Aclaración previa: hace algún tiempo participé en un programa de una radio local. Era auspiciado por la “Asociación amigos de la biblioteca”. Yo tenía a mi cargo una especie de columna semanal que me permitía explayarme sobre cualquier cosa. Así que todo suelto de cuerpo daba mi opinión sobre lo que me cantara. Aquí va un ejemplo.
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Últimamente estuve pensando algunas cosas que me gustaría conversar con ustedes. Y claro, también con los oyentes, que son los que en definitiva tienen el poder de cambiar de radio, o de discrepar y expresar su discrepancia por teléfono. Aunque hay una cierta desigualdad en la relación comunicador – oyente, ya que las macanas que podemos decir nosotros son masivas y por otra parte suelen permanecer impunes. Es que uno tiene todo el tiempo para elaborar lo que va a decir por la radio, y después de pensar una semana, si lo que dice es una soberana gansada, no se le puede exigir al oyente que en solo unos minutos reaccione, piense, encuentre el número de teléfono de la radio, consiga la comunicación y nos refute. Tendrán que coincidir conmigo en que los de este lado del micrófono jugamos con las cartas marcadas o algo así. Este oficio de comunicadores (creo que la moda es llamarnos así) tiene sus riesgos. Pero aquí también hay una asimetría: los riesgos los tienen los comunicadores, pero los sufren los oyentes. El problema no sería demasiado importante si no fuera porque, en una medida nada despreciable, el comunicador forma la opinión pública. Se dijo en su oportunidad, que al presidente Color de Melo lo había elegido formalmente, el voto popular, pero efectivamente, la cadena “O Globo”. Y cuando la ley autorizó en nuestro país la formación de multimedios, quedamos expuestos a que entre nosotros pase algo similar. Como nuestro sueldo no lo paga ningún poderoso multimedio, ni la radio, ni los amigos de la biblioteca (en rigor de verdad no nos paga nadie) podemos manejarnos con absoluta libertad para decir lo que pensamos. Esta libertad de que disponemos aumenta nuestra responsabilidad, así como nuestra impunidad. Un cierto sentimiento de culpa originado por esta impunidad me induce a dar un consejo al ciudadano que nos escucha. Que lo hace por esos azares caprichosos del dial o bien porque usó el micrométrico para encontrar nuestra sintonía: Si lo que aquí se dice le permite ponerse a pensar, siga escuchando la radio porque pensar es bueno y saludable. Pero nunca permita que los periodistas o comunicadores piensen por usted. Cuestione todo lo que oye, y con más razón cuestione los argumentos de los que viven de esto; es probable que estén opinando lo que a sus patrones les conviene que opine la gente. Que no sean más que operadores de intereses que no son los del oyente.
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