lunes, 20 de junio de 2011
SR. PREJUICIO
Con bastante frecuencia se oye el comentario de algún paciente en el sentido de que el prematuro de siete meses tiene mejor pronóstico que el de ocho. Se supone que ésta es una verdad aceptada universalmente y como a veces viene precedido con el: “Como usted seguramente sabe, doctor…” uno se siente inhibido de desmentir tal aseveración a pesar de no recordar haberla leído en ningún texto. Lo sorprendente de esta superstición es que se remonta nada menos que hasta la época en que fue escrito el tratado “Peri Oktamenou” atribuido nada menos que a Hipócrates. A pesar de no resistir ni la prueba de la experiencia ni la de la lógica, esta supuesta verdad subsiste a través de los siglos. Es que el prejuicio es absolutamente inmune a la experiencia; tampoco tiene nada que ver con la lógica, no la usa ni la necesita. El hombre vive aferrado a la irracionalidad como a un valioso tesoro que es necesario proteger de los cínicos descreídos que pretenden pensar. Einstein dijo alguna vez que es más fácil deshacer el átomo que deshacer un prejuicio. Sucede que el prejuicio es altamente valorado socialmente. El prejuicio es confundido frecuentemente con la moral, de modo que ser “desprejuiciado” equivale en el concepto de muchos a no aceptar normas de conducta. Junto con los miedos y los tabúes, los prejuicios suelen ser las mejores herramientas para educar a los hijos, hasta que son grandecitos y comienzan a comprender que las únicas normas que deben guiar nuestras vidas son las dictadas por el lucro y el interés.
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