Me vas a tener que permitir, mi apreciado nematelminto (ver "¿Hay lombrices?") algo que tal vez no te interese demasiado. Pero para mí es casi te diría, una obligación. Y es una respuesta a mi viejo. Espero que me tengas tolerancia. Aquí va.
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Estas cosas quizá no te las debería decir, son demasiado fuertes. “Las cosas importantes se desvalorizan si uno las menciona”. Además, vos no eras del tipo que le gusta discursear, sólo vivías. ¡Claro que me hubiera gustado hablarte de muchas cosas! Mejor dicho: no entonces, sino ahora que tengo tu misma edad me gustaría poder hacerlo, y por eso te escribo. ¿Sabés? A muy poca gente le puedo confiar lo que significás para mí. Quizá porque yo mismo aún no lo veo claro, pero también porque sé que los que no te conocieron, los que tuvieron otro padre, no pueden aceptarte sino como la grosera idealización de un adolescente. Lo que quería decirte, creo que te va a alegrar: tu mensaje me llegó. Fuerte y claro. No te hizo falta ser más explícito, más aún; creo que tus códigos fueron los que mejor podían trasmitirlo sin deformaciones. Hoy se insiste mucho en la necesidad de comunicarse, y yo estoy de acuerdo. Pero habría que hacer la salvedad de que hay muchos modos de hacerlo y que a veces las palabras sólo sirven para ocultarse detrás de ellas, para justificarse, para aumentar la incomunicación. Tu mensaje era muy simple. También era demasiado importante como para correr el riesgo de no ser entendido. Entonces usaste el lenguaje más difícil, más eficaz, más irrefutable, el que más obliga a una respuesta. Tu mensaje fue tu vida, y no me dejás opción: mi respuesta tiene que ser la mía. Porque nada podría obligarme más que el silencioso ejemplo de tu vida.
(de “Filosofía de Boliche”)
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