“Así, gracias a los ricos yacimientos americanos, España mantuvo durante mucho tiempo un imperio basado en la abundancia de oro y plata, y en la calidad de su moneda, que servía lo mismo para pagar ejércitos —cuando se les pagaba— que para importar mercaderías y manufacturas ajenas. Porque si bien podíamos enviar a las Indias harina, aceite, vinagre y vino, en todo lo demás se dependía del extranjero. Eso obligaba a buscar fuera los abastos, y para ello nuestros doblones de oro y los famosos reales de a ocho de plata, que eran muy apreciados, jugaron la carta principal. Nos sosteníamos así gracias a la ingente cantidad de monedas y barras que de Méjico y el Perú viajaba a Sevilla, desde donde se esparcía luego a todos los países de Europa e incluso a Oriente, para acabar hasta la India y China. Pero lo cierto es que aquella riqueza terminó aprovechando a todo el mundo menos a los españoles: con una corona siempre endeudada, se gastaba antes de llegar; de manera que apenas desembarcado, el oro salía de España para dilapidarse en las zonas de guerra, en los bancos genoveses y portugueses que eran nuestros acreedores, e incluso en manos de los enemigos, como bien contó don Francisco de Quevedo en su inmortal letrilla:
“Nace en las Indias honrado
donde el mundo le acompaña;
viene a morir en España,
y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
es hermoso, aunque sea fiero,
poderoso caballero
es don Dinero.”
Arturo Pérez Reverte (español) de “El oro del Rey” ambientada en Sevilla de 1626
(aunque parezca de Eduardo Galeano)
Además —y esto lo agrego yo— eso de “…aprovechando a todo el mundo menos a los españoles… “ merece una corrección. Porque tampoco aprovechó mucho que digamos a los mejicanos ni a los peruanos.
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