Querido amigo:
no te llamo por tu nombre porque no lo tenés, ya que no existís. Aunque quizá existas con varios nombres, o tal vez seas como esos amigos que se inventan los chicos para hablar con ellos mismos, no sé, ni tampoco importa mucho. Me hablás en tu última carta de un cierto resentimiento para con tus hijos. Me decía que te gustaría que así como ellos te cuentan sus proyectos, problemas e ilusiones, te preguntaran por los tuyos. Que no te ubicaran sin más ni más en el pasado, negando tu condición de persona viva que no sólo se recuerda sino que todavía funciona, que tenés deseos y no sólo resignación. Todo eso que me decís tiene sentido y es muy probable que me encuentre inclinado a darte la razón, no te lo niego. Aunque más no sea porque somos de edades parecidas. Lo que sucede es que me parece detectar en tu queja una cierta autocompasión, una lástima-por-mí-mismo que, disculpá que te lo diga, es uno de los detalles que delatan nuestra edad. ¿Vos pensás que el pichón que recién empieza a volar puede tener tiempo, ganas o impulsos para otra cosa que no sea llenarse del aire, escudriñar el abismo, o disfrutar del sol y de las nubes que tiene por delante? ¿No te das cuenta que para él el nido es necesariamente algo que debe quedar atrás? Por supuesto, no te niego que cada tanto algún hijo te da la enorme alegría de preguntarte cómo te va, de interesarse por lo que estás haciendo, de preguntarte si necesitás alguna ayuda, de escucharte, de dialogar. Pero eso no es lo más frecuente ni mucho menos y por eso, si alguna vez te sucede, dale el real, el enorme valor que tiene. ¿O acaso vos hablaste con tu viejo alguna vez de esa manera? Me decís de lo arrepentido que estás de no haberlo hecho, por supuesto, todos lo estamos. Pero todos hicimos lo mismo. Quizá sea otra de esas antipáticas “leyes de la vida” que a esta altura del partido parecen todas pálidas. Así que, hermano, no pidas peras al olmo. Los chicos son así, deben ser así. Todos sus sentidos deben estar en tensión hacia adelante, no podemos sus padres ser un motivo de distracción en la empresa de inventarse una vida, de fabricarse una personalidad propia, sólida y seria. ¿Y nosotros? Nosotros también tenemos que volar. Quizá sin contar con la ayuda, con el impulso que da la fascinación por el futuro, quizá a pesar de lo que vislumbramos en el futuro, pero eso sí, con la satisfacción que da el mantener la coherencia de toda una vida, el saber que lo que hacemos sigue aún siendo observado y tenido en cuenta por los hijos que ya vuelan por su cuenta, a su manera y hacia el destino que ellos mismos eligieron.
(de “Filosofía de Boliche”)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario