Hubo una vez en el Infierno una reunión de todos los diablos que daban vueltas por el mundo de los vivos. (Los que estaban en los pozos más hondos y siniestros del mundo de los muertos se quedaron trabajando). Los llamó el rey de todos los diablos —que se llama Satán— porque no estaban haciendo bien sus diabluras. Cuando todos estuvieron reunidos, Satán se paró sobre sus patas de chivo y hablando con voz cascada y cavernosa les gritó:
—"¡Quiero que me expliquen ya mismo por qué motivo todavía hay muchos hombres en el bando de Dios y que son buenos...!” —(Cuando hablaba Satán temblaba todo, y de las grietas del piso salían nubes amarillas y rojas de azufre y de fuego) Los diablos le tenían mucho miedo a Satán porque era el más malo de todos los diablos, así que se escondían detrás de las piedras negras y sucias que hay en el infierno para que no los mirara a la cara. Pero un diablo de nombre Asmodeo que estaba en el extremo izquierdo de la caverna y que era muy orgulloso, se paró en sus cuatro patas de mulo y le dijo alzando la voz:
—"Su Majestad: yo conseguí que por ambiciones descontroladas diez hombres se odiaran y se mataran". Satán, echando lava por la boca le rugió:
— "¡Imbécil! ¡¡¡Esos hombres ya eran nuestros; de no ser así, no hubieran tenido ambiciones descontroladas !!!"
Del costado derecho, un diablo con cara de lechuza y que se llamaba Belial, chilló: —"Su Excelencia, yo hice que veinte hombres se mataran por causa de la lujuria!" Satán, creció cien veces de tamaño para ladrarle:
—"¡Insensato! ¡Esos veinte infelices ya eran nuestros. Si no, no se hubieran dejado
llevar por la lujuria!"
Ya ningún diablo se atrevía a decir nada porque tenían miedo de que Satán los castigara y no los dejara vagar más por la tierra sino que los mandara al fondo del infierno —y a ellos les gustaba mucho la tierra—. En eso, y en medio de un profundo silencio, se oyó una voz de paisano (que ni de diablo parecía) Era Mandinga, el demonio gaucho que usaba chambergo y chiripá:
—"Con licencia, Patrón. En el pago yo conseguí que dos arrieros se batieran a duelo por una cuestión de honor. No se llegaron a matar, pero se hicieron sus buenos tajos"...
Una carcajada general estalló en el infierno (entraron en erupción todos los volcanes y la tierra entera se sacudió con mil terremotos)
—¡Ja, Ja ! ¡Ni siquiera un muerto consiguió! Se burlaban los diablos del paisano Mandinga. Pero con su terrible voz de trueno, Satán los hizo callar.
—"¡Incapaces, insensatos, inútiles! ¿No se dan cuenta de que esos dos arrieros eran del bando de Dios y que Mandinga consiguió que odiaran por un motivo noble como es el honor...? ¿No entienden que para que los del bando de Dios se pasen al nuestro se los debe engañar con esas Grandes Causas que se escriben con mayúsculas...? No invoquen a la ambición, a la lujuria o a la envidia. Ellas trabajan solas para nosotros. Ustedes deben imitar a Mandinga: para que los hombres se odien, se torturen y se maten por millones usen de pretexto a La Patria, La Fe, La Civilización, hasta al mismo Dios. Así conseguirán guerras interminables, odios que durarán mil generaciones, humillaciones atroces, muerte y podredumbre...” Desde aquella histórica asamblea, Mandinga fue premiado con el favor de Satán. Y todo lo que pedía para lograr la perversión de los habitantes de estas pampas, Satán se lo conseguía.
(de “Historias de Juan Ordoñez y otros cuentos”)
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