ABBÁ – LA NOVELA
MÉJICO LINDO Y QUERIDO
Tolteca. adj. “Dícese de un pueblo que se estableció en el valle de México alrededor del s. VII. Los toltecas, probablemente provenientes del norte, fundaron numerosas ciudades, entre las que se destacaron Tula y Teotihuacán, cuyas ruinas constituyen un valioso centro arqueológico. Adoraron a los astros y fenómenos de la naturaleza, practicaron sacrificios humanos y tuvieron una poderosa clase sacerdotal...”
Teotihuacán. Mun. de México, en el est. de México; 9.000 h. Cap., San Juan Teotihuacán. Está situado al NE de la capital de la República y en él se encuentran las ruinas de un antiguo centro cultural y religioso de los toltecas. Los templos y pirámides suman más de un centenar, destacándose de éstas la Pirámide del Sol, que tiene 232 m. de base y 66 de alt., el mayor monumento de esta clase con que cuenta la nación mexicana; la consagrada a la Luna, más de 155 m. de base y 46 de alt., y el templo de Quetzalcoatl.
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—Te digo Isabel que a la Macarena le debe haber gustado de entrada el Juan Ignacio. Si estaba re-lindo encima de ese caballo blanco tan grandote.
—Pero escuchame, ella no lo vio arriba del caballo...
—Bueno, es cierto, pero ya lo tendría visto de antes, todos en la finca lo conocían al ahijado del patrón, aunque sea de lejos lo tendría visto.
—Sí, seguro. Pero nunca le habría alcanzado a ver esos ojos tan verdes.
—Y además, que el muchacho la defendió a la mamá, a la Hucha, la defendió del capataz ése de los bigotes que se la quería violar. ¿Cómo era que se llamaba?
—Emiliano.
—Sí, Emiliano. Y además parece que esa mala persona —Emiliano es demasiado lindo nombre para ese tipo— ya se la había violado junto con todos sus secuaces (¡a vos te parece, qué barbaridad!) hacía como 18 años y por eso es que la Hucha se volvió tan enigmática y silenciosa. Es que no sabe de quién es hija la Macarena, si del que murió en la guerrilla como le dijo a la chica, del patrón Don Silvestre que también anduvo por ahí, del Emiliano o de alguno de todos esos malandrines, que barbaridad pobre chica de cualquiera puede ser.
—Y ¿qué me decís, Marta, del muchacho...? Porque eso de “ahijado” no me suena, qué querés que te diga.
—Vaya a saber, Isabel. Me parece que esa finca es un viva la pepa...
Juan había entrado al comedor sin que ninguna de las dos se enterara. Era la primera vez que veía que Isabel y Marta cambiaban más de dos palabras; agradeció a Dios, a la televisión mexicana y a los argumentos complicados el cuasi milagro. Además, debió reconocer que lo poco que había escuchado le planteaba unas cuantas dudas, así que no resistió la tentación.
—Buenas... disculpen la interrupción. Tengo que salir a visitar al plomero, Lombardelli, el padre de este chico Rolo, que anda medio enfermo. Así que puedo tardar algo. ¿No me explicarían cómo es eso de la novela.? Porque me da mala espina tanto problema de paternidad dudosa. ¿Nadie habló todavía del ADN?
—No Chiche. Y por eso yo pienso que es una novela de época. Por la ropa que usan, de eso no te podés dar cuenta. (Isabel parecía haber decidido participar de la vida. Y esas vidas ficticias, de tramas enrevesadas y caracteres simples, donde se sabía desde siempre quienes eran los buenos y quienes los malos podría ser un buen comienzo). Mirá, todo pasa en una finca del estado de Chiapas, en México. ¿Vos sabés dónde queda eso?
—Sí, creo que al sur... cerca de Guatemala.
—Así es. Bueno, ahí trabaja un montón de gente, creo que cultivan cacao, todos indios. El patrón se llama Don Silvestre y el capataz Emiliano y son a cual más malo. Resulta que trabaja en la finca una chica india, divina de linda que se llama Macarena que vive sola con la madre que se llama Hucha.
—Ella la educó a la chica... parece que son indios toltecas dijeron. La Isabel los estuvo buscando en la Enciclopedia que tenés. Ahí dice que practicaban sacrificios humanos pero yo no creo. Lo que sí, le inculcó odio a los patrones ¿viste? y no se sabe quien es el padre.
—Bueno, no se sabe, no Marta. Ella le dijo que el padre había muerto en la guerrilla. Por eso yo pienso que es de la época actual.
—Sí, le dijo eso pero después te dan a entender que puede ser de cualquiera, así que una no puede estar segura.
—Ah... me olvidaba. Don Silvestre tiene un hijo.
—Es ahijado, Isabel.
—Bueno, sí pero todos creen que es el hijo, nadie sabe que es adoptado...
Juan estaba maravillado. Las dos mujeres se peleaban para contar la novela.
—Bueno, todo muy bien. Pero díganme, ¿pasa algo en esta novela o todo consiste en desentrañar árboles genealógicos?
—Claro que pasa, Chiche. Pero esperá un poco, tené paciencia. Resulta que una noche de lluvia, Macarena volvía del campo —bueno, ahí parece que llueve cada dos por tres y además del campo siempre se vuelve de noche— y se cae por un barranco. Con tan mala suerte que se tuerce un tobillo.
—Para mí que se fracturó, Isabel, porque le dolía demasiado, acordate que no se podía ni tener parada.
—Bueno, sí, es cierto.
—Y la chica se desmaya del dolor, y entre que llueve, y que de noche refresca, tirada como está en el barro bajo la lluvia... le dio como un estrés, ¿viste?
