GORDOS TRES
Hubo que esperar seis años para ver de nuevo a Adolfo. Se había anunciado por carta hacía un tiempo. Tenía que bajar a La Plata por un asunto del estudio e iba a aprovechar el viaje para visitarnos. Lo noté más reposado de lo que lo recordaba, pero siempre tan simpático y entrados. A poco de llegar pidió hablar a solas con papá. Ese estilo tan formal no era el de él, asó que quedamos alfo intrigados. Se encerraron esa tarde él y papá en el comedor. La reunión terminó una hora después cuando mamá nos llamó par cenar. Durante la cena lo noté a Adolfo algo preocupado, tratando sin embargo de mantener la charla entretenida de costumbre. Nos contó del estudio que tenía con un socio en el centro de Bahía, de su mujer, de la familia y amistades de siempre. Nos llamó la atención que no contara ninguna anécdota de Marina, ya que ése era el tema en el que más lucía su ingenio. Cuando le preguntamos por ella nos dijo que estaba bien de salud y cambió de tema al parecer algo incómodo. Papá estuvo en silencio y pensativo toda la cena, sin participar de la conversación.
Al día siguiente, que ya estudiaba abogacía y por lo tanto se sentía más cercano a su primo, se animó a preguntarle qué le pasaba.
— Lo que pasa, Quito, es que tu papá me pegó un reto como nunca
nadie lo había hecho. No digo que no tenga razón, pero viniendo de él me dolió demasiado.
—¿Pero, por qué? ¿Qué hiciste? (Quito sabía que papá no retaba por
cualquier cosa) Adolfo, que estaba deseando sincerarse con alguien más comprensivo que papá, no dejó pasar la oportunidad.
— Mirá, Quito. Vos me vas a comprender bien porque la conocés a
Marina. La tía es buena pero muy, muy pesada. Pero pesada o no siempre fue como una madre para mí, por lo que nunca me pude negar a un pedido suyo. Resulta que la tía Marina tiene en Bahía un edificio que no sé cómo habrá sido nuevo, pero que actualmente es una especie de ruina que no se cae abajo por casualidad. Sin embargo, lo tiene totalmente ocupado con inquilinos. No lo alquila por departamentos sino pieza por pieza. Vos te imaginarás la miseria que hay adentro. Uno de esos inquilinos, un ex-linyera que tuvo que abandonar el oficio porque ya no podía caminar, dejó de pagarle hace un montón de tiempo. El pobre tipo no sé de dónde saca para comer, pero así y todo Marina se empeñó en querer cobrarle. Entonces, hace como diez años, cuando yo estaba en el segundo año de la facultad, me pidió que le haga juicio de desalojo. Me dijo que lo había consultado con tu papá y que él le había aconsejado que lo deje pasar, que total era apoco lo que podía perder, que al pobre hombre no le quedaba mucho de vida y qué se yo.. Por supuesto que tenía razón, pero si él no la pudo convencer ¿Cómo iba a poder hacerlo yo?¿Te das cuenta? Yo estaba en segundo año de la facu ¡Como vos ahora! ¿Qué podía hacer, eh?¿Qué hubieras hecho en mi lugar?
— No sé qué decirte, Adolfo... Tendría que ver...
— No, Quito, no tenía salida. La traté de convencer de que yo era sólo
un estudiante que a gatas había aprendido algo de derecho romano, pero la tía no entiende de razones. Para ella yo era su asesor legal, y además como vos sabés, ella pagaba mi pensión, así que no le pude decir que no.
— Entonces ¿Qué hiciste?
— Le metí una querella al inválido. ¿Qué iba a hacerle? Por lo menos
para la tía. Preparé un escrito en papel oficio lleno de todas las cosas... ¿Viste? “Respetuosamente digo...“Usía...” “Será justicia...” “Los autos caratulados...” Todo eso. Se lo hice firmar a Marina, lo tiré en un cajón y chau. Quedó tranquila por unos meses.
— ¿Y después?
— La justicia es lenta, Quito. Cuando la tía apretaba un poco, venía la
contestación del juez, intervenía la parte querellada, se solicitaban peritajes médicos, contables, etc. etc. Yo llenaba todo con sellos, ponía providencias, apelaciones, hice que se declararan incompetentes tres jueces, le cambié la carátula ocho veces... Fui armando a través de los años un expediente que ya tiene como 3000 fojas. Sigue en el cajón, pero de lejos es el juicio más peleado que tuve. Te aseguro que gracias a mí, la tía y el inquilino vivieron felices todos estos años.
— ¿Y ahora, qué pasó?
— Y, qué querés, ya llegué a la Corte Suprema. La Corte de la Provincia
nos falló en contra, así que interpuse un recurso de queja porque entendemos que se están lesionando los derechos constitucionales de mi cliente... Y bueno, la tía quiere resultados... ¡Se me acaban las instancias, Quito! Consulté ayer con tu papá, que es una persona que ha vivido mucho, y disculpame que te lo diga, pero el consejo que me dio fue frustrante. Me dijo que le confiese todo a la tía, que lo más importante de todo lo que está en juego es mi honor... Que tengo una vida entera por delante para construir... Vos sabés, todas esas cosas. La verdad, no creo que tu papá comprenda la situación. Por lo pronto, si le confieso todo a la tía, me mata. No me va a quedar ninguna vida por delante para construir.
— ¡Que la Suprema Corte te falle en contra! ¡Perdé el juicio, Adolfo!
— No, pará un poco, que yo tengo un prestigio que cuidar... Además, si
perdemos, Marina hará un escándalo, es capaz de ir a sacarlo a empujones al pobre inválido... ¡A ver si vamos todos presos!
Dos días después, el gordo Adolfo volvió a Bahía. Según le confesó a Quito, todavía no había encontrado la forma de salir del atolladero legal que se había fabricado.
(continuará)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario