerlo, pero no lo hice. Siempre me gobernó la responsabilidad, la culpa, a veces la vergüenza, hasta el prejuicio y el temor al ridículo. Toda mi vida hice lo debido; debe haber sido lo mejor. Sin embargo, no sé. Quisiera tener cosas de qué arrepentirme, así tal vez no me hubiera convertido en piedra, tal vez no sería hielo… ¡Mataron a los rehenes…! ¡Muerte al carcelero…! Me arden los ojos y veo el cielo negro. Una vez me tocaron la cara. ¿Qué te pasa…? me dijo. Y ya no recuerdo sus ojos.
El manto de hielo y nieve es interrumpido por grietas irregulares a veces ocultas, otras amenazantes. Sus paredes celestes y facetadas se pierden en un profundo azul. El cielo limpio y el brillo deslumbrante de la empinada ladera son los únicos testigos del ascenso. El hombre arrastra su grito mudo e inútil. Un pie, el otro, el otro. Si alguien lo puede ayudar, éste es el momento.

(de "En Carpa")

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