Nadie simpatiza con el hipócrita. Ya no es demasiado meritorio “guardar las formas”. Por el contrario, se valoriza la autenticidad del que aparenta ser como realmente es. Se repudia más que nunca a los “sepulcros blanqueados” inmaculados por fuera y podridos por dentro como calificó Jesús a los fariseos. ¿Y quién puede pensar que eso no es bueno? Lo lamentable es que el generalizado repudio por la falsedad del hipócrita ha hecho crecer en forma alarmante la población de los cínicos que eligieron exhibir impúdicamente su inmoralidad en lugar de corregirla. Hoy día hasta puede ser elogiado por su sinceridad el que reconoce que “No hizo su fortuna trabajando”. El sepulcro blanqueado no eliminó su podredumbre interna sino su maquillaje externo. El hipócrita, al simular virtudes que no posee, por lo menos reconoce, rinde tributo a esas virtudes. El cínico no reconoce escala de valores ninguna, no cree en la virtud, desprecia al virtuoso y lo supone hipócrita. Si el siglo XX fue un cambalache, es de terror imaginar el XXI.
(de “Filosofía de Boliche”)
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