miércoles, 14 de enero de 2009

HISTORIAS DE JUAN ORDOÑEZ - ABBÁ - 27

ABBÁ – LA NOVELA


“…COMO NUESTROS HERMANOS LOS INDIOS”



Mientras raspaba la olla, Marta estaba enredada en sus oraciones. Aunque en realidad su murmullo estaba formado por una extraña mezcla de jaculatorias indescifrables con protestas masculladas. Claro, es muy fácil encapricharse con un locro como el mío y después quién lava la olla ¿eh?... ángel de la guarda, dulce compañía... que lo hago con la receta de la vieja... no me desampares... no la de la Petrona que es cara y complicada... ni de noche ni de día, hasta que descanse... que una no tiene descanso, todo pegoteado que si dejo la olla para más tarde es peor...en los brazos de Jesús, José y María... que no los aguanto a los brazos... y sobre todo este codo de porquería, los años no vienen solos... de Jesús, José y María, que si uno dijera Jesús, María y José no haría el verso... todos se van a dormir la siesta y una se queda frega que te frega, ni bien la vea le voy a decir a la Isabel... Jesús, José y María, os doy el corazón... claro aquí también se buscó la rima... y el alma mía, que después viene “agonía” y después... expire en paz con vosotros el alma mía... claro, alma mía de nuevo, la verdad que no estaba muy inspirado el papa o el cura o el que sea que la inventó, si yo me pongo a pensar un rato hago una mejor, aunque para rezar así mejor pienso en otra cosa, que ya estoy criticando al papa... se me pegoteó de más pero no se le notó gusto a quemado... pero ahora le voy a tener que pasar el cuchillo porque con la esponja de acero no sale, y claro, es muy lindo comer el locro y después irse a dormir, total queda la fregona, tendría que acostumbrarme a usar los guantes como la Isabel, que entre la esponja de acero y el detergente, las manos a la miseria, tras que son cortitas que nunca me gustaron, ahora además todas percudidas de lavar ollas, cada vez que me acuerdo me da bronca.
—Marta, decime una cosa, ¿Alguien agregó intenciones a la misa de mañana? Porque hay una que no la había visto antes. —Juan venía con la lista en la mano— “Por la salud de Marena” dice. ¿Quién es Marena?
—No es Marena sino Macarena y la intención la agregué yo misma. ¿O es que no puedo agregar una intención yo misma? ¿O acaso la fregona no tiene derecho a pedir por alguien en la misa? Si puedo hacer el locro y lavar la olla, también puedo pedir por alguien en la misa, digo yo, yo creo...
Juan no pudo ocultar una sonrisa. Siempre le resultaba cómico verla a Marta protestando enojada
—Bueno, Marta, no te enojés. Es claro que tenés derecho. Vamos a hacer una cosa. Dejame la olla, secate las manos, sentate en la silla y yo termino de lavarla, que a mí me gusta. ¿No tenés una crema para las manos? Las tenés medio arruinadas. Mientras, me contás el asunto de la intención. ¿Quién es Macarena?
Marta no necesitó que Juan le repita el ofrecimiento. Desde la silla le dijo: Gracias, Juan. Pero no deberías ser vos el voluntario, sino otras...
—No es ninguna molestia Marta. Me comí dos platos, así que es lo menos que podía hacer. ¿Qué le ponés que te queda tan rico?
—Es una receta que me dejó mi mamá. Es más rica y más barata que la de doña Petrona, ¿viste? —los elogios de Juan siempre daban en el blanco— Bueno, te cuento: la intención la puse yo, y es por la india.
—¿Qué india?
—Macarena, la india de la novela
A Juan casi se le cae la olla de las manos. Antes de decir nada prefirió esperar la explicación de Marta.
—Mirá Juancito, ya que me hacés el favor de terminar con la olla, mientras vos la lavás, yo te cuento lo ultimo que pasó. La situación se está complicando.
—Por lo que me acuerdo, ya nació complicada. ¿Se supo quién es el padre de alguien? ¿No le hicieron el ADN a ninguno?
—No, Juan. Eso es lo de menos. Resulta que la chica está ahora en manos de otra tribu. Te cuento. La Macarena (era esa india linda, ¿te acordás?) se perdió en la selva, no; mejor dicho, no estaba perdida sino lastimada, y la atacó un animal salvaje. Resulta que viene un indio de otra tribu —digo yo, porque es más brutote que la Macarena, aunque la Isabel dice que le gusta más que el Juan Ignacio, mirá vos, hay gustos para todo— El animal era una especie de tigre, no se ve bien. Bueno, el indio brutote éste lucha con el tigre y lo mata. Se la lleva desmayada a la aldea. A la suya, que ya te digo es otra tribu. Bueno. Este indio se llama Quetzal. Bueno, de pelear con el tigre, resulta que el indio cae enfermo porque el tigre lo arañó todo imaginate. Y lo atiende el brujo de su tribu que se llama Hueixtepex o algo así. Los nombres siempre tienen una X metida en el medio, al final siempre dan el reparto y aparece escrito. Es muy instructiva la novela. Resulta que la madre del indio no la quiere a la Macarena, se ve que está celosa y además la ve tan linda. Esa vieja se llama Niquivil creo (esperá que aquí tengo anotados los nombres) ...Sí, Niquivil. Bueno y entonces le da un té de yuyos venenosos para matarla. Pero le falla el veneno porque la Macarena no se muere pero eso sí, se queda muda y sin memoria, así que no sabe quién es y le dan alucinaciones. Pobre chica. Ahora: el indio lindo pero brutote, el hijo de la Niquivil, mejora y se queda cuidando a la Macarena —pero como novios, ¿viste?— y le hace una choza con ramas para ella sola. Para peor fijate como son las cosas. Este muchacho, por algunas cosas que te dan a entender, podría ser hijo del brujo Hueixtepex mirá vos pero además podría ser hijo de... ¿A que no te imaginás? De Don Silvestre. Y también del Emiliano que era su capataz. Porque resulta que una vez...
—Pará un poquito, Marta. —Juan había terminado con la olla y escuchaba tratando de entender la trama— Decime una cosa: ¿de este muchacho tampoco se conoce el padre? Porque me acuerdo bien que había el mismo problema con la Macarena, con Juan Ignacio, con la Hucha...
—No, Juan. De la Hucha no se dijo nada de eso. Además ya era una vieja y a quién la puede interesar quienes eran los padres. No. De los otros sí. Pero vos fijate que tanto el Juan Ignacio como el indio bruto ése podrían llegar a ser hermanos de la Macarena y a los dos le gusta la chica. A ella le gusta Juan Ignacio. Si le gusta el indio no se sabe porque está muda la pobre. Y además, está en manos de la vieja Niquivil que ya la quiso matar una vez y el indio no sabe nada y no la puede defender, pobrecita. Él se cree que la madre es buena, pero no.
—Sí. Es un problema. Pero fijate Marta que no podemos pedir en la misa por el personaje de una novela. La misa es una cosa seria. A quién se le ocurre...
—Ocurrírsele, se le ocurrió a Don Alejandro, ese que te vino a arreglar la estufa. Estuvo todo el tiempo mirando la novela, y en las propagandas me contaba algo de un hermano que tuvo, que lo vio a Perón en la cancha de Rácing. Me dijo: usted Marta que tiene confianza con el cura, pídale que le dé una misa a la Macarena.
—El que arregló la estufa fue Don Fernando, el mellizo de Don Alejandro y fue en la cancha de River. ¿Él te dijo que se llamaba Alejandro?
—Ahora me hacés dudar. Podría ser Fernando.
—Mirá, Marta. Cuando lo veas decile que yo le doy la misa para la india, pero que tiene que venirse con el otro mellizo (a ver que excusa ponés ahora) Y también decile, pero como cosa tuya ¿eh? que te encantaría verlos juntos para poder sacarles la diferencia y no confundirte cuando los saludás por la calle ¿entendés?.
—Bueno. ¿Entonces vas a pedir por la india?
—Voy a hacer algo mejor Marta. Voy a pedir por todos los indios. Y en el sermón voy a hablar de lo que sufrieron y sufren los indios de todas partes por culpa de todos los patrones habidos y por haber. ¿Te gusta?
—Bárbaro, Juan. Muchas gracias.

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