Es interesante proponerse cada tanto cuestionar supuestas verdades incuestionables. Ejercer de abogado del diablo tiene, por lo menos, la ventaja (estamos de acuerdo en que es una ventaja ¿no?) de obligarnos a pensar por nosotros mismos en lugar de aceptar y repetir conceptos elaborados por otros. Una de esas cuestiones que creo convendría repensar es la referente a la vilipendiada rutina. En realidad, lo que intento es proponer un elogio de la rutina.
Nada importante se crea ni se consolida si no es merced a una rutina. Es rutinario el ciclo celular, la sucesión del día y la noche, las estaciones del año, la trayectoria de los planetas, el trabajo del artesano, del artista y del intelectual. Todo crecimiento se apoya en una rutina. Las grandes ideas pueden surgir en un feliz momento de inspiración, pero el llevarlas a cabo, el hacerlas realidad, requiere elaborar y cumplir con constancia una rutina de trabajo.
¿Por qué entonces tiene tan mala prensa la rutina? ¿Por qué decir que un trabajo es “rutinario” supone una descalificación poco menos que insuperable? Es evidente que lo que no se tolera no es la rutina en sí, sino la falta de sentido de una rutina determinada o, en otras palabras, que no nos interese la finalidad que persigue esa rutina. Aunque también puede suceder que la rutina tenga sentido, que persiga una finalidad que nos interese y que, sin embargo, nos resulte agobiante porque no nos preocupamos en tener siempre presente ese objetivo que nos entusiasma y da sentido a todo. Aun al trabajo más rutinario.
viernes, 14 de octubre de 2011
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