Me aseguran que existe el Amor, que se llama Dios.
Que me conoce. Que no necesita de mí,
pero que me ama como es capaz de amar Dios.
Y que entonces sí me necesita, porque si no me amara, no sería Dios.
Y si no me amara, yo no existiría.
Él existe para amarme.
Más allá de mi escasa o ninguna comprensión,
de mis débiles y cambiantes sentimientos,
de mi fe vacilante,
de mi esperanza inestable,
de mi amor inexistente.
Más allá de mi circunstancia,
más allá de mis pautas, mis paradigmas, mis convicciones.
Mas allá de lo que dicta la cultura de mi tiempo,
de mi círculo, de mi país,
más allá de mi historia, Él me ama.
Me ama desde antes que existiera lo creado.
En la nada, yo ya existía en el amor de Dios.
Con la serenidad del cóndor,
la delicadeza de la mariposa,
la constancia de la hormiga,
la ternura de las madres buenas,
la fuerza del huracán, del terremoto, del alud,
así me ama el Padre.
Me cuesta mucho comprender la medida de su amor,
pero como conozco el dolor, la vergüenza, la humillación,
el desamparo, la soledad, la ingratitud, la incomprensión, el abandono,
Él quiso mostrármela sufriendo todo eso en su Hijo.
Y así por el amor entrar en mí, para que yo ame a sus otros hijos
Como Él los ama.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario