sábado, 15 de septiembre de 2012

MAL SUEÑO

Caminaba la noche húmeda, de luz escasa, sólo la opresiva y amarillenta de algún farol aislado en la niebla. Estoy seguro, era la calle céntrica de un barrio del suburbio. No se veía gente. Quizá fuera esa hora incierta que precede a la madrugada y en la cual no se escucha sonido alguno. No era miedo lo que sentía, era otra cosa, tal vez desamparo. No encontraba la causa de mi presencia en ese lugar. Tampoco en algún otro, solamente estaba. Caminaba solo, sin la compañía siquiera de algún recuerdo, algún sentimiento. O de la exigua conciencia de ser. Se adivinaban paredes ásperas, descascaradas, portones clausurados. Un envase de plástico movido por el aliento fétido del arroyo era el único signo de vida. Al ver la luz, supe que la necesitaba, por eso me movía, quizá era lo que buscaba a tientas. Parecía salir de una pared. Una luminosidad intensa y fría surgiendo de una abertura angosta y sin puerta alguna. Al acercarme, casi cegado por el resplandor, pude ver el pasillo, de paredes blancas y limpias. No había un techo que lo limitase y no tenía fin. A medida que avanzaba comencé a inquietarme, esas paredes luminosas se iban acercando hasta casi impedirme el paso. Pero no. Poco a poco y a medida que la luz perdía intensidad, el espacio de hacía más amplio. Más amplio y sombrío. Ya podía distinguir algún detalle. Las paredes satinadas, de un blanco tiza y sin la más mínima imperfección, ahora se distanciaban hacia una penumbra cada vez más profunda. El piso oscuro comenzó un descenso progresivo para finalmente desaparecer bajo mis pies. Ahora caía hacia la oscuridad total. O flotaba en la nada con la cual me confundía. Ya había llegado a mi nada, ya estaba en esa paz vacía y estéril, la única que creí posible.

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