lunes, 25 de febrero de 2013
VIVIR EL MOMENTO
Hay veces en que se cumple al pie de la letra lo expresado por la vieja metáfora de la frazada corta. Si quiero taparme el cuello, me quedan los pies al aire y viceversa. No puedo pretender ambas cosas al mismo tiempo y deberé decidir que parte de mi anatomía privilegio y que parte sacrifico. Una vez hecha la elección tendré que concentrar mi atención en la parte que quedó abrigada y haré mi mejor esfuerzo para no pensar en el frío que tengo en la otra. Porque esa es mi frazada y aquella fue mi elección. Pero también existen otras veces en que la opción que se plantea no es tan clara. Más aún, es falsa. Es posible que se esté pidiendo optar entre dos cosas que no son incompatibles. Hoy me gustaría dedicar mi comentario a una de estas falsas opciones.
Hoy está muy bien visto destacar que hay que “Vivir el momento”. Se podría decir que este concepto está de moda y por una vez habrá que aceptar que se trata de una moda sabia y que habría que tratar de perpetuar. Pero existe también en nuestra cultura un valor que se admite como positivo, aunque no esté tan de moda, y es el de la Previsión. Creo que para poder analizar cada una de estas ideas, de estas posiciones ante la vida y para poder reflexionar si son o no compatibles, convendrá considerarlas por separado a fin de no caer en la tentación de tratarlas como opuestas. Por eso propongo que hoy nos limitemos a desarrollar la primera de ellas.
Los humanos tenemos la posibilidad de evaluar nuestra historia, toda nuestra vida en perspectiva. Podemos ver y juzgar, tal vez justificar nuestro pasado; también hacer proyectos, orientar o planificar el futuro. Que nuestra evaluación del pasado esté plagada de autojustificaciones y que los proyectos habitualmente no se cumplan es harina de otro costal. El hecho es que muchas veces vivimos sumergidos en este tipo de pensamientos, y esto nos lleva a olvidar algo tan simple como evidente: nos es imposible tanto cambiar el pasado como prever el futuro. Hay un hecho que está claro para cualquiera que quiera verlo: el que existan imprevistos es una de las pocas cosas que se pueden prever con certeza. Nuestros proyectos se cumplen a veces sí, a veces no, y en ocasiones las circunstancias nos llevan a lugares o nos colocan en situaciones absolutamente impensadas. Por otra parte, la evaluación de nuestro pasado mostrará con toda seguridad panoramas distintos según quien sea el evaluador. Será, porque no puede ser de otra manera, meramente subjetiva, hipotética. Esto no quiere decir que ambos tipo de visiones sean inútiles o perniciosas. A menos, claro, que nos impidan emplear de forma constructiva lo único que realmente está en nuestras manos, lo único que realmente nos pertenece: el momento presente. “Solo por hoy” se titula el decálogo de la serenidad de Juan XXIII. Y su primer mandamiento dice: “Solo por hoy trataré de vivir exclusivamente este día, sin querer resolver de una sola vez el problema de mi vida”. Ese mismo tipo de sabiduría destilan amarillentos cartelitos decorados por mil generaciones de moscas: “Hoy no se fía, mañana sí”. Es que tanto el Papa bueno como el gallego, propietario de un almacén de ramos generales de nuestra pampa húmeda, supieron desde siempre que el “mañana” es un día eternamente postergado, que no existe. Ciertamente existirá, pero para ese entonces se llamará “hoy”. “Mañana” es solamente un concepto, es el horizonte sobre el cual jamás podremos poner nuestros pies.
Si sabemos de vidas admirables, de hombres y mujeres que vivieron siendo útiles, haciendo el bien a su alrededor, sepamos también que esas vidas perfectas o casi, no fueron otra cosa que una sucesión de instantes perfectos o casi. Cada uno de esos instantes informado, preparado, madurado al calor de un bagaje del pasado, de una familia, de una educación o de una historia personal, por supuesto, pero actuado, vivido, en ese mismo y único instante.
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