La música y las risas llegaban, lejanas. La amargura no le había impedido conciliar un sueño agitado, de angustia y odio. La fiesta era de los otros. Del pródigo, las prostitutas, los publicanos. Ellos podían festejar, no habían sido engañados. El otro había elegido el pecado y el despilfarro y recibió su merecido. Recibió lo que buscó, porque Dios es justo. Llegó muerto de hambre, sucio, harapiento, sin dignidad y buscando compasión. Sin embargo, se lo recibía con una fiesta. Y todos se alegraban. No hubo castigo, ¡todo olvidado!. ¿De qué sirve cumplir con el deber? ¡No hay premios para eso!. Un letargo colmado de imágenes perversas fue ganando al hermano mayor. Apenas le llegaban ya los cantos y la alegría de los injustos. ¡De su padre! ¡De su propio padre! ...”Como esclavo que suspira por la sombra, como jornalero que espera su salario, así meses de desencanto son mi herencia, y mi suerte noches de dolor...” Como en la antigüedad con el Gran Justo, así Yahveh se había encarnizado con él. ...”del mandato de sus labios no me aparté... ¿Cuál es el reparto que hace Dios desde arriba, cuál es la suerte que manda Sadday desde la altura?¿No es acaso desgracia para el inicuo, tribulación para los malhechores?...”
Silenciada la fiesta, la mansedumbre de los grillos, la voz ingrávida y tenue de la noche, acompañaba ahora al sueño del hermano mayor. En él veía al jornalero de su padre que después de soportar el peso del día y del calor recibía asombrado sólo un denario. Sólo el denario prometido, al igual que el de la última hora. Él no había sabido responder a sus quejas. ¡Y ahora le tocaba a él también sufrir el dolor de la injusticia! “. Todo lo mío es tuyo...” le había dicho su padre. ¡Por supuesto que sí! ¡Y bien que me lo gané, con mi trabajo me gané un trato justo! ¿Y el otro no quiso acaso su parte de la herencia...? En el sueño Yahveh le decía “¿Te parece bien enojarte conmigo?” y él era Jonás que le respondía indignado: “¡Sí, me parece bien enojarme hasta la muerte!” Él sabía muy bien que Jonás tenía razón. Porque los últimos no deben ser los primeros ni los primeros ser los últimos, y el obrero de la última hora nunca tuvo derecho a ganar lo mismo que el de la primera.... “Tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo...” y le hablaba del amor... ¡Justicia! ¡No quiero amor, quiero justicia..!
Cantaron los primeros pájaros antes del amanecer. Al despertar, el hermano mayor percibió que había finalmente dormido en paz. Acunado por recuerdos de niño, de su padre explicándole algo con una sonrisa joven, alguna caricia, alguna palabra de aliento... Supo, o recordó así el amor de su padre, y supo o recordó que ese amor era todo lo que él deseaba, todo lo que él aspiraba... Se levantó del lecho y salió al campo. Deseaba estar solo y disfrutar en paz del espectáculo del sol naciente. De ese sol que Dios hace salir siempre sobre justos y pecadores.
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