lunes, 27 de junio de 2011

¿OBEDIENCIA?

“El origen de todo pecado es la desobediencia” dice Oscar Wilde en alguna parte de “El retrato de Dorian Grey”. Esta aseveración se corresponde con el esquema de un Dios creador y legislador, al mismo tiempo juez y verdugo que “premia a los buenos y castiga a los malos”. Dios al que hay que obedecer a costa de sacrificios y privaciones para “ganar” el Cielo, pero sobre todo para evitar el infierno, vislumbrado como la suma aterradora y eterna de todos los sufrimientos imaginables e inimaginables. Esta idea de Dios es la que informó, en mayor o menor medida, la espiritualidad de los cristianos durante muchos siglos. Esto explica que el llamado “Temor de Dios”, don del Espíritu Santo, sea indistinguible para el común de los mortales del “miedo a Dios”.
Si aceptamos que lo más prudente ante quien se teme es mantenerse distante, podremos explicarnos el alejamiento de la fe de muchos cristianos. Es que, por algún mecanismo perverso que sólo Dios conoce, hemos tergiversado de tal manera el mensaje del Evangelio, que hemos dejado de lado, hemos ignorado el centro, la esencia de la Revelación. Hemos ignorado al Amor. Y el Amor es Dios, que me ama, nos ama como no somos capaces de imaginar. Dios nos quiere hijos; preferimos ser esclavos. Nos quiere felices, hemos preferido sufrir. Nos quiere familia a la que dé gusto pertenecer, no tropa dispuesta a la lucha. “Nadie ha visto jamás a Dios. El Hijo único, que está en el seno del Padre, Él lo ha contado”. Y Cristo contó la parábola del hijo pródigo y del Padre misericordioso. A este Dios no cuesta ningún esfuerzo amar porque Él nos amo —y nos ama— primero. Y en los momentos en que tomamos conciencia de su amor, tampoco nos cuesta amar a sus otros hijos, que son hermanos, no rivales. Y conseguimos vivir seguros, confiados y felices como lo está un pequeño en los brazos de su Padre.

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