miércoles, 26 de marzo de 2008

NON SERVIAM

–Mirá Lilí: te llamaba para preguntarte si tenés por casualidad alguna botella empezada de coñac o de marsala. Digo por algún lado. Que te haya quedado de alguna vez... de alguna comida. Es por lo de Esteban, sabés. Le estoy preparando algo distinto. La receta dice un vaso, así que más o menos. Si, es que al pobre siempre lo arreglo con cualquier cosa. Esta vez lo quiero sorprender. Bueno, te agradezco. Ahora paso a buscarlo.

PASTEL DE GALLINA

Ingredientes: una gallina chica - 100 g. de lengua fiambre - 100 g. de jamón cocido - 100 g. de tocino en fetas - 300 g. de lomo de cerdo - un vaso de coñac o de marsala - 300 g. aproximadamente, de harina - 100 g. de manteca - un huevo - un sobre de gelatina - nuez moscada - pimienta - sal.

La cortina de la ventana agitaba el sol flojo de esa primavera que comenzaba. Y las flores del ciruelo. Le gustaba el ciruelo, sobre todo por sus flores. Se unta con manteca y se enharina un molde rectangular, de paredes más bien altas. Se amasa la harina con la manteca restante, sal, el huevo y un poco de agua. Que dirías, que comentario irónico tendrías si pudieras verme amasando. Eras tan brillante. Y yo te quise. Quizá como vos mismo nunca pudiste quererte. El suplemento literario del diario se lo había recordado. Jurado en el concurso de cuentos junto con otros nombres prestigiosos, importantes. Burguesa. Pequeña burguesa, me habías dicho. No te faltaban rótulos para anular a la gente. Pero en eso tenías razón. Yo necesitaba un contador, o un empleado de Vialidad, o un dentista (y que despectivo sonaba todo esto en tus labios. Tenías para el desprecio un talento especial) Tenías razón. Yo necesitaba un Esteban. Un Esteban de cincuenta años. Y tres hijos, y hasta un nieto por llegar. Pequeña burguesa. Yo necesitaba una cocina, con una gran ventana, y con un ciruelo que le dé su modesto movimiento a una pared blanca y familiar. Se deja reposar la masa en la heladera. Mientras tanto, se limpia la gallina y se deshuesa. Se divide en tiras la carne de la pechuga, el jamón, la lengua y la mitad del tocino. Lo había conocido en sus tiempos de estudiante de Letras. Siempre seguro de sí mismo, siempre luciendo su talento, deslumbrante. "Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo" dijiste una vez. Tu personalidad anulaba a todos. Eras el centro de todo. Pero vos lo sabías y eso no estaba bien, no te hacía bien. Siempre lo supe, pero estaba fascinada. Yo también. ¿Cuánto hacía ya? Más de veinticinco años. Pero todavía dolía. No siempre, no; sólo algunas veces, como ahora en que se veía insignificante, previsible, rutinaria. Pequeña burguesa. ¿A los "grandes" burgueses también los despreciabas así? Se deja macerar todo en el coñac o en el marsala durante dos horas añadiendo pimienta y un poquito de sal. Entre tanto, se pica en la máquina la gallina restante con el lomo de cerdo, añadiendo un poco de nuez moscada, sal y el líquido de la maceración. Se prepara la gelatina y se deja enfriar. Cuando te conocí, me dijiste: "Raúl" Sin apellido. Vos eras vos solo. Sin ataduras. Sin esas raíces que alimentan al ciruelo. Las raíces para el tronco, el tronco para las hojas, las hojas para la flor, la flor para el fruto, el fruto para la semilla. La vida. Se extienden las tres cuartas partes de la masa y se forra con ella el molde, se cubren el fondo y los bordes de la masa con las restantes fetas de tocino; se hecha un poco de picadillo y se empareja. Encima se colocan partes de la tira de jamón, de lengua, de pechuga y de tocino. Se continúa así, por capas, hasta acabarlas. ¿Sabés ? Ahora veo que fuiste coherente. No quisiste tener ni raíces ni frutos. Lo único real, decías, es la muerte. Decías: en mis momentos más lúcidos, pienso en el suicidio. Felizmente, hasta allí llegaba tu coherencia. Era un juego; un esnobismo más. Entonces buscabas alguna muerte para los demás, encaramado en la soberbia insólita del que no se quiere, del que entiende que atrapó la suprema verdad: no existe la verdad. Abrió la ventana. El atardecer llegaba adornado con el canto de los pájaros cortejando a su pareja, comunicando y disfrutando de la vida. Se extiende la masa restante en un rectángulo de las dimensiones del molde y se coloca sobre el relleno, uniéndola con las manos a la masa que sobresale del molde. Con recortes de masa se decora el pastel. Se hacen en la superficie dos agujeros profundos, próximos a los bordes. Se pone en el horno a 185 grados, unas dos horas. Te divertiría saberlo: se llama Esteban y hoy cumple cincuenta. Ahora está en su trabajo insignificante, comentando tonterías con amigos vulgares. ¿Sabés? le gusta ver fútbol por TV, los sándwiches de salame y el vino ordinario con soda y hielo. Viaja en subte y lee El Gráfico. Te daría mucho tema. Te entretendría destrozar hasta su última rutina. Aunque quizá no lo pudieras disfrutar porque a él ni siquiera le alcanzarían tus sarcasmos. Y vos nunca funcionaste sin público, adolescente eterno, flor sin fruto ni semilla. El es un hombre simple, ingenuo, buen padre y compañero, que desde siempre supo que los demás no son herramientas suyas, que son personas como él. No entendería tus ironías, tus brillantes sofismas y frases ingeniosas. Pero desde que me conoció, desde siempre, supo que yo existo. Y ¿sabés? Me respeta y me escucha. Al cocerse, subirá dejando un pequeño vacío entre el relleno y la masa. Se vuelca el molde sobre una fuente. Se introduce la gelatina por los agujeros. Y a pesar de todo, sobre todo a pesar tuyo, yo te quise Raúl; todavía te quiero. Quizá porque extraño un poco mi juventud. Pero mi hombre, el hombre que elegí y al que elijo todos los días, se llama Esteban y es un pequeño burgués. Un buen hombre. Y la felicidad, mi pequeña felicidad, está aquí, en esta casita de suburbio, junto a este fuego y preparándole la sorpresa de una cena lujosa y complicada. Y disfrutando del espectáculo de un ciruelo que tiene raíces, flores y frutos; que me saluda a las mañanas y me acaricia por las tardes con su sombra; de los hijos y del nieto que se viene. Se pone en la heladera hasta el momento de servir. Adornar la fuente con rizos de manteca.

(dr "Historias de Juan Ordoñez y otros cuentos")

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