miércoles, 19 de enero de 2011

EL HOMBRE QUE SABÍA TODO

Había una vez un hombre que sabía muchísimo. Como era el dueño de mucha, mucha, mucha plata, no tenía que trabajar; entonces, durante toda su vida y desde la mañana hasta la noche, pudo estudiar, preguntar, mirar y escuchar. Le gustaba aprender y no se olvidaba de nada. Un día el hombre se despertó y dijo: "Ya conozco todo lo que hay debajo del suelo y arriba del cielo. Sé que dentro de la tierra hay hierro, cobre, agua y fuego. Que hay petróleo, cavernas misteriosas y rocas derretidas. Sé que en el cielo hay estrellas y planetas y satélites. Sé por qué brilla el sol y por qué la luna es pálida; por qué el cielo es azul y las nubes blancas. Sé que hay microbios que fabrican pus y que hace millones de años hubo dinosaurios que caminaban sacudiendo la tierra. Sé cómo son los átomos, las moléculas y las galaxias... Entonces el hombre se entristeció porque vio que en adelante su vida iba a ser muy aburrida.
El hombre se dijo: "Voy a recorrer el mundo. Toda mi vida estuve estudiando y no tuve tiempo de viajar". El ya sabía cómo ir a todos los lugares y como eran los habitantes de todos los países. Sabía que los que vivían en Migonda eran alegres pero haraganes, los que nacían en Pescolandia eran altos pero sucios, y que los que habitaban en la isla Bolita eran emprendedores pero golosos. El hombre pensó: "Me voy a vivir un tiempo a Migonda. Cuando conozca bien como son los migondeses me voy a Pescolandia y después a la isla Bolita. Quiero saber por qué son así". Como tenía mucho dinero, dió una orden y en dos días ya estaba en el mejor hotel de la capital de Migonda. Se compró un cuaderno muy grande para anotar sus descubrimientos. En la primera página escribió como título: "POR QUÉ LOS MIGONDESES SON ALEGRES PERO HARAGANES". A medida que pasaban los días, el hombre iba conociendo mejor y mejor a la gente de aquel país. Habló con las mucamas del Hotel, después con los vendedores de diarios, con los que trabajaban en las fábricas y con los que robaban billeteras en los colectivos. Cuanto más tiempo pasaba y más gente conocía, el hombre se daba cuenta de que en Migonda había haraganes pero también había trabajadores, que había gente alegre pero también gente triste, también había altos y bajos, sucios y limpios, emprendedores y rutinarios, golosos e inapetentes. Después de estar un montón de años en aquel lugar, el hombre tomó el cuaderno que todavía seguía sin estrenar, tachó el título: "POR QUÉ LOS MIGONDESES SON ALEGRES PERO HARAGANES" y escribió: Primera conclusión: "No sé como son los migondeses. Sólo conociendo al ser humano podré conocer a los migondeses, a los pescolanderos y a los bolituanos". Entonces el hombre se volvió a su país y como tenía mucha, mucha, mucha plata, dió otra orden y le compraron todos los libros que se habían escrito sobre psicología de los seres humanos. Cuando el hombre terminó de leer todos esos libros era ya un anciano. Y en una de las noches en que no podía dormir por tener tantos años, tomó el cuaderno de hojas amarillentas y escribió con mucha dificultad porque sus dedos temblaban y estaban algo duros: Segunda conclusión: "Tampoco sé cómo es el hombre. Pero aprendí algo muy importante: Hay cosas que son muy misteriosas, y es prudente tratarlas con respeto y con cuidado". Y el viejito se murió en su cama y en paz con el mundo.

No hay comentarios: