jueves, 10 de diciembre de 2009

JUDAS

Entonces Judas, el que le entregó, viendo que había sido condenado, fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: “Pequé entregando sangre inocente”. Ellos dijeron: “A nosotros, ¿qué? Tú verás”. Él tiró las monedas en el Santuario; después se retiró y fue y se ahorcó.


Mateo 27, 3-5


Matías


Matías estaba pensativo. Sentado en aquel rincón de la estancia, las manos sosteniendo la cabeza, parecía rezar. Todos los otros, que ayer nomás lo habían elegido como su nuevo compañero, respetaban su voluntario aislamiento. Sabían que era un hombre de oración y que el maestro le había demostrado su afecto muchas veces. Pero Él ahora no estaba; habían quedado solos y esperando no sabían bien qué. Sólo esperando. Simón Pedro había hablado con Matías en privado por un largo rato; desde entonces Matías estaba así, solo y rezando, o tal vez pensando.

Ambas cosas hacía Matías. Rezaba por él y su misión y también pensaba en él, en toda su vida y en los cambios extraños, maravillosos e inesperados que sucedieron. Al echar suertes, Dios habló, eligiéndolo como reemplazante del traidor. “Id y predicad” era el mandato que les dejó el Maestro, pero antes debían esperar algo. Escondidos y llenos de miedo. “Tú que ya estás junto al Padre, ruega por nosotros, Rabí”. Aún le dolía a Matías considerar a Judas como un traidor. Hasta pocos días atrás había sido uno de los doce, el compañero de Simón el zelote, su amigo de la infancia. Varias veces la madrugada los sorprendió a los tres sosteniendo aquellas largas discusiones políticas a las que eran tan afectos. Él fue testigo de la transformación que poco a poco habían ido sufriendo las ideas de Simón. Parecía que el horizonte de éste se ampliaba día a día. Ya no eran los herodianos ni los soldados del imperio los enemigos. Llegó a decir que no existían verdaderos enemigos, que “el Padre dejaba salir el sol sobre justos y pecadores” , que “No debían juzgar para no ser juzgados”. En realidad, ya no era de política de lo que hablaba Simón. No parecía tomar muy en cuenta los planteos de sus antiguos compañeros, los zelotes. Decía que el Maestro había venido para cambiar todos esos esquemas. Judas no. Él simpatizaba con los patriotas y los defendía. Si hasta en la época de su adolescencia había estado cerca de esos fanáticos, los sicarios (con eso se había ganado el mote de “el iscariote”) ahora decía que no los justificaba, pero que los comprendía. Sostenía que si bien es cierto que no debían juzgar, no se trataba de hacer juicios de valor, sino de liberar a su tierra de la esclavitud. Eran cosas distintas, y correspondía tener bien en claro la diferencia entre religión y política. “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Esas también eran palabras del Maestro. No había que caer en lo mismo que los fariseos que se consideraban la elite del pueblo y que sin embargo estaban entregados solo a puntualizar estupideces, nimiedades de culto sin relación alguna con la vida de la gente. Y a eso también se había referido el Maestro, como bien debía recordar Simón el zelote. Judas era muy inteligente. Hubo veces en que Matías estaba inclinado a darle la razón, pero al responder Simón, Matías reconocía el espíritu y la doctrina del Señor. Solía escuchar a sus amigos sin manifestar su opinión, porque siempre estaba inclinado a dar la razón a ambos.

En los últimos tiempos, en especial después de las resurrecciones, Judas era el más entusiasta del grupo. Decía que ahora sí, que ahora nadie podría evitar que el pueblo judío aclamara como Mesías a Jesús de Nazareth, el hijo del rey David, el nuevo caudillo que pondría fin a tantas humillaciones para iniciar el tiempo en que “...el monte de la Casa de Yahvéh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: “Venid, subamos al monte de Yahvéh, a la casa del Dios de Jacob... Pues de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén la palabra de Yahvéh.” Todos le reconocían a Judas la inteligencia y la habilidad política que se sabe necesita todo Rey para gobernar. Si el nazareno era (debía reconocerlo Judas) algo ingenuo todavía, no le iba a faltar de todas maneras el asesoramiento de alguien como él, que conocía todas la triquiñuelas del poder. Después... después Matías no pudo entender que sucedió. Judas comenzó a rehuir las tertulias con Simón y con él mismo, a mostrarse hosco y taciturno. En pocos días desapareció su entusiasmo. Sólo hablaba para mostrar pesimismo. El apasionado Judas ahora gustaba mostrarse descreído y cínico, y Matías no encontraba el motivo.




El traidor


I - Es muy duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Lo menos que se puede decir es que llevó demasiado lejos la metáfora. ¿Cómo puede declarar, y además repetir varias veces “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”? Creo que estuvo, cuanto menos, imprudente. Voy a tener que hablarle, porque ya se nos fueron muchos discípulos (algunos de ellos valiosos, influyentes) y nos vamos a quedar solos... Y después, para colmo, nos preguntó a nosotros si también queríamos marcharnos. Bueno sería. Únicamente los necios abandonan una empresa ante los primeros inconvenientes. Sólo que deberemos modificar algunas cosas... No es necesario espantar a la gente con un discurso tan poco razonable. Además, dijo algo bastante ofensivo, seguramente guiado por el mal humor del fracaso. En la primera oportunidad que tenga se lo voy a hacer notar. ¿Cómo pudo decir “...uno de vosotros es un diablo...?” Fue una falta de consideración para quienes dejamos todo para seguirlo. Y para peor, el insulto vino después de que Simón Pedro lo halagara sutilmente (y yo que lo creí tan tosco) con aquello de que solo él tiene “palabras de vida eterna”. Si tiene pruebas de que hay un traidor, que lo acuse abiertamente y que no nos tenga a todos bajo sospecha. No lo merecemos...


II - ¡Esto ya es el colmo! No menos de trescientos denarios se derramaron por el suelo... Esto ya pasa de la raya... Yo creí conocerlo, también sus defectos. Siempre supe que era iluso, imprudente, que actuaba en forma inconsulta, sin pedir consejo, impredecible. Pero ahora estoy viendo que también es un ególatra. ¿Cómo permitió ese derroche de perfume? Un año de trabajo llevaría juntar tanto dinero... Con él hubiéramos podido dar de comer a miles de hambrientos, tener buenas armas para nuestra defensa, hubiéramos podido difundir nuestro mensaje por todo Israel...


III - ¡Tres años...! Tres años de mi vida desperdiciados... Tres años que pudieron servir a la causa de nuestra libertad... siguiendo a un loco, demagogo y traidor a su pueblo... a un hechicero que con sus trucos nos mantuvo pendientes de sus sueños, que terminó creyéndose nada menos que hijo de Dios...! Y ahora nos da un pedazo de pan... “Esto es mi cuerpo” dijo. Y en ese momento me miró. En ese momento me miró a mí, al que hubiera dado su vida por él y por la causa... Hubo un momento, estoy seguro... yo fui su preferido. Una vez me habló a solas, y estoy seguro de que me amaba. Más que a los otros, más que a Pedro, que a Juan. En ese momento me miró a los ojos y creí que el cielo se abría para mí solo... y ahora este desprecio. “¡Más le valdría no haber nacido...!” dijo y también me miraba. Me miraba como no viéndome, como viendo a través de mí... Me ofrecieron por él 30 siclos, El valor de un esclavo. Y ahora veo, tres años después, que no vale más que eso. Traidor, traidor a su pueblo, a sus seguidores, traidor a mí. Porque aquella vez en que me habló a mí solo... hubiera dado mi vida por él. Porque en aquel momento hubiera dado mi vida por él y solo por él, no por la causa... en aquel momento había conseguido hechizarme a mí también... Pero ahora va a conocerme, va a saber quién es Judas Iscariote, va a saber lo que significa el odio de un hombre de verdad...




Simón el zelote


Hace ya varias horas que Matías está a solas. Estará orando... o tal vez no se atreva a agregarse al grupo de los doce. Tal vez se sienta extraño, solo conmigo tuvo amistad, a los demás los vio únicamente junto al Maestro... y cuando estaba el Maestro era Él quien ocupaba la mirada, era solo Él quien encandilaba el alma y la mirada... Lo traicionamos todos, lo abandonamos y nos perdonó. Lo vimos morir a manos de los sacerdotes y los infieles, lo vimos resucitado, lo vimos subir al cielo... y aún tenemos miedo. O quizá Matías esté recordando al que fue nuestro amigo Judas... al traidor. Al que no podemos juzgar, al que debemos perdonar. Porque lo ordenó Él. “No juzguéis...” “Perdonad siempre... setenta veces siete”, fue lo que dijo. Pobre Judas, era tan inteligente, era valeroso... que fin más triste. Ni siquiera le aceptaron la devolución del precio de su iniquidad... el de un esclavo... “¡Esa lindeza de precio en que me han apreciado...!” dijo el profeta... Dicen que lloró a gritos, que insultó a los sacerdotes, dicen que gritaba “Pequé entregando sangre inocente...” y les arrojó las monedas en el santuario. Que Dios se apiade de su alma... Y que nos envíe pronto el Espíritu de la Verdad para que esté con nosotros para siempre, para que nos dé el valor de salir de aquí, para predicar al mundo la Buena Noticia del Amor de Dios.

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