lunes, 9 de julio de 2007

ADROGUÉ

Me preguntás por qué sigo viviendo aquí. Y… qué querés que te diga… Tu pregunta no tiene una respuesta fácil ni simple. Sobre todo simple. Si yo fuera poeta, si pudiera poner en palabras tantas cosas que sólo puedo sentir como a un dolor… ¿Cómo se describe un dolor? Las palabras son siempre pobres, fuera de proporción, mezquinas ante el dolor. Incluso ante el indefinido y delicioso dolor de lo ya vivido. Sin embargo, sé algunas cosas: sé que aquí veo el cielo enmarcado por las copas de los mismos árboles, que huelo la misma tierra húmeda, el pasto recién cortado, las mismas madreselvas y el mismo humo de hojas quemadas de todos mis otoños. Sé que mis sonidos son éstos, el zorzal de la primavera, las chicharras del verano, el antiguo silbato del afilador y el del guardián nocturno, algún ladrido lejano, el canto del gallo en la madrugada y de pájaros cuyos nombres nunca conocí. Éstos son los adoquines de mi niñez, el aire fresco de la tarde y el quieto bochorno de la siesta; éste es mi pueblo, yo soy de acá, esto es lo mío. No, más que eso: esto soy yo. Aquí está mi infancia, feliz y distraída, mis ingenuas aventuras de adolescente, y por supuesto, mi primera e inolvidable ilusión de amor. Nunca podría vivir bajo angostos cielos de cemento, viendo a los perros cautivos y sin dignidad, entre caras hostiles y desconocidas. No, no podría irme, nunca estaría completo. ¿Decís que todo esto te suena sensiblero? Tenés razón, a mí también. Pero ¿Sabés una cosa? Me gusta ser así. Esto también soy yo.

(De “Filosofía de boliche”)

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