Las hormigas no son malas. Las negras son grandes y uno las puede pisar porque se ven bien contra las baldosas claritas, pero las coloradas se escapan y corren muy rápido y además a veces también pican, pero no son malas, lo que pasa es que tienen miedo porque para ellas uno es como un gigante. Cuando van por su caminito parece que no vieran nada porque chocan con las que vienen del otro lado. Entonces se tocan con los cuernos y se saludan; dan un paso para atrás y se pasan por el costado. Un paso de una hormiga es como muchos pasos nuestros porque tienen un montón de patas. Más patas que los perros y los burros. Y entonces caminan muy rápido con el palito que llevan de un lado al otro. Las hormigas se comen las plantas. Mi abuelo me dijo que ése es su trabajo. Cortan pedacitos de hojas con sus dientes y se los llevan a la cueva que es donde vive su mamá con todos los cachorritos. Las hormigas ponen huevos como las gallinas pero más chiquitos. El trabajo nuestro es echarles veneno para que no se coman a las plantas. El veneno de las hormigas lo tiene guardado papá en un lugar secreto porque dice que los chicos no tienen que andar con el veneno. Pero yo lo ayudo lo mismo con la lupa que me prestó el abuelo y papá me deja. Ahora que el sol está fuerte y está bien arriba miro las hormigas negras con la lupa. El caminito se ve muy grande y lleno de pisadas de hormigas. Yo muevo la lupa despacito para arriba y para abajo y el sol aparece chiquito pero muy, muy fuerte en el suelo. Cuando lo miro al sol que aparece en el camino de las hormigas, me quedo ciego un ratito y si pasa cerca una hormiga se quema toda y hecha humo. Me parece que Laura no sabe quemar hormigas con la lupa. Mañana, cuando no me vean porque me da vergüenza, le voy a enseñar a quemar hormigas con una lupa. Después, le voy a regalar esa figurita de la princesa con un vestido todo lleno de brillantes y bajando por la escalera con alfombra colorada que me regaló mi hermana porque ya no la quería. Y mientras le doy la figurita le voy a hablar con los ojos como hace ella.
El sol desapareció del caminito y por un instante se hizo de noche. Marcos puso la lupa a un costado y se dio vuelta para mirar el cielo. Antes, dejó cerrados unos minutos sus ojos negros y pensativos para sentir el pasto tierno en la espalda y el aire de magnolia y de pino en la cara. Esa mañana se había enamorado. No; esa mañana se había dado cuenta de que siempre estuvo enamorado de Laura. Mientras ella les hablaba en la clase, él la había estado mirando. Y poco a poco se fue haciendo chiquita, como si estuviera muy, muy lejos. Marcos había cerrado muy fuerte los ojos y pasado la mano por la cara, pero la seguía viendo hablar, chiquita y lejana. Entonces hizo con sus manos dos tubitos y la miró de nuevo, a través de los tubitos. Ella se acercó, le pasó la mano por la cabeza y con su voz ronca y dulce le había hablado muy bajito, para él solo: "Te sentís bien, Marquitos...?" Cuando él la miró, la seño estaba tan cerca que le pudo ver una cicatriz chiquita en la frente. Entonces, Marquitos se quedó muy quieto para que Laura no le saque la mano de la cabeza. Pero le dio un poco de vergüenza, porque sabía que estaba colorado y que no había podido esconder una lágrima.
Vienen las nubes negras. Se amontonan en el cielo muy rápido y las corren a las otras que son chiquitas y blancas. Las trae ese vientito frío que viene del lado de la plaza, mueve las hojas de la magnolia y sigue. Pero allá arriba, me dijo mi abuelo que el viento es mucho más fuerte, y que dentro de esas nubes hay truenos y relámpagos y rayos. Me contó también que una vez estuvo en un barco en el mar y que vino una tormenta terrible. Así dijo mi abuelo: terrible. Y el viento era muy, muy fuerte, porque en el mar no hay árboles y entonces el viento toma velocidad. Y el barco subía muy alto, se quedaba un ratito tambaleando y después bajaba de golpe como por un tobogán a un pozo de mar oscuro, porque había olas gigantescas con mucha espuma y no se veía nada. A veces sí, se veía todo de golpe porque estaban en medio de un relámpago que estallaba en el cielo con su luz fría. Otras veces un rayo se quebraba muy cerca con un ruido tremendo y desde las nubes se caía tropezando muy rápido. Toda la gente del barco había tenido miedo, pero mi abuelo no.
Marcos miraba llover desde su ventana. Era una lluvia franca y decidida, de primavera. La mamá lo había llamado: "¡Marquitos, entrá que está empezando a llover...!" Después le había explicado que hay distintas lluvias. Hay lluvias melancólicas y suaves de otoño, frías y tristes de invierno, francas y decididas de primavera y que en el verano eran exageradas, descomunales, ruidosas y llenas de pasión, pero cortas y refrescantes. A través de los vidrios, Marcos veía como se lavaba el jardín y pensaba en las hormigas. Era seguro que estarían calentitas en su cueva, ellas también junto a su mamá. Laura era su segunda mamá pero era distinto, porque le había hablaba bajito y a él solo, con su voz ronca y dulce.
Esa noche Marquitos tuvo un sueño. Estaba en un barco y era de noche. Una noche de tormenta, truenos, relámpagos y rayos que quebraban en dos el cielo negro. Llovía con mucha fuerza, pero el agua que caía, a veces era muy salada porque las olas le pegaban muy fuerte al barco y salpicaban todo como si quisieran tragárselo entero. A veces el barco se alzaba como un cohete y después caía ¡tan fuerte, tan rápido!... no terminaba nunca de caer en la oscuridad. Marquitos estaba con Laura y le decía que no tenga miedo. Laura lo miraba y le hablaba con su voz ronca y dulce. Marquitos no podía oírla pero sabía que estaba contenta de que él la cuidara. El abuelo era el capitán del barco y tenía agarrado el timón muy fuerte con las dos manos. Le gustaba manejar en la tormenta y sonreía y les gritaba a las olas, les gritaba con todo su vozarrón como si estuvieran jugando. A veces, cuando el barco estaba muy alto y un relámpago era un sol bajo y frío que explotaba sin ruido, se veía a mamá y a papá que estaban en la orilla. Parecían asustados y les gritaban cosas que ellos no podían oír. Entonces el abuelo los saludaba con la mano y se reía para que supieran que no había que tener miedo.
A la mañana siguiente, Marquitos se levantó enseguida que su mamá lo llamó, se lavó los dientes y tomó la leche sin protestar ni una sola vez. Y al despedirla para entrar en la escuela, la abrazó muy, muy fuerte para que su mamá estuviera bien segura de que la quería mucho, mucho. A ella también.
(de "Historias de Juan Ordoñez y otros cuentos""
viernes, 30 de mayo de 2008
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