—No, Marta, lo que le dio es un shock. El estrés lo tiene la gente de la ciudad.
—Bueno, entonces la madre...
—La Hucha se llama.
—Sí, ya se lo había dicho. Bueno la madre salió a buscarla en medio de la noche, con la lluvia. Ese capítulo fue emocionante, Juan, tenías que verla a la india, toda andrajosa y queriendo ver en medio de la selva con un farol de kerosene... Bueno disculpá, Isabel, seguí vos.
—Esa india, la Hucha, parece que es medio hechicera, pero la quiere a la chica. Ahí hay un misterio. Bueno, resulta que la encuentra desmayada en el barranco. La quiere despertar pero no hay caso. Entonces se va a buscar ayuda.
—Contale Isabel, que le hizo un techito.
—Sí, es claro. Le hizo un techito con unas hojas grandes, como de potus que había por ahí...
—Es montañosa pero hay muchas plantas, viste, Juan?
—Primero la cubrió con el poncho, le hizo el techito y se fue para la estancia a buscar ayuda. Ahí la atajó el capataz, ése que se llama Emiliano, que parece que la pretendía desde hace mucho.
—Más que pretenderla, Isabel. Si se la había violado hacía 18 años junto con todos sus amigotes...
—Bueno. La cuestión es que, entre chistes y groserías se la quiere violar de nuevo a la pobre vieja. Marta, ahora que lo pienso, no debía ser tan vieja. Si tiene la hija de 18 años... Por ahí tiene algo así como 40.
—Es cierto, lo que pasa es que las indias envejecen enseguida. Es que no se cuidan. Pero seguí, contale la parte donde aparece el Juan Ignacio.
—Marta, no digas que no se cuidan. Lo que pasa es que son re-pobres. Pero pobres, pobres, eh? Si se ve que en su choza ni baño tienen...
—No sé. A lo mejor lo tienen afuera, Isabel. Viste, como se usa a veces en el campo. Una letrinita.
—Bueno, pero a eso no se la puede llamar baño, la verdad...
—Pero sigan con el cuento... Me dejan con el corazón en la boca con el asunto de que interviene Juan Ignacio y ustedes se ponen a conversar de arquitectura... —Entre divertido e intrigado, Juan interrumpió la digresión— Es que tengo que ir a lo de Lombardelli, que me están esperando.
—Bueno Juan, pero no seas impaciente. Seguile contando vos Isabel. —Bueno, ya falta poco. La cuestión es que el Juan Ignacio, que justo salía montado en su caballo... Ahora que lo pienso, no sé dónde iría. Porque de noche y con lluvia y en medio del campo, la montaña, bah... ¿Adónde pensás que iba, Marta?
—Y no sé... a buscar alguna vaca, digo yo.
—Pero yo no vi vacas en esa novela. Si plantan cacao, no pueden tener vacas, que se lo comen o lo pisotean. Yo no vi vacas.
—No, Isabel, pueden tenerlas en algún corral que no se vio todavía en la novela... o algunos otros animales.
—Pero si están en un corral ¿a qué tienen que ir a buscarlas de noche y en medio de la lluvia...? Bueno, no sé. La cuestión es que el Juan Ignacio salió con su caballo blanco, hermoso, grandote, de esos briosos...
—Contale, Isabel que se paraba en dos patas como en las estatuas de San Martín.
—Bueno, se paró en dos patas porque se asustó, porque acordate, Marta, que venía al trote, bien tranquilo venía.
Juan había decidido armarse de paciencia. Se sentó y esperó que se agotara el tema.
—Muy bien. El caballo blanco era manso, pero brioso cuando quería. Pero ¿qué pasó?
—No, Chiche, cuando quería no. Lo que pasa es que se asustó.
—Bueno, está bien. Ya tengo al muchacho empapado, yendo a buscar vacas o algún animal parecido, o a lo mejor a mirar crecer al cacao, subido a un caballo blanco, manso, pero momentáneamente brioso porque se asustó. ¿Y que fue lo que pasó?
—Chiche, disculpame, pero vos nunca vas a disfrutar una novela, sos muy ansioso vos. Bueno, te cuento. Resulta que venía en ese caballo blanco y se encuentra al Emiliano —el capataz ése de los bigotes— luchando con la Hucha, la madre de la Macarena, queriendo violarla.
—¿Bajo la lluvia, nomás?
—No sé, qué se yo. A lo mejor se la quería llevar para otro lado. Pero ahora sos vos el que quiere irse por las ramas, ¿te das cuenta?
—Está bien, disculpame, es que esto es muy fuerte. Seguí nomás.
—Si, hacete el gracioso si querés, pero bien interesado que te tiene la novela. Bueno, entonces, el caballo se asusta, se para en dos patas, y desde arriba el Juan Ignacio le pega un rebencazo al Emiliano, que le cruza la cara, le deja una marca y el otro se va para adentro. Promete vengarse pero en voz baja, que no lo oiga el muchacho, porque es el ahijado del patrón. Bah, se cree que es el ahijado porque le dice “padrino” a Don Silvestre pero todos creen que es el hijo, aunque tampoco eso es seguro.
—¡Alto! ¿Cómo es la cosa? Es el hijo pero lo creen el ahijado, o es el ahijado pero lo creen el hijo?
—No. La cosa es que...
—¿Me disculpás, Isabel? Mirá, en serio, mejor me lo terminás esta noche. Realmente se me hace tarde para ir a lo del Rolo. A la vuelta me lo contás, ¿está bien?
—Bueno, a la vuelta te cuento el resto. —Isabel esbozó una sonrisa.
Y Juan salió a la cortada, camino a la casa del plomero, con la sonrisa de su hermana pegada en el alma.
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